Sentado sobre los escombros de un edificio en Ciudad de Gaza, Mohammed Sami Albanna (28 años) habla ante la cámara sobre Natalie, su prometida. Planeaban casarse y comenzar una familia. “Compartir el futuro” y “seguir construyendo recuerdos”. Las piedras sobre las que se sienta eran el edificio donde ella vivía. “La guerra me la quitó. Me ha quitado todo. Murió junto con toda su familia en un bombardeo”, asegura ahora Albanna, a través de una videollamada, desde un campo de refugiados en Jan Yunis, en el sur de la Franja.
Su relato, grabado a principios de 2024 con un teléfono móvil, es uno de los 22 cortometrajes compilados por el director gazatí Rashid Masharawi en la película Desde la zona cero, estrenada oficialmente el pasado 3 de enero y preseleccionada en la categoría de Mejor Película Internacional de los Oscar, en representación de Palestina. El filme pasó la primera criba de candidatos y el próximo 17 de enero se sabrá si entra en la lista final de nominados. Son 22 historias rodadas por 22 directores en Gaza, que van desde el documental hasta la ficción y la animación, y ofrecen diferentes miradas y experiencias la guerra que comenzó el 7 de octubre de 2023 y ha acabado con la vida de más de 45.500 personas, según datos del Ministerio de Sanidad de la Franja.
Albanna, que recuerda ese día como “una pesadilla”, era actor de televisión y teatro antes del conflicto. Como tenía “facilidad para actuar”, se interesó desde niño por las artes escénicas y en 2015, tras cursar estudios de interpretación, comenzó a filmar sus propias producciones. “Me gusta mucho rodar historias de amor”, confiesa, “soy bastante romántico”. Por ello, en parte, quiso que su corto, titulado Jad y Natalie, que no tiene más personajes que él mismo, narrara la historia que había vivido con su prometida. Producirlo le sacó del “periodo de profunda depresión” en el que entró tras su muerte.
“Soy uno de las dos millones de personas que sufren en la Franja: el mundo tiene que saber que tenemos vidas, familias, amor y sueños, como todos”, asegura Albanna. Se niega a salir de allí porque su “sueño” de ser actor “todavía no está completo”. Y no quiere cumplirlo en otro lugar que no sea su hogar. Cuando llegó a Jan Yunis, y convencido de las facultades terapéuticas del teatro, fundó Child Smile, una organización que imparte talleres de teatro para niños que han sufrido traumas por la guerra. Utiliza las artes escénicas para que sus alumnos narren sus historias y las transformen en obras para expresar y lidiar con sus emociones. Después las representan antes sus padres y otros niños. “Lo hago porque lo necesitaba tanto como ellos. Para sanarme y ayudar a que ellos lo hagan”, asegura.
Combatiendo desde “la paz del arte”
Reema Mahmoud (36 años), cineasta nacida en Jordania pero que ha vivido la mayor parte de su vida en Gaza, dice que Desde la zona cero “no es solamente un proyecto cinematográfico”. Aporta el cortometraje Selfie al conjunto y opina que el filme es “una manera de combatir con la paz del arte” y de llevar “al mundo occidental y árabe la imagen de lo que se vive todos los días: bombardeos constantes, destrucción total y carencia”, explica desde un campo de refugiados en Rafah, en el extremo sur de la Franja.
En Selfie, que Mahmoud define como “un mensaje en una botella” que lanza al mar “para un amigo desconocido”, relata su experiencia como mujer desplazada a la que la guerra condenó a vivir en campos de refugiados. Cuenta su historia, así como la de miles de otras mujeres. “Somos especialmente vulnerables durante el desplazamiento: no tenemos privacidad, ni elementos sanitarios básicos, ropa, ni comida”. En la película, Mahmoud escribe una carta en la que relata lo que ha sido este último año para ella; la introduce en una botella y la echa al mar. “No sé si le llegará a alguien o no, pero es mi manera de transmitir mi sufrimiento”.
