Crónica del caótico nombramiento del primer ministro de Francia: tensión, amenazas y fumata blanca | Internacional



La historia se escribirá en función del éxito que alcance su Gobierno, pero la realidad de la mañana del viernes estará siempre lejos de ser una sucesión de hechos ordenados. El nombramiento de François Bayrou como primer ministro de Francia se produjo en un extraño compás de improvisación, soledad en la torre de mando y, finalmente, de un proceso eliminatorio.

El presidente de la República, Emmanuel Macron, había prometido tener un nombre para sustituir a Michel Barnier en 48 horas el pasado martes. El plazo había expirado hacía ya un día y los vetos cruzados de los partidos complicaban la elección. El jueves por la noche, el Elíseo anunció que habría fumata blanca la mañana siguiente, y Francia amaneció con la retransmisión en directo del coche del político centrista Bayrou llegando al Elíseo para reunirse con el jefe del Estado. No había muchas dudas. Su nombre era uno de los candidatos desde hacía días y su convocatoria, pocas horas antes del plazo que se había dado Macron para anunciar al nuevo primer ministro, no daba margen a otras probaturas. Sin embargo, este tipo de certidumbres ya no forman parte del paisaje político francés, agarrado a un desfibrilador desde hace meses.

Una hora y 45 minutos después, Bayrou abandonó el Elíseo y no se supo más de él. Se hizo el silencio. Comenzó un nuevo baile de candidatos. El entorno del jefe del Estado asegura que el nombre de Bayrou era el elegido desde hacía días. Si así hubiese sido, después de esa larga reunión, el comunicado con la elección habría sido publicado inmediatamente. Especialmente, teniendo en cuenta que el documento final tendría una línea y media.

El encuentro, explicaron fuentes del Elíseo, fue tenso. Macron le ofreció ser el número dos de Roland Lescure, vicepresidente de la Asamblea, y alguien con un perfil y una historia política mucho menos relevante que el del líder de MoDem, según publicó Le Monde. Bayrou se sintió humillado, recordó todo lo que había hecho por el jefe del Estado ―en 2017 se retiró de la carrera electoral, ayudando de forma decisiva a Macron a alcanzar la presidencia― y amenazó con abandonar el bloque central si no se convertía en primer ministro, según la versión que dieron varios medios franceses. Sus 36 diputados ya no estarían al servicio del bloque presidencial, y ahí se acabaría todo. Luego abandonó el salón, pasó airado por delante del despacho de la esposa del presidente, Brigitte Macron, y se fue dando un portazo.

A partir de aquí se desató el caos. Nadie entendía nada. No había información fiable. Lo único claro es que el Elíseo acababa de vivir lo que, seguro, será el primer pulso entre dos personalidades fuertes que se conocen bien y tienen confianza para decirse algunas verdades a la cara. Quizá demasiadas. En cualquier caso, a esa hora, parecía que Bayrou no iba a ser ya primer ministro. Pero el entorno de Macron se había encargado ya de montar el escenario para el traspaso de poderes en Matignon, sede del Gobierno. La moqueta roja estaba colocada y los operarios esperaban un nombre para poder colocar los micros a la altura adecuada. En ese momento ya nadie sabía si el nombramiento debería retrasarse más tiempo. El teatro de la gran política francesa se volvía irremediablemente un sainete mal dirigido.

Minutos antes de la una del mediodía, llegó el comunicado oficial del Elíseo, poniendo fin a una mañana de infarto. Y fue una sorpresa. Bayrou apareció ante las cámaras tranquilo, contento. Citó al rey Enrique IV —nacido en Pau, localidad de la que el nuevo primer ministro es alcalde desde hace más de 40 años—, al expresidente socialista François Mitterrand y “el camino a encontrar”. “La reconciliación es necesaria”, proclamó. El daño, sin embargo, ya estaba hecho. La suerte de Bayrou dependerá ahora de su capacidad de encontrar acuerdos y su éxito, en todo caso, será fruto de la casualidad de una mañana caótica.



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