Al hijo de Marta Mouje (Madrid) le aburría ir al colegio. No como a muchos niños que les da pereza ir, le aburría de verdad porque no aprendía nada nuevo. Ya desde la guardería lo expresaba: no entendía por qué lo habían puesto con bebés que no sabían hablar, recuerda Marta. Esos “bebés” tenían su misma edad. Él, desde los dos o tres años, tenía conversaciones en las que se veía que pensaba distinto, buscaba el por qué y recordaba con detalle las cosas. Desde pequeño tenía calificaciones más altas que el promedio, pero también era muy movido y distraído, “no paraba nunca”, dice su madre. Así, a sus cuatro años, Marta decidió llevarlo a un psicólogo porque sospechaba de un trastorno por déficit de atención. Sin embargo, lo que le dijeron fue una sorpresa: su hijo tenía altas capacidades intelectuales.
Para Marta, quien fundó la Asociación Madrileña de Altas Capacidades Intelectuales (Amanci), identificarlo dio sentido a ciertos comportamientos y emociones de su niño, pero también marcó el inicio de una batalla “eterna y desgastante” para que sea atendido en el colegio con un plan de necesidades especiales. La falta de atención tuvo graves consecuencias en la salud mental del niño, como sucede en muchas otras familias. Además, puede afectar la salud física y a su rendimiento escolar. Por ello, los padres luchan para que los niños tengan una atención educativa especializada.
La nueva Ley de Educación del 2020 (Lomloe) establece que los estudiantes con altas capacidades poseen necesidades educativas especiales que deben ser atendidas de manera diferenciada por los docentes y destaca la importancia de su detección temprana. Sin embargo, esto no siempre sucede, indica Margarita Colodrón, presidenta de la Confederación Nacional de Asociaciones de Altas Capacidades (Confines). En España, durante el curso 2022-2023 se identificó a 50.380 estudiantes con altas capacidades entre segundo ciclo de infantil, primaria, ESO y bachillerato (según la Estadística de las Enseñanzas no universitarias); un 0,75% de los alumnos matriculados en estos niveles. Sin embargo, informes nacionales y el consenso entre especialistas indican que alrededor del 10% de niños las tiene.
Los niños con altas capacidades cuentan con una capacidad intelectual elevada y otras características que los hacen excepcionales como la creatividad, el razonamiento, intensidad emocional, sensibilidad sensorial y sentimiento de justicia, explica Elena Anguiano, psicóloga sanitaria y educativa. Agrega que son niños que viven todo de manera muy intensa y su nivel emocional es muy fuerte, por lo que si se aburren en el colegio, la sensación que tienen es “una de pánico”. Por lo que puede ser desconcertante para las familias y profesores.
Frecuentemente, los niños se aburren en los colegios porque lo que están enseñando en las aulas ya lo saben. Entonces, se distraen, se ponen a hacer otras cosas, preguntan y conversan, y terminan siendo considerados como “disruptivos”. Rosalía Jiménez (Madrid), madre de un niño con altas capacidades y también fundadora de Amanci, explica: “Se aburren en clase porque la metodología que se utiliza es la repetición, pero un niño con altas capacidades no necesita repetir 10 veces”. Los pequeños terminan desmotivados y lo pasan mal, necesitan retos para seguir aprendiendo, agrega.
El problema comienza en la detección
Para el apartado de altas capacidades, la Lomloe incluye tres puntos importantes: la identificación y los programas de enriquecimiento y la flexibilización de etapas del alumnado ―estas dos como parte de la atención―. Sin embargo, según Juan López, inspector de educación y asesor del secretario de Estado de Educación durante la elaboración de dicha ley, en la actualidad “el mayor problema es el de identificación, lo cual condiciona toda la atención”.
