Cuando lo tenía todo hecho, el Barça cortocircuitó de mala manera, baloncesto hecho harapos, guirigay mayúsculo, bofetada sonora y sonrojo ante el empuje del Partizán (y su efervescente afición), que llegó a perder de 20 puntos para ponerse a uno cuando faltaba un minuto y medio. También era el momento en el que fantasmas pasados —con Jasikevicius y Grimau— llamaban a la puerta, como que el equipo era incapaz de gobernar de principio a fin los duelos, que le faltaba punch para rematar los envites. Pero cuando a todos le temblaban las muñecas (amén de un Punter que no entiende de presión), Abrines metió un triple tan vitamínico como redentor, una canasta que desactivó al rival y liberó a sus compañeros para cerrar la victoria y el liderato de la Euroliga. Un susto morrocotudo, en cualquier caso, que no pudo con el Barça, capaz de destilar por muchos momentos un baloncesto de dos rombos [en referencia al añejo código de contenidos en televisión, subido de tono con esta marca], que evidencia al fin que este equipo, a mayor reto mejor respuesta.
Antes de comenzar el duelo, Punter se llevó un efusivo homenaje de la afición rival y una camiseta conmemorativa del club a manos del presidente Ostoja Mijailovic, toda vez que el norteamericano dejó huella durante las tres pasadas temporadas en el Belgrado Arena. Después sonó el himno y se entonaron varios fragmentos a capela que pusieron la piel de gallina, santuario donde la religión es el baloncesto. Sonaban las trompetas de la batalla que estaba por venir. Una que se le hizo bola al Barça de inicio y que se le repitió de lo lindo al final.
Resulta que el Barça palideció pronto ante la energía y estrategia del rival: mientras en defensa se entregaba con denuedo sobre Zipi y Zape (Punter y Parker) para darle espacio a Satoransky, que erraba los lanzamientos por definición, en ataque encontraba los pasillos al aro —nadie mejor que el bailarín Carlik Jones— y las rampas desde la periferia con Bonga al frente. Un expresivo 21-11 que, sin embargo, no se le indigestó a los azulgrana, que pusieron los centímetros de Fall para gobernar en los aros al tiempo que el saltimbanqui Punter entraba en acción, maquillaje para cerrar el acto (25-19).
Vesely, definitivamente uno, dos o tres pasos por delante de Willy Hernángomez —de nuevo en el ostracismo absoluto del banquillo, situación que ya huele a descomposición— pidió turno para poner las tablas, por más que le costaba atrapar los rebotes, segundas oportunidades que el Partizán convertía en oro, ahora con Pokusevski con la flecha verde para arriba. Pero delante ya tenía a otro Barça, más dinámico y eléctrico —mérito en parte de un Anderson que siempre juega como si tuviera el baile de San Vito—, capaz de hacer transiciones rápidas y feliz con las rotaciones porque Juan Núñez y Metu son un potosí, uno para repartir caramelos y el otro para absorber rivales y entender los espacios. Además, apareció Parker, de muñeca caliente con tres triples consecutivos. Un mejunje que fue demasié para el Partizán, grogui ante la avalancha azulgrana (35-49). Y no cambió el guion tras el entreacto, catapultado el Barça por un Punter que no había dicho todavía la suya, aderezado por los puntos de Parker, que sumaba sin cesar. Un repaso que ponía cloroformo a todo el Partizán. Pero fue un espejismo.
No se amilanó ni calló la esforzada hinchada y, claro, tampoco un Obradovic que subía de tono cutáneo al compás del enfado que no alcanzaba a digerir. Gritos, los del técnico y los de la afición, que espabilaron al conjunto serbio, de nuevo con Pokusevski y Jones al mando, que metían canastas como reclamaban ruido (aún más) al pabellón, ya con 58-70 antes de llegar al epílogo. Sucedió entonces que el aro se empequeñeció para el Barcelona, precipitaciones en el tiro y pérdidas inexplicables de balón, ausencia de rebotes y un entuerto de difícil explicación. Cosa que aprovechó Bosnjakovic, canterano del Madrid que debutó en el duelo en la élite, para estrechar el marcador, al punto de que, después de dos triples seguidos —Pokusekvsi y Ntilikina— la diferencia se quedó en un escuálido punto. Entonces llegó Abrines para alivio azulgrana y remató Punter para desasosiego del Partizán. Porque el Barça, este sí, tiene respuesta ante los mayores desafíos.