Un nuevo orden emerge en Hollywood, en una inquietante similitud con la Roma de los últimos días, según el presagio de ciertas películas vistas en 2024. Sería muy exagerado evocar un ocaso cuando el imperialismo del cine estadounidense sigue siendo invencible. Pero es innegable que las sombras se acumulan en un panorama dominado por el contenido a ultranza, por una oferta gloriosa y desmedida, pero también acompañada de un gran sentimiento de vacío, como si ya estuviéramos en ese claroscuro en el que suelen aparecer los monstruos.
Los hubo de distinta índole —de la Elphaba de Cynthia Erivo al cínico Macrino de Denzel Washington, ambos extraordinarios— en el enfrentamiento entre Gladiator 2 y Wicked, un remake oportunista del duelo entre Barbie y Oppenheimer en 2023: una película “de chicas” y otra “de chicos”, según la aleatoria norma social, solo que con películas mucho más irrelevantes. Qué más dará eso: basta con orquestar una gigantesca campaña de promoción apoyada en un sinfín de medios digitales, que convertirán sus entrevistas en contenido gratuito para las redes, en una matraca de vídeos virales y vagamente graciosos, si es que a alguien le dio risa lo de holding space. Para mantener en marcha esta maquinaria, ya no hace falta publicidad tradicional, ni el concurso de los grandes medios, ni siquiera las buenas películas.
La única buena noticia podría ser que esos dos títulos reflejan un alejamiento gradual respecto al cine de superhéroes como única receta comercial, igual que otros taquillazos como Dune 2, Twisters o Bitelchús Bitelchús. Lo curioso es que, bajo su fachada de enormes espectáculos escapistas, tanto Wicked como Gladiator 2 son alegorías sobre el ascenso del fascismo y la pérdida de libertades. En 2024 abundaron más que nunca, de La zona de interés, que inauguró el año con sus ecos perturbadores en Gaza, a Civil War, que pareció un tráiler lúgubre del porvenir, mientras que The Apprentice, el biopic del joven Trump, funcionaba como prehistoria, o como un relato ejemplar sobre cómo hemos llegado hasta aquí. Sin olvidar Megalópolis, el admirable disparate de Francis Ford Coppola, que usó el símil con la caída de Roma de manera literal.
Aun así, hubo vida inteligente en el cine estadounidense. Regresó otro veterano como Clint Eastwood con una película políticamente espinosa como Jurado nº 2, oda al libertarismo de derechas donde los ciudadanos sustituyen a las instituciones, y en la que se toma partido por un hombre falsamente acusado de matar a su mujer. Con todo, el director no tiene rival al describir el ideal estadounidense como una falsedad ensalzada por siglos de storytelling. En su obra, otro comentario innegable sobre el presente, la justicia no es ciega por imparcial, sino por invidente. Mientras, Sean Baker logró, con su Palma de Oro por Anora, la consagración de un cine sobre otro tipo de descastados, después de años circulando por circuitos subalternos.
Pese a su fragilidad estructural, el cine español dejó varios títulos memorables (Los destellos, Volveréis, Segundo premio, La habitación de al lado), mientras que el francés se volvía a erigir en campeón absoluto con una cuota de mercado del 45% en su territorio, por encima del estadounidense. Lo logró gracias a comedias insustanciales y folletines históricos, como en todas partes, pero también a películas como Emilia Pérez, el acercamiento más audaz a la comedia musical de este año —con permiso de Joker: Folie à Deux—, o La sustancia, el lamento expresionista por nuestros cuerpos enfermos de Ozempic. Las dos llegan con opciones a los premios del invierno, porque los franceses serían los bárbaros de este relato romano. Si nos encontramos, como decíamos, en uno de esos intervalos donde nacen los monstruos, nada supera a la heroína de La sustancia en el tramo final de la película, cuando reaparece convertida en una criatura abyecta, pero enternecedora en su patetismo. La mejor definición del ser humano en 2024.
Lo mejor del año según los críticos de EL PAÍS
Una selección de Carlos Boyero, Elsa Fernández-Santos, Javier Ocaña, Jordi Costa, Gregorio Belinchón, Elisa McCausland, Diego Salgado y Álex Vicente.
Los destellos
En esta hermosa y generosa película, Pilar Palomero construye todo un mundo alrededor de gestos leves, parlamentos breves pero abarrotados de sutileza, sobriedad y la creación de una atmósfera sentimental que no necesita recurrir a la intensidad, ni al psicologismo, ni al énfasis para entender las reacciones de los personajes ni la relación que establecen entre ellos para aliviar el ocaso de un tipo que es padre y alguna vez fue marido. Por Carlos Boyero.
