“El alimento de la fantasía no es lo bello, sino lo monstruoso”, afirma Giovanni Macchia (Triani, 1912-Roma, 2001), al comienzo de su estudio sobre ese príncipe extraño, contemporáneo de Casanova y el marqués de Sade, afirmación que nos recuerda el conocido verso de Rilke sobre el horror que entraña toda belleza. La “convivencia continua con lo deforme” del aristócrata siciliano que abandona Palermo y recrea en una villa de la localidad de Bagheria, entre la capital y la ligereza de Cefalú, un teatro de piedra que rehace la obra de la naturaleza y la transforma en caos, denota un agudo espíritu de contradicción. Se diría que el príncipe añorase un carnaval permanente que pusiera todo patas arriba aún con el riesgo de ser considerado un loco pervertido.
¿Odiaba la realidad tal como la veía en su isla-caverna, o tal vez lo que deseaba era arrojar sobre los visitantes de su villa semillas de duda sobre la conciencia de su realidad, ese mundo que nos creamos nosotros mismos y en el que, en el fondo, nada está en su sitio y nada es perfecto ni pacífico? Tras una respuesta a esa incógnita va Macchia desgranando las migas de pan que dejó ese alienígena siciliano en el bosque de su vida. Algo había influido para que dedicase tanto tiempo y dinero a esa galería de excentricidades cinceladas por un ejército de escultores bajo su estricta batuta. Era retraído y esquivo; no buscaba retiro ni placer alguno en la familia, el amor o el arte. De ahí que leamos que “la belleza no es más que un adorno”, y él se interesaba por la “verdad”, no sus afeites. “¿Qué hay detrás de la belleza de una mujer?”, se pregunta Macchia.
Fue Goethe el principal propagandista del príncipe al rechazar su mundo al revés, sin poder evitar la fascinación que le producía la villa, a la cual dedicó más tiempo que a Florencia. Aparte de lo monstruoso, observó con irritación teutónica que en la Villa Palagonia habían sido “cuidadosamente evitadas todas las líneas verticales y horizontales, de manera que lo que está de pie parezca caerse”. El vate de Weimar quedó tocado por esa impertinente excentricidad y a partir de entonces fue partidario de poner freno a la imaginación.
El príncipe se había unido al “viaje romántico” de los alemanes sin salir de casa; al absurdo, a la rareza, negando para el arte la armonía y el equilibrio. De ahí que, siguiendo las huellas de Hölderlin, otro poeta visionario, Achim von Arnim, novelara en el castillo de Wiepersdorf su experiencia de Palagonia, acentuando el “insolente distanciamiento” del príncipe con sus contemporáneos. Macchia finaliza su estimulante análisis con un diálogo imaginario entre un conde veneciano y nuestro personaje, que miraba a su tierra siciliana desde dentro de su propia sangre. Ahí da rienda suelta a sus convicciones: desde su amor-odio al vacío, a su desprecio de los admiradores del orden, pasando por su particular visión de lo oculto. ¿Acaso no es cierto que “en un país de monstruos nadie es un monstruo”?
Giovanni Macchia
Traducción de José Ramón Monreal
Elba, 2024
180 páginas
21,50 euros