El vino es un mundo complejo y apasionante, pero la mayoría de las personas nos limitamos a disfrutarlo. Aunque seguro que a nuestro alrededor existe alguien que sabe (o dice saber) de vino, la mayoría de nosotros desconocemos qué son los taninos, nos perdemos entre las diferentes denominaciones de origen, olvidamos cómo se llamaba aquel vino que tanto nos gustó en aquel restaurante o qué variedad es aquella que nos sorprendió la última vez. Todo ello se resume en un comentario largamente repetido: “Yo no entiendo de vino, solo sé si me gusta o no”.
Bien, entonces, ¿cómo acertar antes de tomarlo? ¿Qué estrategias usar a la hora de pedir un vino en una tienda o un restaurante para asegurarnos de que no nos vamos a llevar un chasco? Expertos y profesionales de la enología aconsejan cómo acertar sin necesidad de grandes tecnicismos, y descubrir por qué nos gustan ciertos vinos (y otros no) y cómo pedirlos.
Qué hay detrás de las palabras comodín
Uno de los adjetivos que mucha gente utiliza para pedir un vino es “dulce”, en contraposición a un vino donde se marca más la acidez, la concentración alcohólica o la madera de una crianza. Pues bien, en ese caso se está utilizando mal el término en cuestión. En realidad, los vinos dulces existen, y son aquellos con una alta concentración de azúcares, como un jerez de Pedro Ximénez o los vinos dulces de Oporto, por ejemplo. Por tanto, si se busca un vino que huye de la madera o con poca acidez, es mejor pedir un vino “afrutado”, “ligero”, “fresco”, “fragante” o incluso “aéreo”. ¿Sueles pedir un vino “fácil de beber”? Entonces es que tu espectro se dirige a vinos jóvenes, donde una vez más el tanino está poco presente o tiene una graduación alcohólica más baja. Marc Miras, responsable del bar de vinos La Vallesana Degustació en Caldes de Montbui, Barcelona, apunta otro concepto útil: “Pide un vino que sirva para acompañar la conversación, y no que el propio vino genere conversación”.
Si, por el contrario, sueles decantarte por “un rioja” o “un ribera” para definir el tipo de vino que te gusta, sin duda es porque te van los vinos con cuerpo, o vinos tánicos. “Aquí los adjetivos tradicionales como robusto, rústico, opulento o exuberante me parecen muy útiles”, explica Álvaro Mokobodzki, sumiller y copropietario en el restaurante La Zorra de Sitges, una arrocería con una carta de vinos poco convencionales, naturales y de pequeños productores. “Incluso atrévete a hacer algún gesto con las manos para dar más fuerza a la palabra, pero huye de palabras más cuadradas como ‘reserva”.
Y desde luego, no hay que temer abrir el abanico y entrar en otros vinos que también cumplirán las expectativas, como sugiere Azahara Muriana, sumiller del restaurante con tres estrellas Michelin Cocina Hermanos Torres de Barcelona: “Un tinto de la Campania de variedad aglianico, una malbec de Mendoza, tintos de la zona de Burdeos y otras zonas de España como puede ser Toro, Priorat, Jumilla”. Son alternativas al “rioja” sin renunciar a lo que te gusta.
Imaginación al poder
A partir de aquí, se trata de echarle imaginación a la hora de hacerte entender. “Cuando hablamos de gustos y apetencias, todas las palabras valen siempre que consigas comunicar lo que necesitas”, apunta Mokobodzki. Él es el primero en aplicarse el cuento, y sugerirá “burbujitas simpáticas” o “un vino muy funky” si te dejas en sus manos. Es una forma de dar a entender que también la música, las imágenes o incluso los lugares pueden ser una referencia válida para dar a entender qué tipo de vino te gusta. “Cada vez con más frecuencia escucho cosas como divertido, sabroso, pijo o incluso uno que odio tanto como amo, que es “que tiña los dientes” para referirse a un tinto con mucho color”, dice. Será verdad lo de que una imagen vale más que mil palabras.
¿Blanco o tinto?
Lo del blanco para el pescado y el tinto para la carne ha pasado ya a la historia. Puede que pienses que te gustan solo los blancos o al revés, que eres más de tintos, pero eso se debe una vez más a cómo asociamos ciertas características a uno u otro vino. “Estamos de lleno en la época donde el color pierde importancia”, cuenta Mokobodzki. “Para mí, la mejor manera que hay para romper los esquemas del color es dejar que los clientes digan lo que quieren sin asumir que quieren un blanco para, a continuación, dar vinos tintos como opción para que ellos mismos caigan en cuenta de que cumplen con sus peticiones”. Eso significa que puede que seas una persona de blancos, pero encuentres tu tinto de cabecera o viceversa. Azahara Muriana se encuentra a menudo con gente bebedora de tintos que se sorprende de todos los matices que encuentra en los vinos blancos del maridaje de Cocina Hermanos Torres. “Somos un restaurante con platos poco proteicos, más vegetales y de mar, y aun así, nos solicitan más vino tinto”. Lógico: el vino tinto suele ir asociado a unas expectativas concretas que ya hemos mencionado (con cuerpo, tánicos). Pero no tiene por qué ser así. Jordi Arnal, director de tiendas de la distribuidora y detallista Vila Viniteca, aconseja a los reacios al tinto empezar con referencias de la DO Montsant. A Álvaro Mokobodzki le gusta mucho la cariñena delicada de La Partió, de la bodega del Priorat Gemma Miró. Azahara Muriana invita a sumergirse en un tinto gallego o en un cabernet franc del Loira para dar el paso del blanco al tinto.
Las burbujas no son solo para celebrar
Se repite una y otra vez. Llega una ocasión especial, la petición estrella son las burbujas y el champán y el cava hacen su aparición estelar. ¿Cómo elegir uno sin tener ni idea? Para empezar, el espectro de los espumosos se ha vuelto más complejo en los últimos años con la aparición de nuevos paraguas como Classic Penedès o Corpinat o el auge de diferentes métodos como los ancestrales. “Hoy hay opciones para todos los bolsillos, sensibilidades y gustos”, comenta Mokobodzki, quien aconseja dejarse llevar y probar diferentes opciones para encontrar tus preferidos. Jordi Arnal, de Vila Viniteca, cree que la mejor puerta de entrada es “un cava brut con un poco de azúcar”, mientras que Miras apuesta por un ancestral o un espumoso con crianza corta. Muriana considera también que lo mejor es elegir un espumoso “que no sea muy complejo y sin mucha crianza”. Grosso modo: si te gustan más “golosos”, decántate por un brut. Si prefieres que sea más seco o menos dulce, elige un brut nature.
Probar, probar y probar
Te guste lo que te guste, el consejo final es ir abriendo espectro. A partir de lo que detectas que está en tu archi manoseada expresión “zona de confort”, hay que dejarse aconsejar para ir explorando desde allí. Así, si te gustan los vinos con más cuerpo, amplios y con aromas de fruta más madura, puedes pedir un vino “de estilo mediterráneo”, en los que el clima y sus estaciones suelen concentrar más los azúcares y el alcohol se potencia más. Si por ejemplo te gustan los vinos frescos con más acidez y más mineralidad, decántate por un vino atlántico, que suelen ser más ligeros pero no por ello exentos de complejidad. “La estrategia es ir poco a poco probando otras referencias cercanas, pero con matices diferentes”, asegura Marc Miras. Así que… ¡A por los matices!