María ha perdido a tres de sus personas más queridas en 12 años. Cada cuatro años una y siempre en el mes de febrero. “No puede ser casualidad. La vida me ha mandado este mensaje para que yo me haga fuerte”, asume. Su padre, el cantaor flamenco Fernando Terremoto, falleció en 2010, en plenitud creativa, cuando contaba 39 años. Ella solo tenía 11. En 2014 murió su abuelo, el jugador de fútbol (del Betis y de la selección española, y campeón de Copa en 1977) Antonio Benítez, a los 62 años. Y en 2018, su abuela, María, su “maestra”, con 63. Tres defunciones prematuras que sacudieron a una niña sensible que no supo gestionar tanta ausencia. María Terremoto acaba de cumplir 25 años y se dispone a enterrar la ira y la pena que lleva años anudadas a su cuerpo. “Tenía un montón de cosas encalladas que se convirtieron en traumas. He sacado todos los lastres que tenía en mi corazón”, dice sobre el objetivo de Manifiesto, disco que publica el 31 de enero y del que ya se pueden escuchar dos canciones, Alma no salgas del cuerpo y Te llevaste mis tormentos.
Manifiesto arranca con un escalofrío, A la muerte, donde María describe la situación y desafía a lo indesafiable: “La muerte vino a mi casa, y toíto se lo llevó. / Me dejó solo a mi madre, mi madre de mi corazón… Ay, leré. / ¿Cómo vienes y te llevas lo que más valor tenía?/ Tenemos cuentas pendientes. / No me ganas la partida, porque mi dios es más grande que tu maldad tan sombría”. La canción impacta no solo por el texto, también por la forma tan arrebatada de cantar de María, acompasada solo por unos nudillos golpeando una mesa.
María tiene genes flamencos: Terremoto de Jerez fue su abuelo, y Fernando Terremoto su padre, ambos cantaores de fuste, pasión y profundidad. Ella continúa la estirpe. Dicen que el “ay” de los Terremoto contiene un eco único. La cantaora se cita con EL PAÍS en Madrid. Viene de Sevilla, donde creció y vive, aunque ella nació en Jerez.
A María no le cuesta entrar en temas íntimos; de hecho, lo agradece: “He hecho este disco precisamente para contar mi historia”. Recuerda la última vez que habló con su padre. “No es una imagen agradable, porque el tumor le estaba consumiendo. Pesaba apenas 40 kilos; él, que siempre había estado rechonchito… Pero ocurrió algo… Fueron unos 20 minutos y él, a pesar de lo frágil que estaba, intentó hacerme ese tiempo bonito: me gastaba bromas y comió un poco, aunque ya no podía. Al poco de despedirnos se fue. Esa ha sido mi cruz toda la vida”.
Existe un recuerdo mucho más edificante con su padre, años antes, cuando a Fernando Terremoto ya le estaban tratando con quimioterapia y recibió un homenaje en su peña, la Asociación Cultural Flamenca Fernando Terremoto, en Jerez. Allí, atestado de flamencos que fueron a despedir al cantaor, se subió María, con su vestido y sus gafitas, y le cantó a su padre. Se puede ver en YouTube el momento, muy recomendable, y comprobar cómo cantaba ya esa niña de diez años, y ver bailar al padre mientras la cría se desgañita: “Te quiero mucho, leré, leré”.
Los padres de María, hija única, se separaron cuando ella tenía siete años. La pequeña y su madre, Encarni, se fueron a vivir a Triana (Sevilla) con sus abuelos maternos: él, uno de los jugadores más carismáticos de la historia del Betis, y ella, una aficionada al flamenco “que cantaba y bailaba de maravilla”. “Mi abuela María fue mi maestra. Me enseñó lo que significa el cante, la importancia de ser artista, la historia del flamenco. Todo…”, apunta la joven. Parte del proceso para superar tanta perdida pasó por independizarse cuando solo tenía 16 años. “Me había convertido en una persona llena de ira y de pena, y no lo podía canalizar. Necesitaba huir, buscar mi camino, porque estaba en un agujero”, explica. Le acompañó su pareja, el cantaor José El Pechuguita. María fue madre con 20 años y repitió con 23. Su hija, que nació durante la pandemia, se llama María, como su abuela, y el niño, Fernando, como su padre.
Su nuevo disco, el segundo de su carrera, cuenta todo este proceso. Desde la apertura, donde reta a la muerte, a Te llevaste mis tormentos, dedicada a su pareja, o Pintan mi vida en color, destinada a sus hijos. Un trabajo que cuenta su historia, un tránsito donde experimentó miedo, pena, dolor, desconcierto, consuelo, amor, dudas y, finalmente, alegría. “Tenía la necesidad de aliviar todos mis sentimientos. No solo contárselo a mi terapeuta, que también, sino también al público y desahogarme en forma de música, que es lo que más amo”, explica.
El músico que la acompaña en este viaje es el guitarrista Yerai Cortés, que protagoniza el reciente documental de C. Tangana La guitarra flamenca de Yerai Cortés. “Trabajé con Yerai en el Círculo Flamenco de Madrid y conectamos. Su toque es rancio, antiguo, y a la vez fresco”. Juntos componen un trabajo con la masa madre del flamenco tradicional, pero buscando otras sonoridades y ambientes. “Tengo una visión más allá del flamenco, porque me gusta todo tipo de música. El flamenco puro ya está hecho, no hay nada que inventar. Pero partiendo de ahí podemos seguir avanzando e innovar. El flamenco lo llevo en mis venas, y no puedo vivir sin él, pero soy una chica joven a la que le gusta descubrir nuevas cosas. Necesito liberarme de las cadenas que impone el sector purista. Que yo diga que me gusta Beyoncé o Rosalía molesta dentro de los sectores ortodoxos del flamenco”. Y añade, categórica: “Si hay otras herramientas que tenemos que utilizar para que el flamenco se vea, yo, aunque me tire a una piscina sin agua y llena de rocas, voy a utilizar esas herramientas. No lo dudo”.
Con Manifiesto María Terremoto se suma a la corriente de cantaoras/cantantes jóvenes que muestran el camino por el que progresa este arte. Allí también alzan su voz María José Llergo, Soleá Morente o Ángeles Toledano. El año que viene, con el disco ya lanzado, María lo presentará en concierto, con fechas ya cerradas en la ciudad donde nació, Jerez (1 de febrero), y Madrid (24 de mayo).
Termina la entrevista y María se lanza al móvil. “Perdona, es que quiero saber cómo están mis niños”, se disculpa. Los ha llevado su pareja a la guardería y al colegio. Todo en orden.