Hoy en día, la relación entre moda y cine es tan estrecha que se ha acuñado el concepto method dressing para hacer alusión a esos atuendos de alfombra roja inspirados en la trama de las películas que las actrices promocionan. Estilismos pensados durante semanas, incluso meses, y que funcionan como una activación más de las ambiciosas estrategias de marketing con las que se publicitan los estrenos en Hollywood. Sin embargo, hubo un tiempo no muy lejano en el que la alfombra roja era simplemente eso, un amplio trozo de tela color bermellón donde las celebridades posaban brevemente ante los fotógrafos congregados, en muchas ocasiones vestidas con su propia ropa.
Si bien muchas actrices del Hollywood clásico otorgaron reconocimiento y visibilidad a los responsables detrás de sus diseños (como es el caso del emblemático dúo formado por Audrey Hepburn y Hubert de Givenchy o Grace Kelly y Edith Head), el fulgor de esos años dorados se fue atenuando hasta dejar a la moda casi en la penumbra en lo que respecta a su relevancia en la red carpet. Durante un tiempo, las actrices trataron de mantenerse distantes y no dar importancia a lo que se ponían para un estreno o entrega de premios por miedo a que no se las tomara en serio si la moda resultaba una preocupación “demasiado” evidente. Todo cambió en la primavera de 1994.
Una comedia romántica, un vestido de infarto y una nueva era para la moda
Aquel año se estrenó la comedia romántica Cuatro bodas y un funeral, uno de los éxitos de taquilla más sonados del cine británico, protagonizada por Hugh Grant y Andie MacDowell. La repercusión del filme fue mucho más allá de la propia industria cinematográfica y durante su promoción hubo un acontecimiento que cambió por siempre la historia de la moda reciente. La noche de la premiere en Londres, Grant acudió acompañado de su novia, una joven actriz que trataba de hacerse hueco en el cine llamada Elizabeth Hurley, hasta ese momento una completa desconocida. Cuando la pareja bajó del coche y Hurley desveló el look elegido para la ocasión todas las miradas se volvieron hacia ella y su espectacular vestido negro de Versace. Con un vertiginoso escote y una abertura lateral rematada por imperdibles dorados (elemento recurrente en el imaginario visual de la firma italiana), el diseño estaba a años luz de lo que solía verse en la alfombra roja por aquel entonces. La propia Hurley contó en el documental de Disney+ In Vogue: los años 90, estrenado el pasado septiembre, cómo la elección del vestido fue por completo fortuita, improvisada y de último minuto: “Tenía que llevar un vestido y me dijeron que preguntara a no sé quién de una agencia de representación. Ese mismo día llamamos para preguntar y nos dijeron que tenían uno. ‘Vale. Si me entra, ¿me lo prestáis?’”. Añadió que “el vestido tenía muy poca tela, pero me agaché y me estiré y todo siguió en su sitio. Por aquel entonces era muy joven. Bajamos las escaleras y nada más. Eran otros tiempos.” Con la melena suelta y con un maquillaje imperceptible, la británica apareció despampanante eclipsando a todos los presentes, incluidos los protagonistas de la película. Al día siguiente, aquel vestido de Versace, que hoy cuenta con su propia página en Wikipedia, apareció en todos los periódicos e inauguró una nueva era en la industria de la moda en la que, después de muchas décadas, la moda y el cine volvían a ir de la mano. Para la diseñadora Ana Moraza Pérez, licenciada en publicidad y relaciones públicas y docente en la Universidad de Sevilla, estos cambios en la alfombra coinciden con “el auge de diseñadores como Armani o Versace, iconos del lujo y del glamour que comienzan a dotar al mundo de la moda connotaciones de show y de espectáculo, convirtiendo sus propios desfiles en eventos mediáticos”, explica. Y recuerda que el poder comunicativo de la moda siempre ha estado ahí: “Históricamente la indumentaria ha sido un elemento de comunicación en todos los sentidos. Las formas en las que el ser humano ha cubierto su cuerpo a lo largo de la historia ha servido (además de para protegerse) para diferenciarnos del resto”.
