… Y todo el mundo lo sabe. Tal vez fuera esta la frase más cañí de todas las que se pronunciaron en el abracadabrante show de la moción y que bien pudiera inspirar un ensayo que ahondara en las razones por las que cualquier movimiento reaccionario coloca a la mujer en el centro de su discurso nostálgico. Lo que me ha parecido más triste de todo este asunto, que en su apariencia superficial se alimenta de la astracanada, es que lo que más se ha destacado ha sido la vejez del presidenciable Tamames, esa supuesta decadencia intelectual a la que los años condenan, el tono condescendiente que empleamos con los ancianos al ignorar, ay, que llegará el día en que a nosotros también nos costará arrastrar los pies. Pero no hay que olvidar que Franco hizo gala de su implacable crueldad hasta el último aliento y que a nadie se le ocurrió poner en duda su poder por el hecho de ser ejercido por un viejo moribundo. Atentos al asunto: si bien la mente puede deteriorarse con los años, también vemos muchas cabezas jóvenes sumidas en el cabreo perpetuo por haber perdido el poder que atesoraron. Hagan ustedes la cuenta de cuántas idioteces pueden salir de la boca de un hombre despechado, y cito a los hombres porque han venido siendo los que han acaparado el mando. A las mujeres, para dicha reacción, nos queda el dudoso honor de ser subordinadas, ostentando un poder doméstico cargado de ataduras que imposibilita gozar de una existencia independiente.
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