El tándem Trump-Musk lleva al límite el desgobierno del Partido Republicano en Estados Unidos | Elecciones USA



El último drama parlamentario made in Washington, retransmitido en directo desde el gran plató del Capitolio, amenazó este viernes con cerrar a medianoche el grifo de la financiación del Gobierno estadounidense, paralizar el trabajo de algunas agencias federales y dejar sin sueldo a unos 875.000 funcionarios a cuatro días de la Navidad. Finalmente, un voto in extremis en la Cámara de Representantes evitó la que podría haber sido la última gran crisis legislativa de la Administración de Joe Biden y la primera de la segunda presidencia de Donald Trump, incluso antes de nacer. Aunque cueste creerlo al ver las noticias y la influencia que ya ejerce sobre la vida política del país, aún faltan 31 días para que el presidente electo tome posesión el próximo 20 de enero.

En esta nueva temporada de la serie de enredos políticos, el protagonismo siguió siendo de los 219 congresistas republicanos de la Cámara baja, a los que el tándem formado por el propio Trump y su nuevo mejor amigo, Elon Musk, última estrella en incorporarse al show, llevaron estos días una vez más al caos y el desgobierno. No es la primera: esos 219 políticos son los mismos que hace dos años necesitaron 15 rondas de votaciones, todo un récord, para elegir al líder de su magra mayoría, el speaker Kevin McCarthy, al que echaron solo 10 meses después tras una revuelta del ala más dura del partido. Los mismos, también, que fueron quemando candidatos, en otra demostración de la lucha de egos en la que se ha convertido la vida en el Capitolio, hasta quedarse con el actual presidente de la Cámara: Mike Johnson.

La impresión de que el ultraconservador Johnson tenía al fin apaciguados los ánimos y controlados a los suyos quedó en un espejismo esta semana, cuando se frustró la votación de una ley pactada por miembros de ambos partidos para garantizar la financiación de la Administración durante tres meses y, además, suspender la aplicación del techo de la deuda hasta enero de 2027. De no haberse acordado esa suspensión, que permitirá al país no faltar a sus pagos, Trump no habría podido llevar a cabo muchas de sus promesas estrella, como el recorte de impuestos y la deportación masiva de migrantes irregulares.

El giro de guion lo puso Musk, el hombre más rico del planeta y, desde que se asoció con Trump durante la campaña que devolvió al expresidente a la Casa Blanca, también uno de los más influyentes. Le bastó una serie de tuits en X, red social de la que es propietario, para tumbar el acuerdo bipartidista ―que incluía provisiones para proteger a los consumidores o financiación para la investigación contra el cáncer infantil― y empujar a Washington al borde del caos. Trump cambió entonces de idea y expresó su acuerdo con Musk, lo que invitó a preguntarse hasta dónde llega realmente la influencia del propietario de Tesla sobre el nuevo presidente.

En la tarde del jueves, Johnson anunció un nuevo pacto de los suyos, listo para ser votado, un plan B que introducía cambios como la eliminación del primer aumento de sueldo a los congresistas desde 2009. Pese a que contaba con el beneplácito de Trump (lo definió como “un muy buen acuerdo para el pueblo estadounidense”), este no sobrevivió a su examen en el hemiciclo: por la noche se opusieron a él todos los demócratas de la Cámara menos dos, así como 38 republicanos. En esa lista de los que llevaron la contraria al presidente electo, un hombre acostumbrado últimamente al control absoluto del partido, figuran algunos de los actores más díscolos del reparto, secundarios que han robado el plano varias veces en estos dos años.