La alta costura llega a los Oscar
Otros testimonios de estrellas de los noventa recogidos en el mencionado documental revelan la escasa profesionalización que existía en torno a la alfombra roja en cuestión de moda. “No existían los estilistas. Era todo muy informal”, expresó Claire Danes. Gwyneth Paltrow, otra de las entrevistadas, aseguró que “era una época en la que te tomaban más en serio si ibas en traje o cosas por el estilo”. Y Sarah Jessica Parker, hoy una de las más mujeres más reverenciadas en términos de estilo, desveló que para acudir a su primera gala MET, en 1995, optó por “un vestido de segunda mano que compré en Pittsburgh”, ciudad donde estaba rodando en aquel momento. Para Kate Moss, a comienzos de los noventa la gala era “uno de esos actos solo para la gente de la moda. Llegaba a casa de trabajar y pensaba: ‘¿Voy o no? Pues venga, vamos’”. Más de dos décadas después, la gala es la más seguida del mundo y un caramelo imposible de rechazar para el lujo y, cada vez más, para la moda rápida, como demuestran las apariciones de sellos como H&M o Topshop. Y ahora, la noticia es cuando alguna mujer (porque las mujeres siguen siendo el foco de la alfombra y a veces con poca libertad de elección ) aparece sin maquillaje, como está haciendo Pamela Anderson desde hace años.
Tras el fenómeno Hurley, muchas firmas de moda detectaron el potenciar de vestir a las celebridades y rápidamente se pusieron manos a la obra para disfrutar de su trozo del pastel. John Galliano, por aquel entonces al frente de Dior, fue de los primeros en pulsar la tecla acertada. El modista contactó con Nicole Kidman y le ofreció confeccionar su vestido para los Oscar de 1997, aunque el equipo de la actriz le desaconsejó hacerlo, ella accedió. Pero cuando se trata de Galliano estaba claro que no iba a ser cualquier vestido. La intérprete y el diseñador formaron una interesante dupla y trabajaron durante meses, con Kidman acudiendo a numerosas pruebas de vestuario. La pieza elegida fue un vestido de seda perteneciente a la colección de alta costura primavera-verano 1997 de Dior, una creación repleta de bordados que se adaptó al cuerpo de la australiana como un guante. Era la primera vez en mucho tiempo que la alta costura brillaba en los premios de cine más importantes del planeta. Ese vestido supuso la irrupción de la moda más lujosa y exclusiva en una alfombra roja que poco a poco iba recuperando el glamour de antaño. Años después, Kidman confesó que el vestido todavía era una de sus diseños más preciados: “Mis hijas heredarán ese vestido”, dijo en 2017. Si Elizabeth Hurley había prendido la mecha con su Versace de imperdibles, el alta costura de Dior lucido por Kidman de manera exquisita terminó de dinamitar cualquier prejuicio hacia la moda. Poco a poco, el sector se fue profesionalizando, las grandes firmas incluyeron relaciones públicas para tratar con los artistas y se consolidó la figura del estilista de Hollywood, así como de maquilladores y peluqueros. El reinado de las súpermodelos llegaba a su fin mientras las actrices empezaban a ocupar portadas de revistas de moda y a protagonizar campañas de moda y belleza, un lucrativo territorio limitado al mundo de las maniquís tradicionalmente.
