El año que acaba de terminar no ha sido bueno para Alemania. El país europeo sigue en recesión, con su importante industria inmersa en una profunda crisis, con un acalorado debate sobre la política migratoria, avivado aún más tras el reciente ataque a un mercado de Navidad, y con una, no menos preocupante, crisis de confianza en la política después de que el canciller, Olaf Scholz, decidiera romper el Gobierno de coalición por desavenencias insalvables con su socio liberal en materia económica. La recuperación económica tardará en llegar y una posible gran coalición entre conservadores y socialdemócratas tras las elecciones anticipadas previstas para el 23 de febrero, como apuntan los sondeos de intención de voto, no tranquiliza a los principales economistas del país, que advierten de fuertes desacuerdos entre la Unión Cristianodemócrata (CDU) y el Partido Socialdemócrata (SPD) en temas como impuestos, inversiones y deuda.
La necesidad de emprender reformas es ya innegable y, para ello, es necesario un Gobierno fuerte. “La CDU/CSU [Unión Democristiana y su partido hermano bávaro, la Unión Socialcristiana] y el SPD proceden de mundos diferentes que no se unen fácilmente. Existe el riesgo de un estancamiento de las reformas y de una mayor pérdida de prosperidad”, alertó la presidenta del consejo alemán de expertos económicos que asesora al Gobierno, Monika Schnitzer, en una entrevista con el grupo de medios Funke. De no hacer cambios, el estancamiento podría prolongarse hasta casi una década, algo sin precedentes en la historia reciente de Alemania, como alerta el Bundesbank.
Pero, ¿cómo se ha llegado hasta este punto? La otrora pujante industria alemana ―columna vertebral de la economía germana― lleva produciendo cada vez menos desde 2017, y el declive se ha acelerado recientemente. Según los expertos, la tendencia negativa se debe en parte a malas decisiones de gestión, por ejemplo, en el sector del automóvil, que ha llevado a Volkswagen a anunciar que recortará 35.000 puestos hasta 2030.
Además, hay que tener en cuenta que Alemania es el mayor productor de acero de Europa. Más de cuatro millones de personas trabajan en sectores intensivos en acero como la automoción, la ingeniería mecánica y la construcción, que luchan por sobrevivir afectados por los elevados costes. La presión sobre esta industria es cada vez mayor, así como sobre la industria química que sufre los elevados costes de la energía. Las importaciones baratas subvencionadas, especialmente de Asia, obligan a empresas alemanas a ahorrar, como es el caso de Thyssenkrupp, que recortará 11.000 puestos de aquí a 2030.
Por si esto fuera poco, Alemania languidece ante la falta de inversión privada y pública, elevados impuestos y una jungla casi impenetrable de normativas gubernamentales y requisitos de documentación, así como una enorme escasez de mano de obra cualificada.
La Federación de Industrias Alemanas (BDI) ve los últimos años del Gobierno de Scholz con liberales y verdes como “dos años perdidos” y alerta de una “notable” pérdida de prosperidad y de la caída de la competitividad. “Alemania solo podrá abandonar la senda de la desindustrialización progresiva si consigue marcar un nuevo rumbo mediante reformas estructurales de gran calado y atraer más inversiones”, escribió en un documento de reivindicaciones que ha preparado para el próximo Gobierno.
La guerra de Ucrania, un orden económico mundial en erosión y un posible aumento global del proteccionismo minan a Alemania. “La economía alemana no solo lucha contra persistentes vientos en contra, sino también contra problemas estructurales”, explicó por su parte el presidente del Bundesbank, Joachim Nagel. Según sus previsiones, el Producto Interior Bruto se habrá contraído un 0,2% en 2024 y crecerá solo un 0,2% en 2025, siempre que se lleven a cabo las necesarias reformas.
Esto eleva la presión sobre el futuro Gobierno en un momento de gran descontento con la política y la economía. “Son muchos los retos que tenemos que afrontar. No podemos intercambiarlos como si fueran regalos que no nos gustan”, advirtió el presidente federal de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, en su tradicional mensaje navideño. “Tenemos que ser abiertos sobre lo que va mal, lo que no funciona en nuestro país como podría y debería”.