Vance al rescate

Tal vez ninguna imagen ejemplifique mejor el frenético viernes que se vivió en Washington que la del vicepresidente electo, J. D. Vance, llegando pasadas las 7.00 de la mañana para echar una mano a Johnson, cuya cabeza ya está pidiendo el ideólogo trumpista Steve Bannon, en la tarea de poner orden en la conferencia republicana. En declaraciones a los periodistas, Vance dijo visiblemente crispado que si llegaba el temido shutdown (término que en la jerga política de la ciudad define la parálisis de financiación) habrá que culpar a los demócratas por votar en bloque contra el plan B. Trump, por su parte, escribió en Truth, su red social: “Si va a haber un cierre del Gobierno, que sea ahora, bajo la Administración de Biden, no después del 20 de enero, bajo ‘TRUMP’ [las mayúsculas son suyas]. Es un problema que tiene que resolver Biden, pero si los republicanos pueden ayudar, lo harán”.

¿Y Musk? Pasó la mañana mandando mensajes en X sobre variados asuntos, hasta sobre las recientes elecciones en Rumania, expresando su apoyo por el partido ultraderechista Alternativa por Alemania y defendiendo en tono de regocijo su bloqueo. También negó que sea “el presidente en la sombra” y alardeó sobre lo que piensa lograr con la revolución de recortes en la Administración que prepara y de la que todo este escándalo sonó a simulacro. Junto a Vivek Ramaswamy ―otro milmillonario, aunque mucho más modesto―, Musk encabeza el Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE son sus siglas en inglés) que promete un ahorro de dos billones de dólares que se antoja difícil de lograr.

En cuanto a Biden, el aún presidente se mantuvo al margen y fiel a su estilo de las últimas semanas, un estilo que ha sido comparado con la tendencia al quiet quitting que los sociólogos inventaron hace un par de años para referirse a la renuncia silenciosa de esas generaciones jóvenes que ya no le ven tanto sentido como las precedentes a verse esclavos del trabajo.

O tal vez se deba a que Biden, que se estrenó como senador en 1972, es todo un veterano del circo de Washington, que sabe perfectamente que el drama del cierre del Gobierno es recurrente en la ciudad, que suele arreglarse, como fue de nuevo el caso, en el último minuto y que si no lo hace no es el fin del mundo: el presidente Jimmy Carter (1977-1981) tuvo que enfrentarse a uno por año. El último shutdown importante fue en diciembre de 2018, cuando Trump, que tenía el control del Congreso, pidió financiación para construir el muro en la frontera con México y la Cámara de Representantes le echó un pulso que acabó en sonora bofetada. Duró 34 días y fue el más largo de la historia.

Las consecuencias que habría tenido no alcanzar un acuerdo son muchas, aunque no siempre fáciles de entender fuera de Estados Unidos. A menudo, tampoco dentro. La ingeniería presupuestaria de este país es un arcano indescifrable hasta para los propios congresistas, pero ahí van algunos ejemplos: hay agencias gubernamentales esenciales, como el FBI, la Patrulla Fronteriza o la Guardia Costera, que permanecerían abiertas; los controladores aéreos y los carteros continuarían con sus trabajos; los parques y monumentos nacionales cerrarían y a muchos empleados civiles de agencias como el Departamento de Defensa los enviarían a casa. Los procesos penales quedarían interrumpidos, no así los civiles.

Johnson superó la prueba de este viernes, pero no le conviene confiarse mucho. A principios de enero, cuando el Congreso vuelva del receso de las Navidades, los republicanos de la Cámara baja tendrán que elegir de nuevo a su líder, y, visto lo visto, su renovación como speaker no está garantizada. “El Presidente de la Cámara de Representantes hizo un buen trabajo en este caso, dadas las circunstancias”, dijo Musk en X tras la votación y con tono un tanto condescendiente. “Pasó de ser un proyecto de ley que pesaba kilos [en inglés, escribió pounds, libras] a pesar decenas de gramos [ounzes, onzas]. La pelota debería estar ahora en la cancha de los demócratas”.

En las elecciones de noviembre, sus rivales republicanos obtuvieron la mayoría en el Congreso, aunque el triunfo no se correspondió con la inequívoca victoria obtenida por Trump en la votación presidencial. El margen con el que cuentan ―220 representantes, frente a los de los 215 demócratas― es mucho más corto que el apetito por el caos que sus miembros han demostrado en los últimos tiempos.





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