España está cerca de marcar un nuevo récord histórico. A 26 de diciembre, los registros policiales revelan la entrada irregular de 62.054 migrantes, un dato que casi iguala el máximo de 64.298 personas de 2018. A pocos días de acabar el año ya se ha alcanzado la segunda marca más alta de la serie, que podría superarse —en los dos últimos días han desembarcado solo en Canarias 1.650 extranjeros—, pero en las salas de máquinas desde donde se controlan las fronteras españolas reina cierta sensación de alivio. Los pronósticos eran tan críticos y la situación en determinados países tan delicada, que despedir el 2024 con un aumento de solo el 14% se ve como una victoria. “Ha habido un frenazo muy grande comparado con lo que preveíamos a finales de verano. Ha sido un alivio porque pintaba muy mal”, mantiene una fuente dedicada al control fronterizo. “Ha funcionado la contención, los países de tránsito se han puesto bastante las pilas y el [mal] tiempo ha ayudado a evitar salidas”, resume.
La inmigración fue, según el CIS, la mayor preocupación de los españoles este verano, en parte condicionados por la crisis no resuelta de los menores no acompañados hacinados en Canarias y los mensajes catastrofistas de la derecha. El Partido Popular y Coalición Canaria airearon además unas predicciones que atribuyeron a ONG, pero que en realidad nunca quedó claro de dónde salían. “Lo peor está por llegar”, alertó en agosto el presidente canario Fernando Clavijo. “Si se cumplen las previsiones que manejan las asociaciones, podríamos estar hablando de más de 70.000 personas más de aquí a final de año. Si eso fuera así, estaríamos en una situación de auténtico caos”, dijo. Acabó siendo la agencia europea de fronteras, Frontex, la que, en un informe interno al que tuvo acceso EL PAÍS, rebajó los decibelios. Su predicción de que las llegadas de migrantes a las islas Canarias entre octubre y finales de diciembre se situarían entre las 11.500 y los 16.000 se ha cumplido con más exactitud de la que los propios analistas esperaban. Solo desde Nochebuena, unas 1.600 personas han llegado hasta el archipiélago.
La ruta migratoria hacia las islas Canarias, donde hasta el pasado jueves habían desembarcado 45.328 personas, sigue acaparando la atención de las autoridades. La vía atlántica se ha consolidado como una de las más activas y más peligrosas. El ritmo de llegadas, aunque se ha intensificado en los últimos días, ha ido decreciendo según han avanzado los meses. La contención de Marruecos, las visitas y acuerdos con Mauritania y el esfuerzo de Senegal para retener a sus jóvenes han frenado a miles de candidatos a emigrar. El año se cierra en las islas con un aumento del 18%, un porcentaje pequeño si se compara con el alza de casi el 1.200% registrado en enero o del 123% de finales de agosto.
La clave sigue estando en Mauritania, desde donde salen la mayoría de los cayucos que llegan al archipiélago. A 31 de octubre, según Acnur, había más de 277.000 refugiados y solicitantes de asilo en el país, la gran mayoría de ellos procedentes de Malí. No todos quieren dejar el continente, pero las propias condiciones en las que sobreviven, en un país donde cuatro de cada diez personas viven bajo el umbral de la pobreza, les empujan al mar. “Los servicios de inteligencia han confirmado la presencia de cientos de nacionales de Malí escondidos en contenedores en los puertos de Nuakchot, a la espera de una oportunidad para partir, aparentemente sin inmutarse por el riesgo de ser detectados por las autoridades locales”, se lee en un informe reservado de Frontex al que ha tenido acceso EL PAÍS.
Los malienses, como ya pudo observarse este verano, siguen siendo la principal nacionalidad entre los desembarcados en España. Es el primer año que esto ocurre, desbancando a argelinos y marroquíes, las nacionalidades históricamente más numerosas.
A los refugiados malienses, que mantienen activa la ruta canaria, se han sumado en los últimos meses los asiáticos. La aparición de pakistaníes o bangladesíes, que el año pasado se contaban con los dedos de una mano, es hoy un goteo constante en las barcazas que llegan a los puertos canarios. “Estos incidentes indican la expansión de las redes de tráfico para incluir a nacionales asiáticos, además de migrantes del Sahel”, advierte Frontex en su informe.
Los pakistaníes suelen volar desde Emiratos Árabes Unidos o Qatar hasta Senegal o, directamente, a Mauritania. Y se les cobra más que al resto. Mientras un subsahariano paga entre 1.000 y 1.500 euros por su plaza en un barco, el precio para el pakistaní puede subir hasta los 2.000 euros, según el momento y la presión policial. “Como se ha hecho siempre con los sirios en la ruta argelina”, aseguran fuentes policiales. “Se asume que pueden pagar más y se les pone la excusa de que es más difícil moverlos porque son más reconocibles para las autoridades. Son viajeros más rentables”.
