Hay industrias que lucen más que otras. Los chips, por ejemplo, son sofisticados, complejos de fabricar y están detrás de la que apunta a ser la siguiente gran revolución tecnológica de nuestro tiempo. El reciclaje y fabricación de cajas de cartón no tiene ese pedigrí, pero mueve millones, genera miles de empleos y da buena imagen ecológica. Y eso significa influencia política. Anthony Pratt (Melbourne, 64 años) el millonario australiano presidente de Visy y Pratt Industries, uno de los mayores conglomerados de paquetería del mundo, lo sabe bien. Esta semana ha anunciado que se muda de forma permanente a Estados Unidos. Lo hace poco después de la victoria electoral de Donald Trump, que pasó de compartir supuestamente peligrosas confidencias con él en su club privado a llamarle “rarito pelirrojo” (redhead weirdo) en su plataforma Truth Social.
Una de las causas pendientes de Trump –que apuntan a irse por el sumidero tras su reelección– es por haber compartido información secreta con varias personas. Entre ellas, de acuerdo con la cadena ABC, está Pratt. Tras un encuentro en el club privado de Mar-a-Lago, el australiano presumió de que el expresidente le había contado detalles de cuántas cabezas nucleares portaban los submarinos estadounidenses, y qué capacidad tenían de acercarse a Rusia sin ser detectados. Pratt fue interrogado por el FBI por estos hechos, que Trump negó y niega, y que le valieron el menosprecio del republicano.
El empresario del cartón lleva décadas invirtiendo en EE UU y fortaleciendo sus relaciones con Australia. Es hijo de inmigrantes polacos judíos. Su imperio es heredado: su padre, Richard, tomó las riendas en 1965 de manos de su abuelo, Leon, que tuvo la idea de ofrecer a los cultivadores de manzanas cajas de cartón para sustituir las costosas cajas de madera. De esa idea nació Visy, un imperio que factura cerca de 10.000 millones de dólares australianos (unos 6.000 millones de euros) y que es la segunda empresa no cotizada de Australia.
Pratt estudió Económicas en la Universidad Monash, de Melbourne, y tras un breve paso por la consultora McKinsey, dio el salto al negocio familiar. Su padre lo mandó a gestionar la planta de la compañía en EE UU y, aunque acabó cerrando no mucho después, allí comenzó el idilio del empresario con el país norteamericano, que ha fructificado en Pratt Industries: en el post de Linkedin donde anuncia su traslado, el empresario presume de haber invertido en los últimos 30 años para “construir 70 fábricas, creando 12.000 puestos de trabajo bien remunerados en el sector manufacturero estadounidense”.
Influencia política y social
“No creo que sea una hipérbole decir que durante los últimos 30 años, Pratt ha sido uno de las influencias más positivas para reforzar la alianza entre EE UU y Australia”, afirmaba el antiguo embajador de EE UU en Australia John Berry al Herald Sun el año pasado. El empresario, casado con una estadounidense y con dos hijos, le ha puesto intención: en su apartamento con vistas a Central Park, lleva años organizando fiestas de postín a las que invita a las celebridades más importantes del momento.
Entre sus amistades más cercanas estaba el legendario boxeador Muhammad Ali. Pratt conoció al tres veces campeón de los pesos pesados en lo que apuntaba a ser un breve encuentro en su casa, organizado por un exjugador de la liga de fútbol americano. Acabó siendo una amistad de más de 20 años, labrada entre lo filantrópico (Pratt es uno de los benefactores más importantes del Muhammad Ali Center) y lo empresarial. Incluso después de la muerte de Ali, Pratt siguió en contacto con su viuda, Lonnie, y, a través de ella, consiguieron, con la bendición del gobernador de Kentucky, levantar una fábrica en el Estado natal de Ali. La carretera que conduce a la fábrica lleva el nombre del boxeador. Y, por la inversión, Pratt fue nombrado coronel honorífico de Kentucky.
“Si tiene un poder secreto, es este: es rápido para hacer un juicio sobre si algo es bueno o malo”, reconoce John Berry. Bueno o malo para el negocio: si algo define la relación de Pratt con el poder es que no ha tenido inconveniente en arrimarse a uno u otro fuego, independientemente de su color y siempre que caliente. Supo ver el potencial de Trump, y por ello pagó la cuantiosa cuota de entrada a su club privado. En un evento en 2017, al que asistió el por entonces presidente, el empresario afirmó que este había hecho de EE UU “el mejor sitio del mundo para fabricar”. Trump inició entonces una sonora ovación. Hace apenas un año, sin embargo, afirmaba que la embajadora de EE UU en Australia y Joe Biden eran “la mejor combinación de presidente y embajador estadounidenses en Australia” de los últimos 30 años.
Tras los improperios de Trump, no es esperable que Pratt sea acogido con los brazos abiertos en la Casa Blanca, pero tampoco sería la primera vez que el republicano da un giro de 180 grados respecto a un empresario con el que estaba enfrentado. De Elon Musk llegó a afirmar que era “un experto en decir gilipolleces”. Ahora es uno de sus asesores de confianza. En eso se parecen el empresario australiano y el próximo presidente de EE UU: saben que, al final, son solo negocios.
Director de orquesta
Filantropía. Además de directivo de éxito, Pratt es director de orquesta amateur. Entre sus variadas labores filantrópicas destaca su pasión por la música, heredada de su madre. En varias ocasiones, y gracias a generosas subastas, ha dirigido a la Sinfónica de Melbourne. En una de ellas, interpretó la Cabalgata de las valquirias, de Richard Wagner.