No fui consciente de lo dentro que estaba de Los años nuevos hasta que me escuché hablándole a la tele. Por un momento fui mi abuela gritándole a Victoria Ascanio que Cristal era su hija y a Zoraida que se dejase de galansotes casados y atendiese a Lino, el bomberito bueno. La suspensión de la incredulidad era eso. A Óscar le he llamado “pasmao” y a Ana le he suplicado que lo mandase a paseo, que olvidase su nombre, su cara y su casa y pegase la vuelta. Cómo de bien escritos (e interpretados) están unos personajes para que te involucres en su historia hasta convertir sus problemas en los tuyos, como si no tuviese yo bastantes ya.
Para averiguar por qué se les rompe el amor, la excepcional serie de Rodrigo Sorogoyen (Movistar Plus+) te obliga a rellenar las lagunas, a ejercer de detective del amor, anda que no sería una profesión bonita. A mí, que tras 10 capítulos, soy una más de la pandilla, si me preguntasen, les diría que lo que les pasa es que les falta risa, que son unos tristes y no hay relación que aguante esos tostones de Nochevieja, que se dejen de chácharas y de poemas (un alto aquí para alabar la interpretación de Benjamín Prado) y enciendan la tele porque una última noche del año sin Cachitos ni es Nochevieja ni es nada.
La Nochevieja es Sabrina Salerno y el Bobby Farrell de Boney M. descoyuntándose en el escenario a ritmo de Rasputín. La Nochevieja es pachanga, que ya tendrán el resto del año para ser indies. Es madrugada de churros con chocolate después de haber bailado hasta el alba, y bailar a Nacho Vegas no es bailar: ni Nacho Vegas se escucha a sí mismo en Nochevieja, baila el Saturday Night de Whigfield y se sabe la coreografía, al menos en mi imaginación. Cachitos, y esto ya es casualidad, o no, debutó en la noche televisiva el mismo día que Ana y Óscar se conocieron, y este año cumple una década siendo una minidosis de felicidad garantizada, pocas cosas mejores hay en esta vida que reír y bailar.
Qué bien lo saben Alaska y Mario Vaquerizo que en Alaska revelada siguen lamentando que, después de 25 años de relación, haya quien no entienda por qué están juntos y se siga preguntando qué ve esa mujer “tan sensata” en él. Entre las respuestas hay una que es obvia: ve a alguien que la hace reír. Y no hay mejor combustible para el amor.