Cádiz y Perú, dos lugares unidos por el cajón flamenco | Cultura


El idilio fue inmediato. El guitarrista Paco de Lucía oyó por primera vez un cajón en una fiesta del embajador de España en Perú, en 1977. De inmediato, entendió que ese instrumento de percusión que tocaba el famoso cajoneador, Carlos Caitro Soto mientras acompañaba a la cantautora Chabuca Granda, resolvía un problema del flamenco. “Nosotros habíamos usado siempre las palmas y no hay quien aguante dos horas haciendo palmas. Y el cajón era como los pies de un bailaor porque está el sonido de la planta y el del tacón”, contaba el guitarrista en EL PAÍS. Han pasado 46 años de aquello, aunque parezca que este instrumento peruano llevase toda una vida vinculado al flamenco. ”Lo distinto sería ahora ver a un grupo flamenco sin cajón”, ironiza Juan José Téllez, escritor y experto en la figura del músico, fallecido hace nueve años.

La celebración en Cádiz la semana que viene, del 27 al 30 de marzo, del IX del Congreso Internacional de la Lengua Española (CILE), después de que la situación política impidiese hacerlo en Arequipa (Perú), se ha convertido en una razón perfecta para homenajear a uno de los mejores ejemplos de esas historias de ida y vuelta que jalonan la cultura andaluza. Una hora antes del concierto inaugural de flamenco, titulado Tiempo de Luz —protagonizado por los artistas Carmen Linares, Marina Heredia y Arcángel—, en el Teatro Falla de Cádiz a las 19.30, se reunirán 64 participantes en una cajonada mestiza. La actividad, abierta a la participación ciudadana, estará dirigida por los percusionistas Guillermo García, El Guille, (España) y Mario Cubillas (Perú) y tiene garantizada una carga simbólica. “Desde Cádiz salieron muchas cajas de mercancías a América, llegaron allí y con seguridad se aporrearon como objetos cotidianos que sirvieron de primeros cajones. Luego volvieron transformados en un instrumento pensando y construido por un lutier”, resume Pepe Zapata, organizador del encuentro y responsable de Cajón Expo, una iniciativa para investigar y divulgar la figura de este instrumento de percusión con residencia en el Parque de las Ciencias de Granada.

Si la historia flamenca del cajón es reciente, es mucho anterior su bagaje como elemento de percusión plenamente estandarizado en la música peruana. Su origen está ligado a Chincha, una zona al sur de Lima con una destacada población de origen africano. Allí, a principios del siglo XVII, la Iglesia prohibió a los esclavos el uso de los tambores por considerarlos paganos y peligrosos. Sin ellos, cualquier elemento se convirtió en susceptible de ser un instrumento de percusión. “Se tocaba en una mesa, en una caja de fruta. Ocurre también con otros folclores que usan elementos cotidianos”, detalla Zapata. Hasta principios del siglo XX no se localizan las primeras representaciones iconográficas del cajón y hay que irse a 1969 para encontrar el momento en el que adquiere sus actuales proporciones y forma: 50 centímetros por 30 en el frontal y 25 centímetros de fondo.

Rubem Dantas, Tino Di Geraldo y Jorge Pardo, en un concierto en homenaje a Chick Corea en JazzMadrid.
Rubem Dantas, Tino Di Geraldo y Jorge Pardo, en un concierto en homenaje a Chick Corea en JazzMadrid.

“El poeta e historiador Nicomedes Santa Cruz (Lima, 1925-Madrid, 1992) viajó por muchos sitios investigando su origen. Fue él quien propuso unas medidas en un artículo de prensa como un estándar de construcción”, explica Zapata, que pertenece a la Asociación Cajonán, dedicada a la figura del artesano constructor del cajón. Con la cátedra ya asentada, Paco de Lucía se lo encuentra unos años después y lo trae a España de la mano de Rubem Dantas, el músico brasileño que aquel día de 1977 compartió este hallazgo con el guitarrista algecireño, que llegó a comprarle a Caitro el cajón con el que había tocado en la fiesta del embajador.

Solo quiero caminar y Como el agua (1981), de Paco de Lucía y Camarón de la Isla, respectivamente, son los primeros discos en los que Dantas introduce el cajón como parte de su percusión. “Fue algo fulminante. Su sonoridad sustituye a los dedos sobre una mesa”, apunta Téllez, que aún recuerda la impresión que le dio escuchar a Paco de Lucía y su grupo por primera vez en los años ochenta del pasado siglo. “Era un mundo nuevo, no solo era el cajón, era el uso de otros instrumentos en el flamenco, como el bajo. Todo muy insólito”.

Zapata prefiere usar la palabra “transculturación” para definir la simbiosis ocurrida entre el flamenco español y el cajón peruano: “Una cultura adapta o suplanta a la otra, como las capas. Todo nace de una mezcla”. En Perú declararon el instrumento oficialmente como patrimonio cultural de la nación en 2001, en un claro paso al frente de la reafirmación de sus orígenes. Mientras, en España ha seguido su propio curso y ha marcado la vida de percusionistas, como el jerezano Carlos Merino, capaz de identificar guiños de acá y de allá en la forma de usar el instrumento: “Hay muchos ritmos flamencos que aunque no sean iguales, pueden convivir con los patrones peruanos. Lo que aquí llamamos de una manera, allí es de otra, pero puede ser lo mismo”.

El cajón llegó por fin a las manos de Merino en una fiesta, en los años noventa, cuando apenas tenía “siete u ocho años”. De inmediato sintió la conexión que debieron de experimentar Dantas y De Lucía en aquel evento en Lima. Ahora él es uno de los expertos en Jerez, cuna del flamenco y una de las escuelas —junto a Madrid, Sevilla y Barcelona— que el percusionista enumera como los nodos esenciales de aprendizajes y estilos de este instrumento. Tan buena salud goza que Merino ya le atisba nuevos viajes a la caja, ahora hacia otras músicas: “Ya está en giras de Alejandro Sanz. Hay formatos acústicos donde se usa cajón en lugar de la batería. Está en todas las músicas”. Quién se lo iba a decir a esos comerciantes de Cádiz que siglos después sus cajas de mercancías iban a tener tan rítmico destino.

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