“El cambio climático mata”. Ese fue el principal mensaje que el presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, quiso llevar a la cumbre del clima de la ONU que se está celebrando en Bakú (Azerbaiyán), la COP29. “En España, en Valencia, hemos sido testigos de uno de los mayores desastres climáticos en nuestra historia”, añadía la semana pasada el presidente en el inicio de esta conferencia en referencia a las inundaciones del 29 de octubre. Ese episodio extremo está siendo también protagonista en esta cumbre gracias en gran parte a las apocalípticas imágenes difundidas por los medios de comunicación de todo el mundo. Pero esa catástrofe no fue un hecho aislado. Un informe presentado este lunes en la COP29 advierte de que “la frecuencia de inundaciones repentinas” en los países de la región mediterránea ha ido en aumento en las últimas décadas “por el efecto combinado de la expansión urbana” en áreas inundables y por el cambio climático.
El estudio ha sido elaborado por el MedECC, una red de científicos medioambientales y climáticos euromediterráneos, y la organización Unión por el Mediterráneo, y se centra en los impactos que la crisis climática tiene y tendrá en la costa de los países de esta región. En el apartado dedicado a las inundaciones repentinas que acaban siendo desastrosas, se advierte de que en el futuro es probable que se vuelvan más frecuentes, además de intensas, “debido al cambio climático y al crecimiento de las áreas urbanas”.
Unas horas después de la presentación del informe, la organización ecologista internacional Greenpeace ha querido también poner el foco sobre los desastres vinculados a la crisis climática. Y ha traído hasta Bakú objetos personales y restos relacionados con 10 catástrofes naturales de varios puntos del mundo, entre ellos, de las inundaciones que sufrió Valencia el 29 de octubre.
Por un lado, la literatura científica apunta a un incremento de los episodios con lluvias por encima de los 40 mm por día, que son los que desencadenan las posibles inundaciones repentinas. Pero el informe también alerta de las consecuencias de “la mala gestión del suelo o urbana”. Porque el riesgo aumenta en amplias zonas del Mediterráneo “debido a los asentamientos urbanos expuestos y vulnerables, las zonas densamente pobladas”, además de por “los regímenes climáticos locales y las condiciones topográficas”. “En el futuro, en ausencia de una adaptación eficiente, se espera que los riesgos de inundaciones repentinas aumenten en relación con el aumento de la frecuencia de lluvias intensas y la densidad de población en las zonas costeras propensas a inundaciones”, resalta el estudio, que cita en ese apartado a países como España, Turquía, Grecia, Italia y Francia.
Pero este informe, que a lo largo de 240 páginas realiza una recopilación de la literatura científica sobre los impactos de la crisis climática en la costa mediterránea, va más allá de las inundaciones repentinas. Y expone otros riesgos, como los asociados al aumento del nivel del mar, que amenaza a sectores vitales como el del turismo, o el incremento de la temperatura del agua, que favorece la expansión de especies exóticas invasoras.
Un tercio de la población de la región mediterránea vive muy próxima al mar y la previsión es que, además, el número de habitantes en estas zonas se incremente de forma más rápida que en las áreas de interior, lo que aumenta la vulnerabilidad ante las consecuencias del calentamiento global, como el aumento del nivel del mar. El estudio advierte de que hasta 20 millones de personas podrían tener que dejar sus hogares a finales de siglo debido a este problema. Este peligro es “aproximadamente tres veces mayor en los países del sur y del este que en los países del norte”.
En estos momentos el ritmo de aumento del nivel del mar, que ya está golpeando infraestructuras en toda la cuenca, es de 2,8 milímetros al año, lo que supone una aceleración, ya que supone el doble de velocidad que la media del siglo XX.
Ese incremento del nivel del mar, que no se detendrá durante este siglo, unido a las tormentas implicará una “erosión costera” generalizada. El estudio pronostica que el retroceso medio de la línea de costa con respecto a 2010 será de entre 17,5 y 23 metros para 2050; para 2010 sería de entre 40 y 65 metros. Que se quede en la parte más baja de la horquilla dependerá de lo rápido que se recorten las emisiones de gases de efecto invernadero, es decir, de si se logra que el calentamiento sea lo menor posible. Eso, que el cambio climático se quede dentro de los límites menos catastróficos posibles a través del recorte de las emisiones, es la razón de ser de las cumbres de la ONU, como esta COP29 que se celebra en Bakú.
La reducción de la línea de costa implica impactos importantes en uno de los motores económicos de la región: el turismo. El estudio del MedECC advierte de que las playas se erosionarán continuamente durante las próximas décadas. Eso implicará la “reducción de la extensión de las áreas para el turismo de sol y playa”. Además, el crecimiento del nivel del mar lleva asociado un aumento del riesgo de inundaciones costeras. “Es probable que los acontecimientos extremos relacionados con el nivel del mar, que suceden una vez cada cien años, aumenten su frecuencia en un 10% como mínimo en 2050 y en un 22% en 2100, en una situación de emisiones intermedias”, apunta el estudio. Aunque los autores añaden que las medidas de adaptación pueden aliviar algo esta situación.
Piero Lionello, profesor de Oceanografía de la Universidad de Salento (Italia) y uno de los coordinadores, ha apuntado a esa línea durante la presentación del estudio este lunes en Bakú. “Hay muchas cosas que se pueden hacer”, ha señalado en referencia a las medidas de adaptación como la construcción de barreras o soluciones naturales, como la recuperación de sistemas de dunas. “Pero no se están implantando”, ha añadido. “Es importante adelantarse”.
Otro de los grandes problemas que están afectando ya al Mediterráneo es el calentamiento de sus aguas. “En las últimas dos décadas, la frecuencia y duración de las olas de calor marinas aumentaron en un 40% y un 15%”, apunta el informe. Y esto tiene consecuencias serias sobre la biodiversidad. Porque están asociadas a “episodios de muertes masivas que han afectado a corales, esponjas, moluscos, briozoos y equinodermos”. “Se espera que estos episodios sean incluso más habituales en un futuro”, alertan los autores.
Además, el agua cada vez más caliente del Mediterráneo está ayudando a la expansión de las especies no autóctonas, que se adaptan y se expanden debido a ese incremento de la temperatura. Pero esas especies llegan de la mano del hombre, que “entran en el Mediterráneo desde el Mar Rojo” por el Canal de Suez, como está ocurriendo con el pez león y otros cientos de animales más que impactan sobre la fauna local.