El Rey ha recibido en la tarde de este jueves en Italia, como “un inmenso honor”, su primer doctorado honoris causa. Se lo ha otorgado la universidad Federico II de Nápoles, en la rama de Ciencias Sociales y Estadística, y Felipe VI lo ha agradecido con una intensa y erudita lección magistral sobre los lazos históricos y culturales de la ciudad con España, un tema inabarcable en el que no obstante el Monarca fue exhaustivo. “Nápoles no se puede entender sin España y España no se puede entender sin Italia, y más concretamente sin Nápoles”, resumió en el monumental teatro San Carlo, donde tuvo lugar el acto, con 1.100 invitados, todo un acontecimiento en la ciudad, y con la presencia del presidente de la República, Sergio Mattarella. Los Reyes habían almorzado antes con él al borde del mar en la bellísima Villa Rosebery, en Posillipo. Felipe VI ha recibido también el honoris causa de la universidad Complutense, pero aún no se le ha entregado, así que se trata del primer reconocimiento de este tipo que se le concede.
Todos los asistentes a la ceremonia estaban en realidad dentro de un gran ejemplo de lo que Felipe VI decía. El teatro, el primero de ópera del mundo y el más antiguo en actividad, lo construyó en 1737 un antepasado suyo —con siete borbones por medio—, Carlos III, rey de Nápoles y después de España en el siglo XVIII. Es el rey favorito, entre otros muy mejorables, en el imaginario de la ciudad —el propio bar del teatro sirve el café Borbone—, y Felipe VI también se declaró admirador suyo. Confesó que tiene en el despacho un retrato del monarca, obra de Mengs, pues “aún con la distancia histórica y las circunstancias de nuestro tiempo —esencialmente que hoy vivimos en democracia—, es para mí una referencia constante la trayectoria y el compromiso como gobernante de nuestro Re condiviso (rey compartido)”.
Carlos III es el símbolo mejor y más claro de ese complejo lazo entre Nápoles y España. Nápoles fue durante siglos prácticamente la única gran capital de Italia, la tercera ciudad de Europa tras Londres y París, una realidad política propia de impronta claramente española: aragonesa en el siglo XV, luego española durante dos siglos (1503-1714), gobernada mediante virreyes, y por último borbónica hasta la unidad de Italia en el siglo XIX. Ha surgido incluso en los últimos años en el sur de Italia un movimiento neoborbónico de nostalgia monárquica, engañosa para los historiadores más serios, que recuerda aquella época como un momento idílico con la tesis de que luego habría sido sojuzgado por la unidad de Italia.
La universidad, fundada en 1224 y que ha cumplido 800 años, siempre estuvo ahí en todos esos siglos de historia. Nació por orden imperial, laica, por primera vez en Europa y a diferencia de otras italianas como la de Bolonia. “Esta universidad es una fundación real; el vínculo entre Corona y universidad existe desde hace siglos y ha sido notablemente fructífero”, recordó el Rey, que señaló cómo ya Fernando el Católico “no escatimó esfuerzos para apoyar a la universidad, contribuyendo a garantizar su supervivencia”.
El discurso culminó con una decidida defensa de la universidad pública y su papel esencial en la vida democrática, en un momento de recortes a su financiación en la Comunidad de Madrid y otros lugares: “El sentido literal de la locución latina, alma mater, es decir, madre nutricia o nutriente, sigue siendo una metáfora certera para aludir a la universidad en su función proveedora de alimento intelectual (…) fuente de conocimiento, de innovación y de pensamiento crítico. (…) La reflexión de la universidad es imprescindible en unos momentos complejos como los que vivimos”.
Felipe VI citó a algunos de los alumnos ilustres que han estudiado en el ateneo napolitano, que por primera vez en su larga historia ha otorgado un doctorado honoris causa a un jefe de Estado: Boccaccio, Petrarca, Giambattista Vico y Santo Tomás de Aquino. Que se complementa con la larga lista de artistas y autores españoles que pasaron por la ciudad: Juan de Valdés, Cervantes, Quevedo, Saavedra Fajardo, José de Ribera. Y Velázquez, que en Nápoles, recordó el Rey, vivió “una etapa importante de su aprendizaje, en la que tuvo la oportunidad de conocer de primera mano el arte de Caravaggio, lo que marcó profundamente su estilo en términos de luz y dramatismo”. Otra joya esencial de la ciudad también tiene huella española, apuntó Felipe VI: “El ingeniero militar Roque Joaquín de Alcubierre descubrió Herculano, Pompeya y Stabia, uno de los sucesos culturales que más admiración causaron en la Europa de mediados del siglo XVIII”.