Freno de la deuda
Uno de los principales puntos de fricción seguirá siendo una posible reforma del freno de la deuda fijado en la Constitución alemana, reclamada por el SPD para reactivar la economía. “Lo que es muy importante en una reforma del freno de la deuda es la estipulación legal de que el dinero adicional se gaste exclusivamente en inversiones orientadas al futuro: defensa, infraestructuras, educación”, explicó la economista Schnitzer.
La campaña electoral se augura así muy dura. Además, coincidirá con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, el 20 de enero. “La cuestión más importante será sin duda la crisis económica. Estamos en nuestro segundo año de recesión, a la cola en comparación con otros países europeos y no europeos. Es una constelación deprimente, porque hay mucha controversia sobre cómo salir de esta crisis”, explica Hajo Funke, profesor de ciencias políticas de la Universidad Libre de Berlín (FU).
El segundo tema será la cuestión migratoria, especialmente desde que un hombre de Arabia Saudí embistiera con su automóvil el mercado de Navidad de Magdeburgo, matara al menos a cinco personas e hiriera a 200. El ataque fue, como era de esperar, instrumentalizado por Alternativa para Alemania (AfD), obviando que el atacante era islamófobo y simpatizaba con su ideario.
Al partido, segundo en intención de voto con un 19% según los últimos sondeos, no le tiembla la mano a la hora de promover el odio si con eso puede sacar rédito político. Además, posibles fallos a la hora de detectar el peligro que el saudí representaba sirven de munición a AfD, pero también a otros partidos de la oposición.
“AfD es uno de los partidos más de extrema derecha de Europa Occidental. Mucho más que Marine Le Pen o el partido de Meloni”, sostiene por teléfono Funke. “Pero también hay mucha gente que vota a AfD porque está decepcionada, frustrada y llena de resentimiento con los políticos. Decepcionados y frustrados por el rendimiento y la ineficacia de la coalición de Scholz”. En su opinión, esto lleva a mucha gente a buscar algo “completamente distinto” y señala que la credibilidad en los políticos se ha reducido a menos del 20% tras la ruptura del Gobierno. “Eso es casi inaudito para los estándares alemanes”, comenta.
El politólogo cree que para poder hacer frente a la extrema derecha es “crucial” que gobiernen “de forma socialmente sensible, eficiente y sin pelearse”. Sin embargo, a pesar de todo, cree que el actual Gobierno también ha hecho cosas bien como en materia ecológica, o a la hora de combatir la inflación y la inseguridad energética. También la reforma sanitaria emprendida este año es vista por muchos sectores de la sociedad como algo necesario para atajar muchos de los problemas de los que adolece la sanidad pública del país.
La otra gran cuestión de la campaña electoral será la guerra de Ucrania. En total, Alemania ha proporcionado ayuda militar a Ucrania por valor de unos 28.000 millones de euros, según cifras oficiales. Pero Scholz se ha mantenido firme en su rechazo a mandar misiles Taurus para evitar una escalada del conflicto que pueda desencadenar una guerra entre Rusia y la OTAN. El miedo a la guerra es patente entre la población. Los alemanes se mueven en la disyuntiva de querer seguir apoyando a Ucrania, pero sin seguir gastando miles de millones en un momento de crisis económica y ante el temor de posibles recortes sociales.
Los partidos lucharán así las próximas semanas por convencer a un desilusionado electorado. Por ahora, si las elecciones se celebraran este domingo, las ganaría la CDU/CSU, liderada por Friedrich Merz, con un 31% de los votos, según los últimos sondeos. Mientras, el SPD rondaría el 16% de votos, por detrás de AfD (19%), seguidos de Los Verdes con un 13%. Mientras, los liberales (FDP) se quedarían fuera del parlamento al no llegar al mínimo del 5%.