Los cristianos de Siria tras la caída del régimen: “No queremos ser ciudadanos de segunda” | Internacional


Monseñor Denys Antoine Shahda estaba viendo la final del Mundial de Brasil de 2014 cuando un proyectil de obús atravesó la residencia arzobispal de Alepo. Echado en el suelo, comenzó a gritar, pero nadie escuchaba. El barrio de Aziziye estaba sumido en la oscuridad por los combates que enfrentaban a diversas milicias rebeldes y al régimen de Bashar el Asad, las calles obstruidas por bloques de hormigón para ralentizar los ataques. “No vino ninguna ambulancia. Pasamos mucho miedo”, recuerda.

Poco antes, otro proyectil había perforado uno de los gruesos muros de la contigua catedral de Nuestra Señora de la Asunción. Restaurada, vuelve a acoger servicios. Aunque es domingo ―día laborable en Siria―, la mitad de los bancos del templo están llenos y el arzobispo Shahda trata en su sermón los problemas de la comunidad cristiana, que son los de todos los habitantes de Alepo: la falta de agua corriente, electricidad, servicios. “Hemos visto cambios muy importantes en las últimas semanas, cosas que nos hacen ser optimistas. Esperamos que, como el nacimiento de Jesús que ahora se acerca, nos traiga esperanza y buenas acciones”, predica a los feligreses.

La entrada del grupo islamista radical Hayat Tahrir al Sham (HTS) en Alepo a final de noviembre asustó a muchos cristianos. Antes de la guerra, este colectivo representaba alrededor del 10% de la población, pero se estima que el porcentaje ha caído a menos de la mitad. “Una parte de ellos se han ido”, explica Lilian Kirdi a la salida de misa: “La gente que está aquí todavía seguramente se quede, porque nos han tratado bien y no nos han hecho nada malo”. Otro asistente al oficio religioso, Georges, asegura que su opinión sobre los rebeldes islamistas “ha cambiado 180 grados” desde que tomaron el poder: “Han hecho buenos cambios. Tengo esperanzas en el futuro. Lo que esperamos es que llegue la igualdad entre todos los sirios y nadie sea marginado por su religión”.

Un incidente, que ha circulado recientemente por redes sociales, refleja tanto los miedos que atesoran los cristianos como los esfuerzos de las nuevas autoridades por aplacarlos. Una foto captaba un coche circulando en Damasco con un lema en la luna: “Ha llegado vuestra hora, devotos de la cruz”. La foto corrió como la mecha por WhatsApp entre los cristianos de la zona. Un vídeo muestra lo que sucedió después: los rebeldes islamistas convertidos en autoridades obligaron a los ocupantes del vehículo a borrar la frase.

Aparentemente más confiados con el nuevo Gobierno provisional en el norte, donde han observado de cerca la gestión de HTS en el reducto rebelde de Idlib, las cosas no se ven de igual modo en las comunidades cristianas de la zona central del territorio. En Maalula, uno de los santuarios más antiguos del país árabe, donde el arameo que hablaba Jesucristo sigue siendo una lengua viva, aún recuerdan los ataques lanzados en 2013 por el Frente al Nusra, filial de Al Qaeda y precedente de la actual fuerza islamista dominante en Siria. Su posición estratégica, en las alturas que dominan la autopista central que enlaza las grandes urbes, la convirtió en frente de combate con las tropas gubernamentales.

El Frente Al Nusra llegó a controlarla, ocupó monasterio e iglesias, mató a una decena de personas y tomó como rehenes a un grupo de monjas ortodoxas, cuya liberación negoció. Durante medio año se libró una batalla casi casa por casa. Las tropas gubernamentales acabaron retomando el control a cañonazos, con la ayuda de sus aliados, y los cristianos ―que, por lo general, apoyaron al bando de El Asad durante los casi 14 años de guerra, en buena parte por miedo a los sectores más fundamentalistas del otro bando― no olvidan aquellos días. Los recordaron hace dos semanas, en las horas previas a la caída del régimen, cuando los rebeldes procedentes de Idlib entraron en la localidad. Uno de los habitantes asegura, sin querer dar su nombre, que mataron a tres locales. Uno de ellos tras negarse a convertirse a la fuerza al Islam.

“Claro que tenemos miedo”, reconoce el sacerdote católico de rito griego melquita Fadi Barki en el milenario recinto de San Sergio y San Baco (cuya iglesia data del siglo III), más conocido como Mar Sarkis. “Los mismos que nos atacaron hace 11 años son quienes mandan ahora en Siria”, puntualiza el presbítero, que acaba de regresar al monasterio tras participar en una reunión de las comunidades cristianas en la capital. “Hemos pedido al enviado de la ONU para Siria que se garantice con claridad nuestra presencia en las instituciones”, aclara.

Encaramada a las laderas de las montañas de la frontera con Líbano, a unos 50 kilómetros al norte de Damasco, Maalula es la población con mayor porcentaje de cristianos (90%) del país, aunque de sus 4.000 habitantes censados en 2011 ya solo quedan, ahora en pleno invierno, unos 1.500. Otro gran monasterio, el de las monjas ortodoxas de Santa Tecla, erigido en el siglo IV, fue asaltado y las seis iglesias restantes también sufrieron daños.

