Un veinteañero de piel negra brillante trepa divertido por un árbol de 10 metros con una agilidad pasmosa en las impactantes cataratas de Kalandula, en el centro de Angola. Está fuerte y sano, trabaja en un hotel y vive con su mujer en esta remota región de abrumadora naturaleza. Eso hoy. De los siglos XVI al XIX habría sido uno de los mejores candidatos para ser capturado como esclavo y explotar sus cualidades para el progreso de otros países. No de su tierra. “La esclavitud interrumpió durante 400 años que hubiese una sociedad dinámica y con desarrollo local en África”, expone Vladimiro Fortuna (Luanda, 42 años). Es el director del Museo Nacional de la Esclavitud de Angola, situado en su capital, Luanda, desde donde se estableció el principal puerto de embarque de personas esclavizadas de la costa atlántica africana. Hay cierto consenso en que fueron al menos 12 millones de africanos los llevados a América en ese periodo para ser explotados y privados de libertad.
El museo, fundado en 1977, se erige frente a ese Atlántico en lo que fuera la capilla de un traficante utilizada para los bautismos forzosos y los cambios de nombres de los apresados antes de zarpar en infames barcos de bandera portuguesa, británica, francesa, española… Una pila de piedra con forma de concha para el agua bendita atestigua este pasado en el pequeño edificio junto a látigos, cadenas, grilletes, palmetas, maquetas de naves y figuras de mujeres desnudas encadenadas cargando sacos en las cabezas. Las ilustraciones de las paredes muestran el hacinamiento infesto en el que se colocaba a los esclavizados en las bodegas durante la travesía atlántica, llamada middle passage (pasaje del medio), donde las torturas impunes se mezclaban con las infecciones y las muertes entre la oscuridad de las maderas.
Solo unos baobabs más atrás de este antiguo templo está el despacho de Fortuna, donde se mueve cuidadoso entre columnas de apuntes y libros. Se enfrenta a lo que considera un debate abierto en la sociedad africana sobre si recordar u olvidar este nefando drama de consecuencias todavía palpables. El estigma y la culpa flanquean este silencio manifiesto. “La esclavitud puede generar un sentimiento de inferioridad en la sociedad africana que también está vinculado al racismo. El fenómeno tiene un efecto psicológico en la población”, contextualiza Fortuna. “Las nuevas generaciones pueden pensar que la esclavitud es solo una práctica que se impuso a la población negra, pero ha existido siempre y en muchísimas culturas, no solo se ha ejercido contra la población negra. Por eso es tan importante que se comprenda bien”, propone.
De otro lado, Fortuna menciona también la culpa que puede perseguir todavía a quienes ejercieron estas prácticas: “Está documentado que en Brasil, por ejemplo, se quemaron archivos y documentos para evitar su culpabilidad”, ilustra. El debate se compone de mil y una aristas. Entre ellas se vislumbra también el mutismo de las familias de apellidos ilustres que levantaron sus imperios a costa del tráfico, la falta de asunción de responsabilidad y perdón de los Estados que perpetuaron la atrocidad, la implicación de una iglesia que participaba en esta estructura de comercio o la participación en las redes de los mismos africanos. Los intereses por mantener oculto este drama son evidentes, pero también se levantan voces para resignificarlo y pedir una reparación justa de los ingentes daños causados, tanto económicos como de violencia, racismo y desigualdad.
En este imbricado debate, Fortuna se posiciona a favor de la difusión del pasado esclavista a través de la documentación y la ciencia. “Esta historia es la historia de la humanidad y no estudiarla nos puede condenar a repetir el fenómeno. Necesitamos mucha más investigación”, clama este maestro de Historia, que reconoce que no es un tema del interés general entre los angoleños y que la inversión académica no es proporcional al grado de importancia de lo acontecido. Como ejemplo, un treintañero angoleño que visita el museo comenta que él no ha estudiado en profundidad la esclavitud durante su etapa escolar.