Si el porcentaje de detección está por debajo del 1%, “mucho alumnado se queda sin identificar y, por ende, se queda sin atención específica y sin programas de enriquecimiento. Si esto no se cumple, nada más se va a cumplir”, dice. “Ese porcentaje nos tiene encadenados porque [por ser muy bajo] no se considera un problema educativo y no se le designa el presupuesto necesario”, añade.
Carmen Sanz Chacón, psicóloga y directora de la fundación El Mundo del Superdotado, explica que durante años se ha pensado que un niño muy inteligente no necesita apoyo, “pero esto es absolutamente erróneo” y relegarlos tiene consecuencias en el bienestar emocional de los niños: por incomprensión, posible acoso, aislamiento, ansiedad y, también, en el rendimiento escolar. “Pueden pasar por primaria sin esforzarse nada, pero cuando llegan a secundaria comienzan a suspender porque nunca aprendieron a estudiar. Estamos perdiendo mucho talento en España”, sostiene.
Ruth Díaz (Cantabria) cuenta que su hijo siempre mostró una gran inteligencia, aunque ella no le dio mayor importancia porque lo atribuía a la educación que recibía en casa. Sin embargo, al comenzar el colegio, llegaron los problemas. “Cada año era peor, no quería vestirse, no quería salir a la calle, tenía un tema emocional muy fuerte”, dice Ruth. La primera psicóloga que lo atendió, a los siete años, le diagnosticó depresión. Pero al no ver mejora, consultaron a otra especialista cuando él ya tenía nueve años. Fue ahí cuando les dijeron que “las altas capacidades eran clarísimas”. “Dijo que todos los problemas emocionales que tenía eran por no tratar las altas capacidades. Nosotros nos centrábamos en la depresión sin saber que venía por eso”, dice.
Tras este aviso, el orientador del colegio le hizo las pruebas y certificó que las tenía. Antes, no lo habían detectado porque en el colegio pasaba desapercibido, “pero llegaba a casa y era terrible”, recuerda Ruth. Varios meses después, y luego de una llamada a una inspectora que les indicó la Consejería de Educación, ejecutaron un programa de enriquecimiento que ha hecho que su hijo esté mucho mejor, dice.
Rocío Reyes (Bilbao) vivió algo parecido con su hija. A los cinco años detestaba ir al colegio y tenía dolores de barriga muy fuertes. El pediatra le dijo que no tenía ninguna enfermedad, pero veía que la niña era muy lista y sugirió que el problema podía ser aburrimiento. Cuando Rocío se lo contó a los profesores, ellos lo rechazaron porque consideraban que su hija era vaga y despistada. A los siete años, una psicóloga le hizo unas pruebas que indicaron las altas capacidades; pero en el colegio, nada. Los síntomas fueron empeorando, pero lo más duro fue cuando su hija le dijo: “He intentado suicidarme con comida caducada. No tengo por qué convivir con estas normas absurdas que nadie respeta”. Fue poco después de este episodio que la evaluaron en el colegio y, por fin, la identificaron oficialmente.
Falta de recursos y formación en los centros educativos
Rafael Dávila López trabaja con adolescentes hace 20 años y es educador social y orientador de un colegio en Madrid. Considera que en los centros educativos existen dos problemas fundamentales para atender las altas capacidades: falta de recursos y formación. Un ejemplo es la sobrecarga de los orientadores, que son quienes evalúan a los niños para identificar las altas capacidades. La Unesco recomienda un orientador escolar por cada 250 alumnos, pero en España esa ratio logra superar los 1.000 estudiantes. Las familias cuentan que pueden esperar meses ―a veces hasta casi un año― para una cita de evaluación con un orientador.
Además, “hay una falta de formación muy grande, hay quienes tienen una visión muy anticuada sobre las altas capacidades”, explica Dávila. Entonces cuando las familias solicitan una evaluación o una buena atención, los profesores “no lo ven” porque no reconocen un perfil de altas capacidades en esos niños, ya que son divergentes o disruptivos, y no siempre sacan buenas notas (justamente por no estar atendidos).
