Si Shakespeare fuera mexicano y viviera en nuestro tiempo, ¿cómo serían sus obras, dónde sucederían, quiénes serían sus protagonistas? Los Colochos, una de las compañías mexicanas de mayor proyección internacional, lleva diez años dando una posible respuesta a estas preguntas. Y sigue en ese empeño con su último trabajo, Tuta, basado en Tito Andrónico, una obra primeriza y desmedida del bardo inglés que muchos expertos consideran suya solo en parte. La tentativa de Los Colochos va a vivir su estreno absoluto en España, primero en Sevilla (Teatro Central, 22 y 23 de noviembre) y una semana después en el Auditorio de Tenerife. Presenta un peculiar dispositivo que llama poderosamente la atención. El público accede al teatro y entiende que está entrando en una cárcel. Hay dos caminos que conducen a dos espacios distintos. En uno, el pabellón masculino, la obra la hace un elenco de actores; en el otro, el ala de la prisión donde viven las mujeres presas, hay un elenco de actrices. Ambos elencos interpretan la misma obra, al mismo tiempo, y los espectadores y espectadoras, durante la representación, pueden moverse de un espacio a otro.
¿Por qué este dispositivo desdoblado? ¿Por qué una cárcel? Juan Carrillo, director y coautor de la versión junto con Alfonso Cárcamo, responde por teléfono desde México, en vísperas del estreno en Sevilla: “Queríamos poner a prueba esa recepción del público ante dos puestas en escena idénticas, ver qué tipo de diferencias surgen, si de pronto el asunto del género, de que sean hombres en un lado o mujeres en otro, resurge por sí mismo. El punto de partida no es el género, pero está ahí. En todo caso, será el espectador el que haga esa lectura o no. Pero no es una obra que hable de cómo se vive la cárcel en mujeres o en hombres, que evidentemente es algo diferente. Nosotros no queremos señalar la diferencia, sino ese punto de encuentro humano donde, independientemente del género, se cuenta el deseo de luz o el deseo de venganza, los claroscuros del alma humana”.
Shakespeare es universal y sigue explicando como nadie las emociones humanas. Con Tuta, Los Colochos cierran la pentalogía que empezó en 2014 con Mendoza, su versión de Macbeth. El juego, profundamente teatral, de adaptar un clásico europeo a la cultura mexicana ha tenido otras tres paradas antes de llegar a Tuta: Nacahue: Ramón y Hortensia, a partir de Romeo y Julieta; Silencio, a partir de Otelo; y Reina, que convertía al Rey Lear en una actriz anciana. Ambición, poder, locura, amor, odio, miedo y algo que atraviesa toda la pentalogía y toma especial protagonismo en este trasunto de Tito Andrónico que se vive en una cárcel: la violencia.
Las cárceles mexicanas son hervideros de barbarie, centros superpoblados (226.000 presos en 2022, según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía de México, de los que casi el 95% son hombres) con personal insuficiente y mucha corrupción, donde se cometen tantos delitos como en las calles. Este contexto de privación de libertad era idóneo como espacio para desarrollar la acción de Tuta. Lo que en el original de Shakespeare era la afrenta constante de todos contra todos en lucha por conquistar el poder de la Roma imperial o conservar el honor y la gloria, en esta versión es lo mismo pero con capos del narcotráfico de cárteles rivales.
“Pensamos que el contexto carcelario”, dice Juan Carrillo, “era el caldo de cultivo perfecto para estas situaciones sumamente extremas, porque las pasiones humanas, en confinamiento, se vuelven mucho más radicales. Y la cárcel no deja de ser un reflejo de la sociedad, solo que al ser un lugar en el que la gente está encerrada, todo lo que se refleja de afuera se vuelve más grande. Lo que queremos es cuestionarnos si la violencia es eminentemente humana y lo que nos toca es poner filtros morales para sobrellevarla, o por el contrario es solo cosa de gente violenta. Esto último nos exime de toda culpa como especie y lo otro nos obliga a hacernos responsables de algo que simplemente es así y que, no porque sea así, tenemos que darle rienda suelta donde y cuando sea”.
Asesinatos despiadados, violaciones, mutilaciones y hasta canibalismo. Puede que Tito Andrónico sea una de las obras más violentas escritas en su tiempo, pero el aquí y ahora de México dialoga con ella a la perfección. Allí la violencia es un fenómeno que va más allá de lo político: es estructural, transversal y, por tanto, cultural. “No le temo a la muerte, más le temo a la vida”, dice una famosa ranchera. Cientos de personas devotas acuden cada primero de mes al barrio de Tepito, que lleva el sambenito de ser el más peligroso de la capital mexicana, a rezarle a la Santa Muerte, al tiempo que hay más de cien mil casos de desapariciones sin resolver.
Sus grandes ciudades suelen encontrarse en el top cinco de las más inseguras del mundo. Secuestros, balaceras, cárteles del narcotráfico, fuerzas de seguridad corruptas… Casi 100 asesinatos diarios, más de 30.000 al año. Desde hace 30 años, cuando empezaron a conocerse las salvajadas que se cometían contra mujeres en Ciudad Juárez, México es uno de los centros mundiales del feminicidio. Ahora el país, tan vital y colorista como siempre, está gobernado por una mujer por primera vez en su historia, Claudia Sheinbaum, que ha llegado decidida a rebajar estos índices de criminalidad. Enfrente tiene una realidad llena de contradicciones, donde la violencia está profundamente enraizada y normalizada y la impunidad campa a sus anchas.
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