El temor, advierten las mismas fuentes, es que los asiáticos cambien la ruta del Mediterráneo central que lleva a Italia, por la de Canarias. “Será un problema porque son redes mucho más organizadas”, mantiene. Las redes, en cualquier caso, no sobrevivirían sin la connivencia de las autoridades locales, marcadas en el caso de Mauritania por la sombra de la corrupción. “Una parte del dinero se destina a sobornos para que miembros de las fuerzas de seguridad miren para otro lado”, contó a EL PAÍS un armador de barcos mauritano que conoce muy bien el negocio. “Son ellos quienes les abren el mar”.
Las 62.000 entradas irregulares en España no difieren mucho de las que encontramos en el resto del Mediterráneo. Italia, que ha fiado su política migratoria a pactos muy criticados con las dictaduras de Túnez o Egipto o el infructuoso modelo de enviar inmigrantes a Albania, cierra el año con más de 65.000 ingresos y vuelve a los niveles de 2021. Por otro lado, Grecia con más de 60.000, encadena, como España, años de aumento. La UE, en todo caso, cierra 2024 a la baja. Las más de 192.000 entradas marítimas y terrestres suponen una caída del 29% respecto al año anterior.
“Las políticas de los gobiernos europeos no marcan gran diferencia. Aumenta la represión, pero los flujos se mueven. Lo han hecho de Libia a Túnez y de Marruecos a Mauritania, y pueden volver a hacerlo a la inversa”, explica Matteo Villa, investigador del Instituto de Estudios de Política Internacional (ISPI). “Pretendemos concentrar todo el esfuerzo en la política de fronteras, pero si se quiere ser verdaderamente de derechas se debería trabajar en las expulsiones. Y si de verdad Europa quiere ser acogedora, que no queda otra porque necesitamos inmigración, debería ponerse a trabajar ya en vías regulares de entrada”, argumenta Villa.
Los récords, en cualquier caso, están bajo el mar: casi 1.400 personas han fallecido o desaparecido intentando llegar clandestinamente a España, según los cálculos conservadores de la Organización Internacional para las Migraciones. Caminando Fronteras las eleva a 10.457 víctimas. “La barca se quedó a la deriva, nos llevaban las olas. Todos estábamos muy cansados, y cuando veías que alguien se sentaba tranquilo y dejaba de llorar o de rezar, era que se estaba muriendo. Las vidas se iban apagando, y yo esperaba a ser el próximo, pero fue mi hermano. Le decía a mi hermano que no bebiese agua del mar, que aguantara, pero bebía sin parar, luego vomitaba, y después se sentó y dejó de hablar. No tuve fuerzas para tirar su cuerpo, lo hicieron otros. Además de mi hermano, vi morir a una familia entera, el padre acabó tirándose al mar cuando tiró al último de sus hijos. No tuvimos fuerza para impedírselo. No sentía nada cuando por fin nos rescataron, no tenía fuerzas en mi cuerpo, pero tampoco en mi alma”, relató T.D., un superviviente de uno de tantos naufragios en la ruta canaria, a la ONG.
Se reactiva la ruta argelina
Al poner la lupa en las pateras en el Mediterráneo, vuelve a aparecer en rojo otro archipiélago, el de las Baleares, donde las llegadas se habían disparado un 216%, según datos policiales internos que el Ministerio del Interior no hace públicos. No se trata de grandes números, unas 5.700 personas, aunque en las islas, sin apenas estructura, cualquier alteración impacta de lleno en el sistema de recepción y de acogida. Pero la lectura va más allá: la ruta argelina vuelve a despuntar después de años de contención.
La clave de las salidas desde Argelia, con quien España no mantiene las mejores relaciones diplomáticas, es que además de argelinos, las pateras traen también malienses y hasta somalíes en una proporción más elevada de lo habitual. Este es un dato relevante en el análisis, advierten los expertos, porque el país es conocido por controlar con mano de hierro la inmigración subsahariana. Por tanto, algo está cambiando. Puede que haya más laxitud o más redes que desbordan a las fuerzas de seguridad, aunque las autoridades españolas aún son prudentes en su diagnóstico. Lo que sí han constatado, y así lo refleja también Frontex en su informe, es que los lugares de partida se han multiplicado y desplazado y los migrantes salen desde zonas cada vez más orientales (y más lejanas) de las habituales para evitar el control.
Markus González, profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Barcelona, y ex director general de Inmigración, resta importancia a las cifras. “Cada año hay oscilaciones, las cifras suben y bajan, sin que los Gobiernos sean factores decisivos… Y el reto sigue siendo dejar de gestionar desde el miedo y diseñar las políticas que vamos a aplicar, que no pueden seguir siendo de emergencia, sino estructurales”, mantiene. González defiende: “Necesitamos una gestión multinivel y coordinada. Del Estado, pero también de ayuntamientos y comunidades autónomas. Y hay que aplicar reglas y políticas que respondan a nuestros valores”.