En su recorrido histórico el jefe de Estado también citó como otro hito a Alfonso V, el Magnánimo, rey de Aragón y de Nápoles en el siglo XV. “En esta ciudad se distinguió como un verdadero mecenas renacentista, rodeándose de una corte en la que participaron notables hombres de letras, artistas e intelectuales como Lorenzo Valla”, explicó. Uno de sus frutos fue el Cancionero de Stúñiga, una selección de poemas en español e italiano de 40 autores.
Este reino fue decisivo en los intercambios económicos y culturales entre los dos países, especialmente con la ciudad de Valencia. “Puede afirmarse que aquel momento fue el pórtico del Renacimiento español”, concluyó. Felipe VI hizo en este punto una cita significativa del monarca, como si fuera un consejo que se ha subrayado: “Se le atribuyen estas palabras: ‘Los libros son, entre mis consejeros, los que más me agradan, porque ni el temor ni la esperanza les impiden decirme lo que debo hacer’”.
El jefe de Estado también mencionó al virrey Pedro Álvarez de Toledo, que reurbanizó Nápoles, abrió Via Toledo, arteria central de la ciudad, y levantó los Quartieri Spagnoli, uno de los barrios más napolitanos que existen. El Rey recurrió a una cita del gran historiador y filósofo Benedetto Croce para reflejar su legado: “Don Pedro trajo a Nápoles el espíritu del Siglo de Oro español, transformándola en un crisol de culturas”. Croce fundó en el siglo XX los estudios modernos sobre las relaciones de España e Italia, obsesionado por desentrañar la influencia mutua de “una decadencia que abrazaba a otra decadencia”, según escribió. Le marcó un viaje iniciático de juventud a España en 1889, al acabar la universidad con 23 años, en busca de las raíces comunes. Admiraba el románico y el gótico, odiaba el barroco y el flamenco.
El Risorgimento y la unidad de Italia se hicieron en el sur del país, en busca de una identidad propia, contra España, vista como responsable de sus males y su declive, y Croce fue muy importante en la historiografía para reescribir esa perspectiva, manteniendo una visión crítica, pero desenterrando el sustrato español de identidad napolitana. Por eso el Rey le dedicó un pasaje: “En esta maravillosa ciudad están también las raíces del hispanismo italiano con la figura señera de Benedetto Croce a la cabeza y aquí siguen estando también algunas de sus ramas más fértiles”, dijo para citar a continuación a Giuseppe Galasso y Antonio Gargano, fallecido recientemente tras concluir su gran obra sobre Garcilaso de la Vega.
Felipe VI incidió en varios momentos en ese intenso lazo: “El pasado que napolitanos y españoles compartimos ha servido para unirnos en el presente con aquel ‘parentesco de corazones y de caracteres’ del que hablaba Baltasar Gracián en su Oráculo manual y el arte de la prudencia, dedicado, precisamente, al duque napolitano de Nocera”.
De igual influencia fue otro virrey, el conde de Lemos, mecenas de Lope de Vega y Cervantes, a quien el autor del Quijote dedicó muchas de sus obras. “A Nápoles vino rodeado de un círculo literario que actuó de hilo conductor entre la Corte de Madrid y el virreinato”, rememoró el Monarca, que también apuntó que construyó en la ciudad otra sede universitaria.
Así llegó este paseo por la historia a Carlos III, el puente más emblemático entre España e Italia. El rey ilustrado, con el que la universidad napolitana por fin despegó en el conocimiento moderno, tras siglos de control de la Iglesia (el duque de Osuna llegó a exigir en 1618 a los doctores el juramento de fe en la Inmaculada Concepción). Entonces, por ejemplo, se creó la primera cátedra europea de economía política, en 1754. En Madrid es palpable la huella napolitana de Carlos III, tras el desembarco de “talentos italianos como Corrado Giaquinto, Tiepolo, Scarlatti, Boccherini o Sabatini”, enumeró el Rey. “La trayectoria del rey Carlos III impregna el siglo XVIII de un aire tan genuinamente napolitano como decididamente español”, resumió.
El Rey cerró su discurso dando “gracias de corazón”, en una ciudad que “Garcilaso de la Vega nombraba como ‘pulchra Parthenope’ y que la escritora española Carmen de Burgos definió como ‘jardín del mundo’”. Fue un detalle por parte de Felipe VI, concluir con el recuerdo de la primera periodista profesional de España, que vivió en Nápoles, en Via Chiaia, cerca del teatro, y que murió en 1932 diciendo esta frase: “Muero feliz porque muero republicana”. Un gesto elocuente del libre debate de ideas que hoy celebraba esta universidad.