“Si uno quiere formación, se la tiene que buscar, al menos que el centro donde trabajes esté muy implicado”, dice. Y agrega que hay docentes que están muy involucrados y hacen hasta lo imposible por aprender y atender a los estudiantes. La falta de presupuesto necesario para esta materia es otra razón por la que no se destinan recursos suficientes a la formación de los profesionales, explica López.
Ante esta falta de formación, hay iniciativas que tratan de cubrir este vacío. En noviembre del 2023, la Universidad de Zaragoza, en conjunto con la Caja Rural de Teruel, crearon la Cátedra para el Desarrollo del Talento y la Personalización del Aprendizaje con la cual dan formación gratuita a la comunidad educativa. En un año, 1.600 docentes se han inscrito a las formaciones. Alberto Quílez Robres, director de la cátedra, explica que ahora hay más interés por la formación porque “las familias lo demandan. Los colegios ya se dan cuenta que necesitan atender la diversidad”. Sin embargo, es necesario que haya apoyo de las autonomías, “porque si no se respalda, el docente se da contra el muro”, advierte.
Atención diferenciada y especializada
Las familias coinciden en que el trato a los niños con altas capacidades varía en cada curso dependiendo de la voluntad del profesor y del grado de compromiso de la escuela. Esto, a pesar de lo que manda la ley. Marta recuerda que un año “se negaron a atender [a su hijo]. Lo pusieron en la última fila y a dibujar todo el año”.
Dávila explica que hay diversas formas de atención una vez un niño es identificado con altas capacidades. Una es la atención, intervención y enriquecimiento dentro del aula. Otra es la flexibilización, que es darle contenidos de otro curso más adelantado y puede ser en varias materias o solo en una. Otra, y la última opción si no funcionan las demás, es adelantarlo de curso. Todas estas medidas deben ser consensuadas con las familias y se tiene que tener en cuenta la parte social y emocional, no solo la académica, indica.
Avances en las comunidades autónomas
Actualmente las comunidades autónomas tienen programas de enriquecimiento, fuera de las aulas, donde los niños trabajan fuera del horario lectivo y hacen investigaciones o proyectos a largo plazo sobre temas que les interesan. Los especialistas coinciden en que estos funcionan muy bien y son espacios valiosos para los alumnos porque, además, socializan con otros estudiantes, de diversas edades, que les hace muy bien.
Las comunidades tienen también becas para estos alumnos. Por ejemplo, en Cataluña son 913 euros para los alumnos con necesidades específicas de apoyo educativo por altas capacidades y otra de 400 euros para los que acrediten una necesidad específica de apoyo educativo, sin importar que superen los umbrales económicos. La mayoría de autonomías maneja este monto y la clasificación es parecida.
Otro avance es el que ha hecho la Consejería de Educación de Asturias, desde el curso 2022-2023, que puso en marcha una iniciativa en primero de primaria para mejorar la tasa de detección. Se hizo un cribado donde los profesores evaluaron al 95% del alumnado de ese curso en capacidad-creatividad, personalidad y motivación para ver quienes calificaban, o posiblemente, como altas capacidades. El porcentaje de detección pasó de 0,5% a 4,2% en este nivel.
Esta estrategia sirvió también para equilibrar la detección entre niños y niñas, otro de los grandes problemas sobre las altas capacidades, pues la identificación en mujeres está muy por debajo de la de los hombres. “Las niñas pasan más desapercibidas porque son más adaptativas, intentan camuflarse y quedarse calladas”, dice Anguiano. Entonces “es más fácil en una clase identificar a quien da guerra, que a la que no habla”, agrega.
Mediante la estrategia de cribado, el 48% de quienes fueron identificados eran niñas; mientras que en el curso anterior solo representaban 1 de cada 4 estudiantes, explica la Consejería. Esta estrategia, que sigue en marcha, también contempla la formación de la comunidad educativa y el enriquecimiento y ampliación curricular.