“Desde la caída del régimen, nadie vigila las calles de Maalula, aunque hay bandas armadas de delincuentes en las montañas”, advierte Barki. A la entrada se puede ver uno de los puestos de control establecidos por el ejército tras los ataques de 2013. Hoy está desguarnecido. “Este abandono y la ausencia de las nuevas autoridades, que han visitado todos los pueblos de la zona menos este, nos inquieta a los cristianos”, concluye el sacerdote católico mientras señala un fresco de los arcángeles Miguel y Gabriel que sufrió graves daños en el ataque yihadista de 2013.

Los nueve arzobispos de Alepo

Alepo tiene seis arzobispos católicos (uno por cada rito: siríaco-católico, melquita, armenio-católico, caldeo, maronita y latino). Y tres ortodoxos (sirio-ortodoxo, armenio y greco-ortodoxo). Así como dos iglesias evangélicas. Pero la comunidad cristiana de la ciudad ha quedado severamente diezmada por la guerra: de los más de 200.000 que habitaban en la capital económica de Siria, ahora apenas quedan 25.000.

Georges Sabe, superior de los hermanos maristas que ha vivido toda la contienda en la ciudad (dirige proyectos de solidaridad para familias cristianas y musulmanas), explica que no solo la violencia de la guerra ha llevado a muchos cristianos, sobre todo jóvenes, a marcharse del país, sino también las sanciones ―que han destruido la economía―, la falta de oportunidades laborales y el duro servicio militar impuesto por el régimen: “Los enviaban por un año y podían pasarse nueve en el ejército, perdiendo toda su juventud”.

“En tiempos de [el derrocado] El Asad y de su papá [Hafez] había libertad religiosa”, concede Shahda, que ejerció más de dos décadas en Venezuela. “Lo que no había”, resalta, “era libertad para expresar nuestros pensamientos”. Ahora se muestra optimista: “La gente comienza a hablar. Antes no podía porque había miedo a que alguien se metiera a escuchar para el Gobierno”.

En las últimas semanas, miembros de HTS se han reunido con representantes de todas las confesiones. “Nos han transmitido tranquilidad y que podremos seguir llevando a cabo nuestras prácticas religiosas como anteriormente, que nuestras mujeres no tendrán que llevar velo e incluso nos han prometido devolvernos los colegios católicos [nacionalizados en 1967]”, asegura.

Respecto al alcohol, tema tabú para los grupos islamistas, afirma que ha conversado con la comunidad armenia ―que regenta varios restaurantes en el centro de Alepo― y ha recibido garantías de que podrán seguir vendiendo bebidas alcohólicas siempre y cuando no sean visibles desde el exterior. El lunes, en uno de estos restaurantes, varias mesas estaban presididas por botellas de whisky y arak (licor anisado). Varios clubes nocturnos permanecen cerrados, sin embargo, desde la entrada de los islamistas en la ciudad.

Drusos y otras minorías religiosas

El pope ortodoxo de rito griego Georges Tesjosh está al frente de la iglesia de la Anunciación de Deraa, uno de los tres templos (junto al católico y al anglicano) que siguen abiertos en la capital del sur, cuna de la revolución contra el régimen en marzo de 2011. “Formamos parte de este país, hemos vivido históricamente en esa ciudad y seguiremos aquí”, resalta investido de rigor religioso en la oficina parroquial, entre iconos y fotos de patriarcas ortodoxos. Ahora, solo permanecen unos dos centenares de cristianos en Deraa, la mitad que al inicio del conflicto sirio, asegura el presbítero adscrito al Patriarcado de Antioquía, en el sureste de Turquía.

Al igual que otras minorías religiosas aún más reducidas, como los drusos, los ortodoxos y católicos sirios han tenido que adaptarse en el curso de los siglos a los continuos vuelcos en el poder para sobrevivir. “Estamos coordinados con las nuevas autoridades y hemos recibido garantías de que se respetará nuestro culto”, zanja el padre Tesjosh sin querer responder a una pregunta sobre amenazas lanzadas contra sus feligreses. En los últimos 13 años, Deraa ha pasado una y otra vez de las manos del régimen a las de la insurgencia, en medio de revueltas, represión, matanzas y batallas urbanas devastadoras.

El sacerdote ortodoxo sirio Georges Tesjosh, en la iglesia de la Anunciación de Deraa el 12 de diciembre.
El sacerdote ortodoxo sirio Georges Tesjosh, en la iglesia de la Anunciación de Deraa el 12 de diciembre. Álvaro García

No son las únicas cosas que preocupan a la comunidad cristiana. Los nuevos gobernantes preparan cambios legislativos, y se habla de un sistema islámico en el que las minorías religiosas tengan cabida. “Hemos tenido un diálogo muy abierto con ellos”, afirma el marista Sabe en Alepo: “Lo que no queremos, como comunidad cristiana, es ser una minoría. No queremos un sistema como el otomano, en el que haya un poder de un solo color [religioso] y a nosotros se nos permita existir o se nos trate bien para tener una buena imagen en Occidente, pero seamos ciudadanos de segunda”, alerta.

El plazo que se ha dado hasta marzo el nuevo Ejecutivo interino, dominado por dirigentes vinculados a HTS y su Gobierno de Salvación, es crucial para los cristianos, opina el religioso: “Tenemos una misión importante en estos meses. Demostrar nuestra voluntad de quedarnos en el país, participar, decir lo que pensamos y mostrar que queremos ser ciudadanos del mismo nivel que los demás. Siria es cuna de la cristiandad y nosotros somos tan de aquí como el resto”. En palabras del arzobispo Shahda: “Nos prometieron muchas cosas buenas, ahora esperamos que se conviertan en realidad”.



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