Martin Odegaard se reencontró el domingo pasado en Marbella con Erling Haaland como dos viejos compañeros a punto de emprender una misión juntos, el camino a la Eurocopa de 2024, que empieza este sábado en Málaga contra España. La última vez que Noruega participó en un gran torneo internacional fue en 2000, en la Eurocopa de Bélgica y Países Bajos. El futbolista del Arsenal tenía entonces año y medio, y el del Manchester City nació 19 días después de la final. Tras dos décadas de sequía desoladora, la aparición de dos talentos tan extraordinarios lleva tiempo alimentando las esperanzas del país. Sin embargo, al día siguiente del reencuentro en Marbella, Haaland supo que estaba lesionado. Y Odegaard se quedó solo.
Nada nuevo. Ha ocupado desde muy pronto ese lugar solitario que es el centro del torbellino de las expectativas. El centrocampista del Arsenal debutó con la selección absoluta de Noruega con 15 años. “Ahí es cuando enloqueció todo”, recordó hace unas semanas en un largo texto publicado en The Players Tribune. Desde entonces —en realidad ya desde un par de años antes—, Odegaard ha gestionado con asombroso buen tino esa atención gigantesca, que lo terminó depositando en el Real Madrid con 16 años.
Su fórmula era sorprendente: “Supongo que la gente imagina que tenía que evitar todo lo que se decía sobre mí en la prensa y vivir en una burbuja, pero no hacía eso. En realidad solía leer todo lo que escribían de mí. Me sentaba a leer los periódicos. Pero los leía como: ‘Vale, bien, está bien’. Y eso era todo”.
La gente que le conoce bien explica que buena parte de ese equilibrio procede de las personas que le rodean, su agente y su familia. Su padre, Hans Erik, fue futbolista profesional y luego entrenador de su hijo, y ahora del Sandefjord. También cuentan que atravesar sin demasiados rasguños años de presión y expectativas le ha proporcionado las herramientas precisas para ejercer desde muy pronto como capitán de su selección y del Arsenal. Dicen que su adolescencia en el escaparate mundial del fútbol ha afilado su inteligencia emocional, que le permite ayudar a otros a manejar los embates de la presión, sobre todo a los compañeros más jóvenes. No es un tipo de grandes discursos al grupo, pero tiene olfato para entender cuándo necesitan que les pasen el brazo por encima del hombro.
Noruega le dio el brazalete en marzo de 2021, con 22 años, y Arteta lo escogió para su equipo al principio de esta temporada, con 24. Las razones del entrenador español resumen el estilo de liderazgo del futbolista: “Es un jugador humilde y hambriento que tiene una calidad tremenda. Y pone esa calidad al servicio del equipo, está deseando hacer cosas por otros, y es un gran modelo a seguir para el resto de los jugadores”.
Desde que juega bajo la dirección de Arteta, Odegaard no ha dejado de crecer sobre el campo. Esta temporada ha dado un salto formidable, que lo ha convertido en uno de los futbolistas más peligrosos de Europa. Ha duplicado su contribución al gol (tantos y asistencias). Si las temporadas anteriores rondaba las 0,30 contribuciones por partido, ahora está en 0,62, un nivel que no alcanzaba desde su cesión en el Vitesse en la temporada 2018-19. Pero aquello era la Liga holandesa, y ahora manda en la Premier.
Su paso adelante sobre el césped, a partir del cambio de sistema de Arteta al 4-3-3 y los galones que le entregó, es evidente. Pisa mucho más a menudo las zonas más calientes del ataque: más de la mitad de las veces que toca el balón lo hace en el último tercio del campo, algo que no había hecho nunca con tanta frecuencia. Y una vez ahí, entra en el área con la pelota el triple de veces que el curso pasado.
Este sábado, contra España, no estará rodeado de los extraordinarios chicos de Arteta, ni encontrará a Haaland corriendo al espacio cuando levante la cabeza, pero con Noruega Odegaard se siente entre amigos. Y no esquiva el peso que depositan sobre él.
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