Rescatar una cultura
No obstante, Fortuna observa que cada vez hay más interés y se analiza más el fenómeno. Uno de los últimos estudios que ha consultado sugiere que la población actual de las regiones angoleñas en las que más personas fueron desarraigadas tiene una media de estatura más baja. “Los traficantes tenían sus preferencias, y seleccionaban a los hombres más altos. Ahora, donde el tráfico fue más intenso, la estatura de los habitantes es más baja en relación con la población del sur y del interior, donde hubo menos incidencia”, argumenta. En otro panel del museo se expone en un mapa el proceso por el que se fue arrancando de sus territorios a cada una de estas personas: las capturas comenzaron en las áreas más cercanas a los puertos y se fueron expandiendo tierra adentro conforme pasaban los siglos.
Otro efecto de la sangría demográfica fue que muchas sociedades se quedaban compuestas fundamentalmente de mujeres y niños, aunque a ellas también las raptaban, pero en menor medida. “Se notan además diferencias en aspectos culturales, como la lengua. Las regiones más colonizadas, donde hubo más tráfico, tienen más elementos europeos o solo se habla portugués”, explica. Y aquí abre otro debate: el del rescate y enseñanza en las escuelas de la rica diversidad cultural de su país, absorbida en parte por la colonización portuguesa. Y del otro lado, también hubo un trasvase cultural hacia las otras orillas. Cada esclavo llevaba consigo la diversidad de sus etnias, sus idiomas, sus costumbres, su manera de trabajar, de bailar, de curar las heridas o de cocinar. Un legado que, en lo tangible, todavía puede verse en los instrumentos de música de las vitrinas del museo o en manifestaciones físicas como la capoeira, desarrollada en Brasil con influencias de Angola.
Fortuna pone ahínco en destacar que, a finales del siglo XV, cuando los portugueses llegaron al antiguo reino del Congo, hoy Angola, se tejió un periodo de convivencia y de intercambio cultural y religioso. “Los primeros documentos apuntan a que existía una relación de cooperación, de contacto. Por eso vemos que el proceso de dominación fue paulatino”, reflexiona Fortuna, que termina por establecer diferencias incluso en la forma de ejercer la esclavitud entre africanos y europeos. “La esclavitud ha existido siempre y en todos sitios, y es una realidad que ya se daba en África. Pero era distinta. Por ejemplo, no era eterna, se ejercía más bien como castigo temporal por adulterio, robo o deuda. Y no tenía ese carácter de marcada violencia”, matiza. Y prosigue: “Tampoco tenía el marcado carácter de comercialización de los europeos”.
Y aquí es donde aparece un elemento clave que va parejo al actual estudio de la esclavitud: la expansión del capitalismo. “Está íntimamente relacionado. La idea de acumulación de la riqueza es impulsada por la esclavitud”, ilustra. Esta tesis, defendida también, entre otros, por Edward E. Baptist en La mitad nunca ha sido contada: la esclavitud y la creación del capitalismo estadounidense (Ed. Basic Books), revela la absoluta dependencia de la explotación de los africanos para el crecimiento económico de los norteamericanos. “La necesidad de mano de obra para trabajar en las plantaciones o para producir bienes muy valorados llevó a los africanos a estar esclavizados en otras tierras y, a veces, también en África”, resume este investigador de un mercado del que se enriquecieron traficantes de los tres continentes.
Y entre otras consecuencias del lastre que arrastra todavía el fantasma de la esclavitud, como puede ser la ralentización de la prosperidad, y por ende, conflictos territoriales, y por ende, migraciones forzosas, Fortuna destaca también el racismo recalcitrante. “Es necesario deconstruir ciertos conceptos que fueron creados en un determinado momento de la historia. El estigma en relación con los hombres africanos es consecuencia de la esclavitud y los propios africanos tienen también que quitarse ese complejo. Cuando se comprende lo que sucede hay más posibilidades de destruir los prejuicios, y eso es lo importante”, concluye.
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