El juicio a Gisèle Pelicot, más allá de las consecuencias personales y el impacto que tendrá ya para siempre en Francia, ha sido un teatro griego por donde han desfilado grandes personajes. Protagonistas de la escena que han soportado una enorme tensión y a quienes, en un caso de este tipo, suele atribuirse un papel muy claro, algo maniqueo. Uno de los más singulares y complejos de descifrar en el particular reparto es el de Beatrice Zavarro, conocida ya como abogada del diablo: la letrada que ha defendido a Dominique Pelicot durante estos cuatro meses. El jueves, tras conocerse la sentencia, atiende a algunos periodistas, habla por teléfono y medita si debe llevar más allá de esta última vista el caso más mediático de los últimos años en Francia.
Morena, menuda (un metro y 45 centímetros) y con unas gafas de pasta color burdeos colocadas como diadema, Zavarro se ha convertido en uno de los personajes más icónicos del juicio que se ha celebrado estos días en Aviñón. Es abogada desde 1996 y tiene a sus espaldas un historial importante en la defensa de delincuentes. Hasta ahora, era también conocida por haber representado a Christine Deviers-Joncour, condenada en 2003 a 18 meses de prisión por encubrimiento en el caso Elf. Este asunto, sin embargo, no tenía nada que ver, y ha sido un desafío personal, duro y extenuante. “Tengo la sensación de haberlo superado”, asegura a las puertas del tribunal. “Pero nunca tuve dudas en defenderle, ni un solo segundo. Soy abogada y tiene derecho a una defensa”, apunta.
Pelicot llegó a Zavarro a través de otro recluso, que se la había recomendado en el patio de la prisión de Baumettes. Y ella, muy consciente de las repercusiones que tendría para su vida y para su carrera, aceptó sin vacilar. Solo quería que él entendiera lo que empezaba a partir de aquel momento, explicaba al periódico Le Monde hace algunos días. “Entonces seremos usted y yo contra el mundo entero”, le advirtió, con esa voz calmada y monótona que ha utilizado durante todo el proceso. Sabía que sus colegas le iban a hacer la vida imposible y entró en el proceso como en una batalla, como un combate. “Pero no había imaginado la soledad. En cualquier caso, no tan intensa”, continuó. Y así fue como, poco a poco, también se fueron apartando de ella algunos de los colegas de la sala, llegando incluso a recibir insultos y consejos morales: “Usted es mujer, no debería defenderlo.”
El problema, en el fondo, quizá no era tanto moral, sino de estrategia. Zavarro ha planteado el caso desde el principio a través de la idea de que cada acusado era responsable de sus actos y, por lo tanto, no podían atribuirse a su cliente los delitos de los otros 50 hombres que violaron a Gisèle Pelicot. Su defensa era un vaso comunicante con la acusación del resto del banquillo. La idea que ha defendido Zavarro, además, transformaba a Dominique Pélicot en un espejo para la sociedad. “Somos todos capaces de hacer cosas horribles”, señalaba la letrada unos días atrás a este periódico. “No hay predicciones sobre lo que puede o no llegar a cometer un individuo. Lo vemos con los niños también. Puede haber conductas que no son el reflejo de nuestra personalidad. Voy a intentar que llegue un mensaje según el cual el hombre a quien yo defiendo no es un monstruo. Lo que ha hecho es monstruoso, incontestable, y no voy a minimizar su responsabilidad. Simplemente digo que se puede hacer algo monstruoso sin ser un monstruo”.
La estrategia, sin embargo, no ha funcionado. O no completamente. El tribunal ha distinguido netamente el papel de Pelicot, a quien sentencia a 20 años de cárcel, a través de las condenas. La segunda pena más alta es de 15 años. Fue impuesta a Romain V., quien acudió seis veces a Mazan, a pesar de ser seropositivo. Bajo tratamiento durante 20 años, Romain V. presentaba una carga viral baja y, por lo tanto, no era contagioso en el momento de los hechos, según afirmó su abogado, respaldado por documentos médicos. Las otras tres penas más severas —13 años de reclusión— fueron dictadas contra acusados que también acudieron seis veces a Mazan: Charly A., Jérôme V. y Dominique D. Nadie más se acercó a la condena de Pelicot.
Era muy complicado que la estrategia de Zavarro calase. La abogada sabe que, en ese sentido, no ha tenido éxito. “El principio de la individualización de la pena ha sido aplicado, eso es incontestable. Más allá de eso, el tribunal ha lanzado su veredicto. La corte ha distinguido lo que se reprochaba a Pelicot y a todos esos hombres. Ahora estamos reflexionando sobre una oportunidad de plantear un recurso”. Pelicot, cree ella, ha tenido la oportunidad de ser una parte activa en el proceso, “no un mero espectador”. Y su víctima. “Creo que ha encontrado cierto alivio en el debate. Pero yo no soy su abogada”. No, era la letrada del diablo.