¿Cuándo toca volver a lo de siempre sin que parezca que el dolor se ha dormido, que se han entumecido las emociones? ¿Cuándo puede la televisión volver a los aplausos, a los chistes, a aligerarnos el peso del día a día? La noche del jueves ha sido difícil para Pablo Motos, que apareció el último día de octubre, y prometió risas “que seguro que nos vienen bien a todos”. “Necesito decirme a mí mismo unas palabras”, explicó como oriundo de Requena (Valencia), como el hombre que tiene que presentar un programa con un amigo desaparecido por la Dana, como el hombre que tiene a su familia en la zona afectada.
A las 22.03 de la noche presentó a Belén Esteban. Que fue bálsamo. Que fue la Belén de ahora, que cuando juega fuera de casa no se enfada, la que dice que está “nerviosita perdida”. Belén. La patrona. Lástima el mitin final, que se intuía porque algunas llevamos viendo a la Esteban desde que le dio una entrevista a María Teresa Campos y la timidez le impedía volcar más que un hilillo de voz. Digo lástima porque llevamos más de 48 horas de información, pero también unas cuantas de demagogia. Unámonos todos, hagan algo de una vez, no se enfaden, no se echen las culpas. We are the world, we are the children.
Nada más empezar la entrevista, Belén necesitó de apenas tres minutos para: lanzarle un dardo a Motos por haber tardado 19 años en convocarla a El hormiguero; lanzarle otro dardo a Paz Padilla, con la que salió tarifando en pandemia; hacer publicidad de su programa y colocar el canal, el nombre de la productora y el Ni que fuéramos shhh. A eso le llamo yo aprovechar el tiempo, y sin necesidad de mirar a cámara.
Rapidísimamente hizo un repaso de lo sucedido en los últimos tiempos, el despido de Mediaset anunciado en El Mundo, el sofoco, la ingratitud. “Ahora no tengo rencor a Telecinco. Querían una tele blanca y lo entiendo, menos los viernes que es una tele de mato a mi madre”, explicó. En medio, una mención a la persona por la que antes mataba y ahora dice que se calla. Para los no iniciados, su hija Andrea, nacida de su relación con Jesús Janeiro Bazán, extorero y dueño de un tigre llamado Currupipi que desgraciadamente ya no está entre nosotros.
Se siente muy querida, ya no tiene paparazzi en la puerta de su casa, aunque una vez se despertó y tenía “un autobús Alsa de color negro lleno de gente mayor”, y le dio tanta pena que salió a saludarlos.
Tiene registrado su nombre y su nuevo apodo, La patrona, porque dos de sus mejores frases —”Makoke a la calle” y “Hasta luego, Maricarmen”— se las quitó Ikea y no le ha dado ni las gracias. Se ha hecho varias operaciones de estética y ahora tiene “una boca preciosa”, pero recuerda que una vez la insultó una señora en Instagram y esta no era precisamente un primor, “con todo mi respeto a las señoras con verrugas y bigote”.
La familia de Belén, si es que aun queda alguien sin saberlo en España, es de origen humilde. Su padre era pintor, su madre limpiaba en un colegio y a ella la crio una monja, Sor Mercedes. Cayó en la droga —aunque por respeto a su madre no pronuncia la palabra— y apenas pesaba cuarenta y pico kilos. “Ahora tengo tripilla, pero estoy sabrosona total”, dijo.
Recomienda la terapia, ir al psicólogo, no es cosa de locos, nos contó. Le salvó la vida el equipo del programa. Soltó una retahíla de nombres a los que quiere como si fueran familia. Quiere tanto a tanta gente, aunque sepa que hay media España que no puede verla, que le mandó “un beso a todos los chinos de España” porque tiene frito al dueño del bazar de debajo de su nuevo trabajo.
Es Belén dándole oxígeno a Motos en una noche en la que al presentador se le notaba el dolor en las costuras. Que tiró de oficio, de piloto automático, donde ella hizo y deshizo. La wonder woman de San Blas volvió a hacerlo. “Tienes que invitarme otra vez”, le dijo mientras se daban el abrazo de despedida. Volverá.