Alfredo Conde (Allariz, Ourense, 78 años) desayuna en el Café Varela de Madrid, su refugio cuando visita la ciudad. Marino, profesor universitario, diputado autonómico y conselleiro de Cultura. Y escritor. Premio Blanco Amor, Nacional de Literatura, Premio Nacional de la Crítica, Premio Nadal. Sus libros han sido traducidos al inglés, italiano, chino, francés o ruso. A propósito de Fraga (sobre su amistad con el político) y A propósito de lo literario son dos últimos y recientes volúmenes, de corte memorialístico, publicados por Ézaro.
P. También es marido. Tres veces lo ha sido.
R. A mí me gustan mucho las señoras. Me gustaron siempre, desde pequeñito. Cuando era niño, me decían: “¿Qué quieres ser de mayor?”, y yo decía: “Marido”. “¿Marino?”. “No, no: marido”.
P. De usted dijo Francisco del Riego que no sabía estar.
R. Qué impacto me causó a mí leer eso porque es que no dijo más, sólo dijo eso. Y yo llegué a la conclusión de que realmente yo no sé estar.
P. ¿No sabe estar?
R. En determinadas circunstancias por supuesto que no: o me lleva la soberbia, o me lleva la vanidad. Yo creo que es más cuestión de soberbia. A mí me educaron diciendo que yo no era más que nadie, pero tampoco menos.
P. No es mala educación.
R. No sé qué decirte, porque cuando me tocan la vena… Tengo fama de un tipo cachazudo, tranquilo. Y lo soy, pero cuando hay cruce de cables, se jodió.
P. ¿Sigue teniéndolos con la edad?
R. Ahora más acentuados. A estas edades si no rosmas [protestas], ¿cuándo lo vas a hacer? Tengo 78 años, mi horizonte vital son cuatro o seis años más como mucho.
P. O diez, o quince.
R. No lo creo, pero ojalá. Chapa y pintura sí, pero el chasis ya está estropeado, el embrague ni te cuento.
P. ¿Algún problema de salud serio?
R. En el 2014 me tuvieron 21 días en coma inducido. Salí de allí después de cuatro planchazos. Diabético, hipertenso. Me quedan cuatro cosas así importantes. Este año noté el bajón y ahora ya estoy esperando a empezar a funcionar mal. Honestamente, yo quisiera vivir. Mi padre murió con 53 de cáncer. Seis añitos me venían bien por aquí, y si son 12 no hay problema, no vamos a discutir.
P. ¿Se arrepiente de haber entrado en política?
R. La viví desde niño. Oía a mi abuela decir “maldita la hora en la que dejé casar a mi niña con ese rojo”. Mi abuela era terrible. Llegué a identificar a mi padre con el padre del Lobito Bueno, que era malísimo. Cuando ya estaba enfermo y le hacían radiografías, me eché a reír al ver una. “¿De qué te ríes, cabrón?” y le digo: “De que no tienes rabo. Tu suegra me decía que los rojos tenían cuernos y rabo, y yo veía que cuernos no, pero rabo siempre tuve la duda”. Nos echamos unas risas y se murió a los pocos días.
P. Gana el Premio Nacional de Literatura por Xa vai o Griffon no vento.
R. 1986. La primera vez que el Nacional de Literatura se daba a una lengua distinta. Eso creo que propició que se pensase en mí como conselleiro de Cultura. Al salir de la Xunta me dieron el Grinzane Cavour a la mejor novela extranjera editada en Italia ese año. Y en 1991 me dan el Premio Nadal. Esa secuencia condicionó mi vida.
P. ¿Por qué?
R. Porque cuando tú vas a la barraca de las escopetas de balines a la feria, ¿a quién apuntas?: al conejo con las orejas más grandes. Y yo asomé demasiado las orejas.
P. La política no ayuda.
R. Cuando me hicieron conselleiro le pregunté a Juanito Corral, que había sido conselleiro con [Xerardo Fernández] Albor: “¿Qué es lo peor de ser conselleiro?” y me dijo: “Dejar de serlo”. Así que me dije: “Voy a ser más tiempo exconselleiro que conselleiro, esto hay que tomarlo alegremente”.
P. Estuvo dos años y gracias a una moción de censura [la ganaron en 1987 al PP las fuerzas de izquierda y nacionalistas con el PSOE a la cabeza].
R. Duró lo que duró. Hubiera durado más, pero desaparecieron unas sacas de votos de la inmigración que aparecieron cuando ya no podía ponérsele remedio.
P. Cuando usted gana el Nacional de Literatura…
R. Yo para Madrid era un escritor nacionalista. Miguel García Posadas decía directamente que yo era un escritor nacionalista, y nunca fui nacionalista, yo soy galleguista. Defiendo que Galicia es una nación cultural, políticamente es evidente que no lo es. Y que hay mucha gente que desearía que también lo fuese políticamente. Y están en su derecho de desearlo.
P. Y ahora..
R. Ahora es más fácil ser escritor de castellano en Barcelona que serlo en Galicia. Aunque está habiendo un cambio. Y además de en gallego, hay espléndidos escritores gallegos en castellano. Han publicado dos novelas extraordinarias Bibiana Candia y Juan Tallón. En castellano porque allí las editoriales se las rechazaron en gallego a alguno de ellos.
