Pompeya es un cofre del tesoro de la antigüedad sin igual, que ha desvelado infinidad de certezas sobre la vida cotidiana en la Roma de hace casi dos milenios, pero que también sigue guardando bastantes incógnitas. Uno de los mayores enigmas de la ciudad arrasada por la furia del volcán es la fecha exacta en la que el Vesubio entró en erupción y sepultó todo a su alrededor bajo toneladas de cenizas en el año 79. Un nuevo estudio ha vuelto a reabrir el debate al respecto al señalar que “no hay elementos suficientes para descartar” la versión oficial inicial, que situaba el desastre en verano y que recientemente había sido relegada.
Los arqueólogos no han podido certificar con seguridad el fatídico día. En un principio, la versión oficial dató la catástrofe el 24 de agosto, porque esa era la fecha que aparecía en la carta que el escritor Plinio el Joven envió a Tácito para contarle lo ocurrido. Siempre hubo voces que apuntaban en otra dirección, hacia un día de otoño, probablemente octubre: se basaban en las prendas de abrigo que vestían los cadáveres encontrados o los frutos carbonizados que no correspondían a una cosecha de verano. Los defensores de esta interpretación alegan que el malentendido pudo deberse a un error de transcripción de la misiva de Plinio el Joven en la Edad Media y que la fecha real era el 24 o 25 de octubre.
En 2018 algunos estudios inclinaron la balanza hacia esta hipótesis, basándose, por ejemplo, en una inscripción realizada a carboncillo encontrada en un muro de una casa de Pompeya fechada en el “decimosexto día antes de las calendas de noviembre”, que según nuestro actual calendario correspondería al 17 de octubre, es decir, una semana antes de la terrible erupción.
Una amplia investigación, dirigida por científicos italianos, que se publicó cuatro años después en la revista Earth-Science Reviews, daba por buena aquella hipótesis, que además estaba avalada por el entonces director del parque arqueológico de Pompeya, Massimo Osanna. Aparte de la inscripción, los investigadores tuvieron en cuenta también el descubrimiento de una moneda, un denario de plata que lleva la imagen del emperador Tito, con una inscripción que hacía alusión al mes de septiembre.
Sin embargo, cuando el debate parecía casi zanjado y la versión oficial revocada, un nuevo estudio de arqueología experimental sobre la durabilidad de las inscripciones al carbón y una actualización del estudio de las fuentes literarias y arqueobotánicas han concluido que “actualmente no hay pruebas suficientes para descartar la fecha del 24 de agosto, que ya figura en los manuscritos más antiguos”, según ha explicado la dirección del Parque Arqueológico de Pompeya en un comunicado.
Además, apunta a los estudios del historiador y arqueólogo Pedar Foss, que a través de un análisis del lenguaje evidenció errores de traducción y transcripción y “pudo demostrar claramente que todas las fechas, excepto la del 24 de agosto, son pura invención, sin base en la tradición manuscrita”. Aunque los responsables del yacimiento de Pompeya reconocen que “esto no significa que el 24 de agosto sea necesariamente la fecha correcta” y recuerdan que en la época romana el otoño comenzaba a mediados del mes que actualmente se corresponde con agosto.
En un artículo científico, el actual director del parque arqueológico de Pompeya, Gabriel Zuchtriegel y otros arqueólogos y restauradores, señalan que uno de los motivos que llevó a tomar por buena la fecha del 24 de octubre, con la prueba de la inscripción en la pared, fue el hecho de que resulta difícil pensar que un rótulo hecho a carboncillo pudiera durar mucho tiempo impreso en un muro. Considerando que las cenizas del volcán congelaron en el tiempo todo lo que sepultaron, si la inscripción se hizo en octubre y la fatídica erupción se produjo en agosto —se entiende que del año siguiente— significa que el escrito duró al menos diez meses. Esta es la teoría de la que dudan. En octubre del año pasado realizaron un escrito a carboncillo en la misma pared de la casa en la que apareció en 2018 la inscripción que cambió la versión oficial. En agosto de este año, el texto todavía era visible, casi con la misma nitidez que al principio.
El nuevo estudio plantea además algunas cuestiones sobre los cambios climáticos a lo largo de la historia y las diversidades geográficas que caracterizaban los cultivos y las prácticas agrícolas en el mundo antiguo y que difieren de las de la actualidad. Por lo que encontrar restos de melocotones, castañas o granadas juntos en lo que ahora consideramos verano podría ser perfectamente lógico. “Buscar necesariamente la comparación entre los modelos del pasado y los del presente puede resultar engañoso. Hay que tener cuidado de no caer en esa tentación”, advierten los autores del estudio. Y señalan: “En la zona mediterránea —un ‘punto caliente’ en el estudio del cambio climático actual —, el clima y las prácticas agrícolas ya cambiaban en la antigüedad, tanto de una región a otra como a lo largo del tiempo”.
Gabriel Zuchtriegel, plantea una duda que vuelve a sacudir los libros de historia, con la intención no de colocar un punto final, sino de continuar el debate y abrir nuevas perspectivas: “Puede que hayamos subestimado la tradición literaria, que en realidad no es tan confusa como a menudo se ha creído, o puede que hayamos sobrestimado la estabilidad del clima y los ciclos agrícolas”, señala el director de las excavaciones. Y apunta que el clima también ha cambiado en el pasado, “aunque a un ritmo más lento”. En cualquier caso, “Pompeya ofrece una oportunidad única para estudiar un ecosistema fuertemente condicionado por la presencia humana hace ya 2000 años”.
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