El tamaño no importa cuando hay periodismo | Defensora del lector



Si ha leído ya la entrevista que Luz Sánchez-Mellado le hace este domingo a la cómica Lalachus, quien presentará las campanadas de Nochevieja en La 1 con David Broncano, quizás no haya visto que ese texto es más extenso en la web (2.000 palabras) que en la edición de papel de EL PAÍS (800). También la columna de opinión que esta periodista publica los jueves suele ser más larga en la versión digital que en papel.

El lector Fernando Ezcurra observó hace unos días esta disparidad en un artículo de Sánchez-Mellado y escribió al buzón de la defensora. “En lo publicado en la edición no impresa, finaliza de la siguiente manera: ‘Mientras tanto, un cómico llamado Grison hace gracietas sobre porros y cocaína en la tele pública cada noche. Jo, jo, jo, qué malote’. Este párrafo se omite en la edición impresa del periódico. ¿Ha vuelto la censura?”, pregunta.

La cuestión que apunta Ezcurra es una muestra de cómo a menudo los periodistas y los lectores tienen preocupaciones muy distintas. Mientras que en la Redacción está normalizado que un texto tenga diferente extensión según el soporte o la edición ―ocurre en casi todas las informaciones―, a un lector no habituado a los usos periodísticos puede resultarle extraño e incluso reprochable. Por eso, este caso, que no esconde ninguna mala práctica, merece una explicación.

Luz Sánchez-Mellado aclara que no hay censura, puesto que es ella misma quien decide qué suprime de una versión a otra. Su forma de trabajar implica que primero escribe para la web y luego corta el texto para el papel, donde tiene un espacio acotado. “No engaño, porque se me ve el truco”, bromea.

“El lector tiene la garantía de que lo que aparece en la columna en el papel es lo que ella quiere escribir y no lo que un editor ha decidido”, añade Pablo Ximénez de Sandoval, responsable de la sección de Opinión. El resto de los columnistas, explica este mando, se ciñen habitualmente al espacio asignado en el papel y no suele haber cambios para la web.

Sin embargo, en las informaciones lo normal es que haya más texto en la edición digital y, a veces, la noticia llega a más que duplicar el espacio fijado en el papel. Un ejemplo es la entrevista que le hizo el periodista José Marcos al expresidente de Aragón, Javier Lambán, publicada el lunes, que tiene 2.300 palabras en la web, luego rebajadas a 1.200 en una sola página del papel. “La idea de que internet es infinito tampoco es real”, dice Marcos. “En la web te expandes, pero dentro de unos límites razonables, para no cansar al lector”.

En este caso, la conversación con Lambán duró 80 minutos. La transcripción de la entrevista suma 12.000 palabras, que el redactor dejó en una primera versión de 2.900. El responsable de la sección de España de ese día le pidió que en la web recortara 600 más y así lo hizo. “Hubo que seleccionar y priorizar una información sobre otra”, explica Marcos. Después, siguió cortando texto para el papel: por ejemplo, dejó fuera asuntos en clave regional, como las preguntas relativas al PSOE de Huesca, cuna del sector crítico con Lambán, que sí aparecen publicadas en la web.

“Una entrevista es un ejercicio de apuesta y de síntesis de una conversación extensa, del que eres responsable”, dice Sánchez-Mellado. “Aspiro siempre a mantener el aire del diálogo, pero es imposible reflejarlo literalmente y me automutilo, con gran dolor de mi corazón”. Al principio, recuerda, sí respetaba el límite que tiene en la última página, de 800 palabras. Pero como dejaba fuera buena parte de la charla, comenzó a publicar extractos en su perfil de Twitter, con el aviso de “bonus track”.

Entonces, cuenta, algunos lectores le reprocharon que les hurtara respuestas jugosas y decidió incluir una versión más larga, habitualmente el doble, en la web. De las 350 entrevistas que ha publicado cada domingo de los últimos siete años, nunca ha tenido quejas de los entrevistados porque no respete lo que pretendían decir, declara orgullosa.

El baile de textos que se acortan y se alargan es tan antiguo como los periódicos impresos, donde el espacio siempre se ha decidido en función del número de anuncios y, una vez colocados estos, de la importancia de las noticias. Cuando solo había papel, un redactor podía comenzar el día pensando que su reportaje iba a ir a página completa, pero si llegaba una noticia de última hora, a media tarde veía reducido el espacio a la mitad y seguramente antes del cierre debía elegir entre escribir una versión aún más corta o guardar el tema, si era posible, para otro día. Ahora lo más probable es que el texto se publique entero en la web y ni siquiera vaya publicado en el papel, donde no cabe ni de lejos toda la producción informativa que EL PAÍS realiza a diario.

Todo ello muestra una de las claves profesionales: el periodismo es un continuo ejercicio de selección. El periodista se enfrenta cada día a la misión de elegir la información. Dónde pone la mirada, de qué hechos informa, a quién pregunta, cómo refleja esa conversación o la forma de narrar la historia, si en imágenes, en audio o en texto. De todo ello se puede escribir una enciclopedia o un tuit, pero no es el tamaño lo que importa, sino que la selección se haga bajo las reglas profesionales y con honradez.

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