En la actualidad, la alfombra roja es un tablero de juego con demasiadas reglas. En el momento en que las grandes celebridades se alían con las marcas de lujo más pujantes (véase cualquier sello de Kering o LVMH), se pierde el factor sorpresa. Si una actriz protagoniza una campaña determinada o se convierte en embajadora de una firma concreta, no hace falta ser un erudito del sector para saber que posiblemente en todas sus alfombras rojas vista de la marca en cuestión. ¿Hubiera tenido tanto impacto el Dior de alta costura que Nicole Kidman llevó en 1997 en 2024? Es difícil saberlo, pero lo que sí está claro es que cada vez cuesta más destacar en una red carpet saturada de propuestas. Construir un estilismo teatral o apostar por diseños de archivo (o ambas cosas) suelen ser dos factores ganadores en la actualidad, al menos si tomamos como triunfo la capacidad de un look para viralizarse, generar conciencia de marca y apelar a nuevos consumidores. En un extenso artículo publicado a comienzos de año por Fashion Network, sobre el nexo entre alfombra roja y marcas de moda, Alison Bringé, directora de marketing de Launchmetrics (empresa de análisis de datos enfocados a moda y cosmética) subraya la férrea conexión entre ambos mundos: “El interés del público en seguir las apariciones de alfombra roja de sus estrellas favoritas crea una oportunidad para que las marcas se alineen estratégicamente con la cultura narrativa, fortaleciendo la credibilidad de la marca y la resonancia cultural”. Como ejemplo citó el look de Dior que Jenna Ortega, una de las actrices del momento gracias al fenómeno Miércoles, llevó en los Emmy de este año: Al vestir a Ortega “la firma consigue interactuar con una audiencia más joven y capitalizar su interés por la cultura pop”. No es de extrañar, por tanto, que los iconos del presente, de Zendaya a Margot Robbie, Anya Taylor Joy o Jennifer Lawrence, cuenten con un amplio equipo a sus órdenes y que incluso sus estilistas gocen de un estatus de celebridad, gracias también a la visibilidad proporcionada por las redes sociales. De hecho, basta con echar un vistazo al perfil de Instagram de cualquier estrella para comprobar la cantidad de personas que hay trabajando para construir un look de alfombra roja perfecto entre estilistas y asistentes de estilismo, make up artists, peluqueros, manicuristas… The Hollywood Reporter, medio especializado en la industria del cine y la televisión, lleva desde 2011 elaborando una lista anual con los estilistas de Hollywood más destacados. En 2024, el reconocimiento ha sido para Andrew Mukamal, estilista de Margot Robbie, junto a quien lanzó un libro recopilatorio con los más de treinta looks ideados para la intensa promoción de Barbie. Otro peso pesado es Law Roach, con quien trabaja Zendaya desde hace muchos años, una figura tan influyente que posa muchas veces junto a la actriz cuando ella acuda a algún acto en la alfombra roja.
¿Y qué pasa con la alfombra roja nacional?
La dimensión de la alfombra roja patria es mucho menor que la angelina. Aun siendo un sector de sobra profesionalizado y que ha evolucionado visiblemente en las últimas décadas, todavía dista del poderío hollywoodiense. “En España [los looks] casi siempre son cesiones, aunque hay excepciones… En Los Ángeles, sin embargo, sí me consta que hay remuneración”, cuenta la Victoria Nogales, estilista con varios años de experiencia a sus espaldas y en quien confían actrices como Ángela y Olivia Molina, Silvia Abril, la cantante Vanesa Martín o Jorge Drexler. Respecto al tiempo de preparación detrás de un vestuario asegura que “depende sobre todo del evento, hay veces que no tenemos ni 24 horas y otras (alfombras muy importantes, como los Goya) con las que contamos con meses de antelación”. El maquillador David Bello, responsable de los looks de belleza de Elena Anaya o Ingrid García-Jonsson, cuenta con una dilata trayectoria y sostiene que ha sido en los últimos tiempos cuando se ha convertido en habitual que actores y actrices cuenten con un equipo específico para sus apariciones de alfombra roja: “En los últimos diez años he percibido este proceso más intensamente…a veces, se trabaja durante días e incluso semanas hasta que todo encaja”. “Hay una tendencia clara y visible a la sofisticación en las alfombras rojas en estos últimos años, mirando quizás hacia un modelo más internacional y poniendo en alza el poder de ‘deslumbrar’”, concluye.
Esa importancia de la imagen en las apariciones púbicas se coló en uno de los encuentros entre actrices organizado por Kinotico, el portal especializado en la industria audiovisual. En la charla participaban varias intérpretes, entre ellas Iria del Río, actualmente en boca de todos por su papel en Los años nuevos, la nueva serie de Rodrigo Sorogoyen. En un momento dado, hablan de la temporada de premios y ella asegura que, si bien lleva una década trabajando como actriz, no está muy puesta en esos temas. La respuesta de su compañera de profesión Elena Anaya es de lo más práctica y reveladora: “Vete buscando una estilista que te arregle y que te busque las cosas, que luego es mucho trabajo”.
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