El club es una patria chica y provoca adhesiones que tienen todos los defectos de los nacionalismos. Los hinchas somos sentimentales y poco dispuestos a reflexionar. Hay categorías, por supuesto, desde el tipo que quiere más al fútbol que a su equipo hasta el fanático al que no le entra una sola idea que contradiga su pasión. Como las emociones son atolondradas, olvidan que el fútbol tiene una responsabilidad social. Son muchos los chicos que imitan los peinados de sus ídolos y, por esa misma admiración, llevan a sus modos de vida gestos, actitudes y hasta causas.
A veces el odio se impone al amor y mi teoría se tambalea. En el Clásico vimos, tras el gol de Lamine, a un grupo de aficionados que olvidaron la lucha civilizatoria de Vinicius profiriendo gritos racistas. La sensación es que esa tarde el Madrid perdió dos veces, una en el marcador, donde hubo poco que objetar, y otra en la grada, con conductas que denigran la cultura deportiva que debe presidir un club. Oigo que el fútbol es otra cosa. Es verdad, una cosa superior en cuanto fenómeno social y, por lo tanto, tiene más obligaciones morales.
Al día siguiente esperaba la gala del Balón de oro y las expectativas eran máximas para el club. Si el partido frente al Barça dejaba una desilusión puntual, la mirada larga de los premios cambiaba la perspectiva: una vez más, el Madrid sería elegido mejor equipo del mundo. Más que un consuelo, eso era un golpe de autoridad. Y un orgullo renovado. Pero el lunes sucedió un cambio de planes en el Real Madrid, al que París esperaba con una representación estelar. La noticia traía información sorprendente. La primera decía que Vinicius no sería Balón de oro. Como los madridistas se lo habíamos concedido por adelantado, el madridismo entendió que, más que no dárselo, se lo quitaban. Lo segundo era más inexplicable: el Madrid había decidido suspender el viaje como signo de protesta. Es una suposición, porque hasta el momento no existe explicación oficial.
Mi sensación es que, para fortalecer la imagen de Vinicius, el Madrid eligió debilitar su propia imagen. Tuve el mismo tipo de malestar que me provocan esos jugadores y entrenadores que pierden una final y que, cuando le cuelgan la medalla de plata, se la quitan como si ellos no merecieran tal deshonor. Pero el honor, lo dice hasta el himno del Madrid, está en saber perder.
Y también esto merece matizarse. ¿Es perder ser declarado el mejor equipo del mundo? ¿Y colocar como mejores jugadores al segundo, tercero y cuarto en la lista de ganadores, puede considerarse una ofensa? ¿Y que el mejor entrenador y el máximo goleador también pertenezcan al Real Madrid, qué tipo de deshonor es?
Fue la noche de España. Balones de oro de fútbol masculino (Rodri) y femenino (Aitana), mejor club de fútbol femenino (FC Barcelona), premio Sócrates (Jennifer Hermoso), Trofeo Kopa (Lamine Yamal) y todos los ausentes ya nombrados del Real Madrid. España solo abandonó el palco para la entrega del Trofeo Yashin a mejor portero, ganado por Emiliano Martínez.
Si el fútbol es una industria en donde el marketing juega un papel cada vez mayor, abandonar un palco que eleva el prestigio, es un error que el Barça supo aprovechar. No por eso el Madrid deja de ser el mejor equipo del mundo, pero tener poder no es solo ganar partidos, sino también ganar el respeto del mundo del fútbol. “Tener poder es que te quieran”, dijo Riquelme, mítico jugador y actual presidente de Boca Juniors. A nadie le escuché decir más veces que “el Madrid debe ser ejemplar” que a Florentino Pérez. Un motivo más para el desconcierto.