Hace ya 15 años que Mahmoud hace cine desde la Franja, donde ha producido 25 cortometrajes, interesándose siempre por la experiencia de las mujeres. Desde niña le gustan mucho las “películas clásicas en blanco y negro”, y aunque estudió Comunicación y Periodismo en la Universidad Palestina, en Ciudad de Gaza, se inclinó al final por el séptimo arte. Aunque su vida había estado atravesada por otros episodios de guerra, ninguno había sido como el actual: ”Nos movemos bajo bombardeos constantes, no hay ningún lugar seguro en Gaza. Nuestras vidas están siempre en riesgo”, asegura. Aun así, está segura de querer permanecer allí: “Es el corazón que late en mi cuerpo. Mi amor por Gaza es similar a mi amor por mi madre, sin ellas no puedo vivir”, sentencia.
Nuestra vida se desperdicia entre la necesidad de documentar y la necesidad de sobrevivir
Nedaa Jawad abu Hassna (30 años) recuerda con especial cariño la primera vez que vio una película en un teatro. Fue a sus 26 años, en una sala en Egipto, donde hizo una parada de tres días para ver a un amigo antes de comenzar un máster en cine en Túnez. Antes se había graduado en Radio y Televisión en la Universidad de Al Aqsa, en Ciudad de Gaza. Vio una comedia protagonizada por un actor que no le gusta mucho, pero le encantó la experiencia. “Me gustó mucho comprar las entradas y las palomitas”, asegura, y quedó sorprendida por el tamaño de la sala y la pantalla. “En Gaza no existe nada parecido. Me gustó compartir la experiencia con otras personas y reírme. Fue un día divertido que nunca olvidaré”, cuenta desde un campo de refugiados en Deir el Balah, en el centro de Gaza, a través de WhatsApp.
A Jawad le interesa en particular el cine documental y social, “por estar muy conectados con la realidad”. Como productora cinematográfica siente una gran responsabilidad de “documentar todos los crímenes que comete la ocupación [israelí]” contra la población en Gaza. Su cortometraje Fuera del marco cuenta la historia de una artista, amiga personal suya, cuya exhibición, montada en un espacio en la casa de su padre, fue destruida por un bombardeo contra una casa colindante.
Grabar su corto, cuenta, fue muy difícil “por la magnitud de la destrucción”, y por cómo eso afectó a su amiga. “Todo el esfuerzo de dos años, destruido frente a ella, estaba devastada”, cuenta Jawad. Eso sin mencionar los horrores que vivió durante la grabación: “Bombas y destrucción en todo momento y en todo lugar”, que le pasaron factura en su salud mental y emocional. “Estaba en un estado mental muy malo, del que apenas me recuperé hace poco”.
No entraba en sus planes estar en Gaza en este momento, mucho menos en un campo para desplazados. Había llegado de visita en marzo de 2023 y planeaba regresar a Túnez en noviembre de ese año para comenzar su doctorado en Ciencias Audiovisuales y Cine, investigando las narrativas disruptivas del cine palestino. “Fui de visita a la boda de mi hermana, me estaba preparando para sacar mi permiso de conducir y también para el primer año de mi doctorado”, asegura. Pudo haber huido de la Franja después del primer mes de guerra, pero no lo hizo porque no quería dejar a su familia y volver a sus estudios en Túnez “como si nada estuviera pasando”. “Nunca me imaginé que esto duraría tanto”, argumenta.
Aunque siente en sus entrañas que debe quedarse para documentar lo que sucede en Gaza, también espera volver a Túnez lo antes posible porque “Gaza ya no es un lugar donde se pueda vivir”. Siente estar atrapada en una eterna paradoja: tiene que documentar todo lo que sucede, pero al mismo tiempo, no puede hacerlo. “Vivimos en la contradicción de tener una profunda necesidad de documentación y una profunda necesidad de proteger nuestras vidas y no salir. En medio de esas paradojas, nuestras vidas se desperdician”.