P. Usted escribe en las dos lenguas.
R. No voy a renunciar a ninguna. Estos días un autor conocido, no recuerdo quién, me decía: “Escribes en castellano y no te podemos leer”. ¿Tú crees que es posible? Escritores universitarios, con formación académica.
P. Una variante de lo personal es político.
R. Lo que manifestaba este hombre es el rechazo a leer en castellano porque es la lengua de dominación. A mí no me gusta negar la realidad, no asumirla. En Galicia hay bilingüismo: no será muy armónico, pero lo hay. Luego hay quien afirma que el castellano peligra en Galicia. Y yo me descojono porque el que peligra es el gallego. De los grandes problemas míos está el formular preguntas. ¿Se habla hoy más gallego o menos que hace cuarenta años? Se habla muchísimo menos. ¿Se habla mejor o peor gallego hoy que hace cuarenta años? Muchísimo peor. Luego algo se está haciendo mal. Y eso que se está haciendo mal no afecta al castellano, afecta al gallego.
P. Le llamaron traidor por presentarse al Nadal.
R. Años después en Pontevedra me dieron un premio al gran traidor a la lengua gallega. ¿Tú crees que se puede llamar desleal y traidor a un tío que lleva escrito más páginas en gallego que ningún otro? No fui a recogerlo. Yo hasta dudo que Otero Pedrayo haya escrito más páginas en gallego que yo, porque Otero Pedrayo no escribió por ejemplo durante veintitantos años un artículo diario en gallego, en La Voz primero, y en El Correo después.
P. Tiene fama de polémico, o sea de decir lo que piensa.
R. [Santiago] Jaureguizar dice que donde hay fuego echo gasolina. Me parece una idea muy bonita. Cuando hay un incendio en un monte, a veces lo que hay que hacer es provocar otro incendio para que cuando el fuego grande llegue a ese sitio ya esté quemado, y no pasa. Esa sería la gasolina que yo muy ingenuamente, por lo menos en el aspecto personal, practico.
P. Hay mucho desencanto en sus memorias.
R. Carlos Casares, que fue íntimo amigo mío, era parte de la Asociación de Editores. Pues reciben los editores una carta de Alemania para que designen a dos escritores que vayan a escribir a Alemania a una residencia especial. Y se pusieron a sí mismos, coño, Casares y Freixanes, directores de Galaxia y Xerais. Allá marcharon. Y eso yo lo tomo muy mal. El país nuestro es muy complicado.
P. ¿A qué se refiere?
R. Hace unos meses saltó la gran noticia de que había sido publicado un libro en castellano, en gallego, en euskera y en catalán al mismo tiempo. Es un triunfo editorial, algo que hay que aplaudir. Lo que pasa es que el libro es del director de Galaxia, Paco Castro. Si lo hubiese hecho para un escritor de la editorial y no para sí mismo sería muy plausible. Hay que tener un poco de vergüenza.
P. Su vida literaria fuera de Galicia.
R. Tengo que admitirme como soy: sobreviví como persona y como escritor en el extranjero. En Rusia yo llevo 11 títulos publicados. Lo que es el éxito, éxito, más en Rusia que aquí. Yo llegué al disparate de publicar una novela primero en ruso que en español y en gallego. Me pasó con el último premio que gané en Valladolid; esa novela llevaba dos años y medio en Xerais, y no la publicaban.
P. ¿Qué le dicen cuando eso no ocurre?
R. Dan largas. Esa novela la publicó Algaida, que es del grupo Anaya, y como Xerais es del mismo grupo tuvo que publicarla por fin. Pues esa novela se publicó primero en ruso, y se presentó en el aula magna de la Universidad de San Petersburgo y me dieron la bienvenida al seno de la madre Rusia de la literatura. Fue una cosa desproporcionada pero muy grata para mí, como comprenderás. Y ese es mi sino; yo he sobrevivido como persona y como escritor fuera. Han hecho congresos sobre mi obra en Texas, en Canadá. He dado tres cursos en Harvard. En Rusia hay una tesis doctoral dice que hay muy pocos escritores en el mundo que tengan diez novelas que se defiendan, y que yo soy uno de ellos. Lo que te alimenta el ego y la tranquilidad de que tu trabajo no es una pérdida de tiempo ni una estupidez yo lo he constatado más fuera que aquí. Antes del COVID tenía más conferencias y más jurados en Italia que en España, por lo tanto que en Galicia. Así que esto es un disparate. Antes me lo tomaba muy a pecho, ahora lo hago como si ya le pasara a otro.
P. No puede quejarse de popularidad en Galicia.
R. Sí, pero entre la gente. Porque en eso que se llama sistema literario gallego, no. En este libro cuento una conversación que tuve con una profesora universitaria que escribió un libro sobre literatura gallega. Cuando llega a mí, dice, más o menos textualmente, ‘Alfredo Conde escribió El Griffón y en los diez años siguientes siguió una trayectoria personal, literaria y política errática”. La invité a tomar un café. Hablamos muy educadamente. Y le dije: “Ah y, por cierto, en la historia esta dices eso. Un estudioso de la literatura gallega recién llegado lee eso sobre un autor llamado Alfredo Conde y en su puta vida va a preocuparse más del tema, pero si eso lo lee algún señor que sí me conoce pensará que eres una ignorante”. ¿Sabes qué me dijo? “Hombre, Alfredo, tienes que comprender que hablar bien de ti en determinados ambientes está muy mal visto”.
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