Hay días en los que la paternidad o la maternidad superan. Se vuelve antipática y se transforma en una bola de nieve incómoda que no para de crecer y pesar. Momentos en los que muchos progenitores se desesperan porque se sienten incapaces de educar desde la calma, la serenidad y la empatía. Una profesión compleja que agota, desespera y, en muchas ocasiones, incita a que se muestre la peor versión de uno mismo, normalizando en el día a día el mal humor, el cansancio extremo o el uso de los gritos y las malas respuestas. Los castigos sin sentido, las amenazas y los reproches que tanto dañan la autoestima de los hijos.
La paternidad y maternidad es una de las experiencias más intensas de la vida, en todos los sentidos. Si existe un oficio difícil de ejercer en nuestra sociedad es el de ser papá o mamá; el único del mundo en el que primero te otorgan el título y luego debes cursar una larga carrera de fondo entre tropiezos y miles de aprendizajes. Una labor que reta a diario y te saca de tu zona de confort.
A menudo, los anuncios, las redes sociales o el cine nos han vendido una imagen de la maternidad y paternidad que nada tiene que ver con la realidad. Acompañar, cuidar y educar a un niño es una tarea ardua repleta de contratiempos. Los progenitores actuales tienen poco tiempo para educar a sus hijos desde la reflexión y la tranquilidad. Viven precipitadamente, entrelazando tareas, con muchas dificultades para conciliar la vida personal y laboral. Esto les hace a menudo educar desde la impaciencia, solucionando los obstáculos que les surgen a diario con prisa, intentando buscar soluciones rápidas sin pensar demasiado si son coherentes o no. Qué fácil es cuando todo va bien y los hijos cumplen las normas, se muestran cariñosos y responsables con sus tareas. Pero cuando tienen rabietas o se saltan los límites la cosa se complica enormemente.
Aunque resulte complicado, los progenitores deberían poder vivir la maternidad o paternidad desde un prisma mucho más positivo. Como un camino repleto de primeras veces, donde los objetivos se logran a largo plazo con grandes dosis de serenidad y confianza. Eliminando los miedos y el sentimiento de culpabilidad que, a menudo, les acompañan. Un trayecto en el que no existen atajos o fórmulas mágicas que les aseguren el éxito, pero sí ingredientes que combinados en la medida justa pueden facilitar mucho la tarea de educar.
Los niños no precisan tener padres perfectos porque ellos tampoco lo son. Los progenitores lo hacen lo mejor que pueden o saben en cada momento, con base en sus creencias, valores y experiencias. Lo que un menor sí necesita es sentir que sus padres le observan con cariño, se preocupan por él y le quieren tal y como es sin excusas ni condiciones. Que le educan y le acompañan desde la conexión y el ejemplo sin tener que recurrir siempre al enfado, el grito o la amenaza. Que conectan con sus necesidades sin cuestionar sus emociones, intentan dar respuesta a sus necesidades y le ponen límites que le protegen. Porque lo más importante a la hora de educar a los hijos es estar presente y disponible en su vida, acompañándoles con empatía y compartiendo sus retos. Ofreciéndoles el tiempo y el apego que necesitan para aprender sin temor a equivocarse.
Para poder disfrutar de la maternidad y paternidad los progenitores no deberían olvidar cuatro cosas básicas:
- Que hay muchas maneras de sentir y llevar a cabo el oficio de educar y un millón de fórmulas diferentes de ser una buena madre o un buen padre. Cada persona debe encontrar el estilo educativo con el que se siente más identificado y seguro, asegurándose siempre que se basa en el amor incondicional, el afecto y el respeto.
- En el arte de educar no existe un método mágico que indique lo que debemos o no hacer en cada momento. Así que tocará ser pacientes, confiar en la intuición, establecer objetivos realistas a largo plazo, aprender de la experiencia y del ensayo-error.
- Nunca se debe actuar en función del estado de ánimo. Las normas en casa deben ser siempre las mismas, independientemente del día que hayamos tenido en el trabajo o las preocupaciones que no logremos solucionar. Se deberá evitar la disparidad entre los dos progenitores y lograr actuar con coherencia entre las palabras y los actos.
- Es mucho más fácil educar si tienes alrededor una tribu en la que puedas apoyarte y compartir con ella tus dudas, preocupaciones y logros. Con la que puedas desahogarte cuando las cosas se pongan cuesta arriba y pedir ayuda cuando lo necesites. También celebrar todo lo que va bien.
El tiempo pasa volando y los hijos crecen a gran velocidad. Los padres y madres deben conseguir dejar en los menores una huella que les reconforte, que les haga sentirse queridos y especiales. Que les haga sentir que viven en un hogar cálido que les protege. Como decía el profesor estadounidense Howard G. Hendricks. “La enseñanza que deja huella no es la que se hace de cabeza a cabeza, sino de corazón a corazón”.
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