Y además: Perfect Days, de Wim Wenders; Bikeriders, de Jeff Nichols; Marco, de Aitor Arregi y Jon Garaño; Rita, de Paz Vega; Jurado Nº 2, de Clint Eastwood; Casa en llamas, de Dani de la Orden; La zona de interés, de Jonathan Glazer; Priscilla, de Sofia Coppola, y Civil War, de Alex Garland.
Anora
Si en The Florida Project, Disney World era la falsa tierra prometida que separaba a una niña de las garras de los servicios sociales, en Anora nos encontramos con una trabajadora sexual que también sueña con el castillo de Cenicienta y que, como aquella niña, sabe defenderse a mordiscos. Sean Baker nos traslada en su maravillosa nueva película (merecida Palma de Oro en Cannes) a otro punto cardinal del decadente sueño americano, el centenario parque de atracciones de Coney Island, donde una panda de matones y la fabulosa heroína interpretada por Mikey Madison se subirán, con humor y amor, a una montaña rusa de melancolía. Por Elsa Fernández-Santos.
La quimera
Aunque la realidad sea tozuda, la belleza también lo es. Quizá por eso el cine de Alice Rohrwacher resulta tan terrenal como poético. Su cuarto largometraje es una nueva fábula heredera de un rico legado cultural (de la commedia dell’arte al cine neorrealista), aunque desde la mirada romántica de un outsider contemporáneo. Arthur es un inglés desubicado, un arqueólogo-zahorí varado en la Toscana de los ochenta por un amor de ultratumba. Allí, este personaje trágico en la piel del actor Josh O’Connor —perfecto en su ruinosa elegancia — abre los secretos de la tierra a los pícaros ladrones de tesoros (tamborilis) que malviven al servicio de los codiciosos que profanan la historia. Por E. F-S.
Y además: La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar; Segundo premio, de Isaki Lacuesta; Secretos de un escándalo, de Todd Haynes; Los que se quedan, de Alexander Payne; Jurado nº 2, de Clint Eastwood; Salve Maria, de Mar Coll, Not a Pretty Picture, de Martha Coolidge, y Volveréis, de Jonás Trueba.
La zona de interés
El lenguaje cinematográfico como base de la narración. Otra película de dispositivo formal, que provoca que todo el relato avance en base a ello. En este caso, el recurso del fuera de campo: la acción principal, fuera del ojo de la cámara y por tanto fuera del ojo del espectador. Lo importante es Auschwitz, dentro, con el genocidio de un pueblo. Pero lo que se muestra son las flores del jardín, las risas de los niños, los sueños de un matrimonio y la barbarie nazi, aunque no la de los crímenes, sino la de (in)humana frialdad. Jonathan Glazer encuentra una rendija en una temática al borde del agotamiento, y compone una película que huele y suena a banalidad del mal. ¡Esas cenizas entrando por las ventanas! Por Javier Ocaña.
Jurado nº 2
Algo tan insólito y atrevido hoy en día como una película bien contada. Así de fácil, así de difícil. Pocos, muy pocos relatan de ese modo, a la manera clásica, con sus flashbacks introducidos a la perfección, tanto en la narrativa como en la imagen y el sonido, con esa luz lúgubre tan querida por su director, con su simbología exacta, comprensible y sin subrayados, con sus personajes poliédricos y complejos, reconocibles y fascinantes. Clint Eastwood, palabras mayores. 94 años de esplendor artístico y sabiduría humana sin dárselas de intelectual. Un homenaje a Doce hombres sin piedad, una defensa del valor y la necesidad de las instituciones. De la justicia y la igualdad. El testamento de un grande. Por J. O.
Y además: Perfect Days, de Wim Wenders; Anora, de Sean Baker, Segundo premio, de Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez; Dream Scenario, de Kristoffer Borgli; El clan de hierro, de Sean Durkin; Desconocidos, de Andrew Haigh, La estrella azul, de Javier Macipe, y La virgen roja, de Paula Ortiz.
La habitación de al lado
Una casa en llamas o una nieve rosada por acción de la crisis climática sintetizan la extraña paradoja de encontrar frágiles formas de belleza en la catástrofe en esta concentrada obra de madurez apoyada en la elocuencia de dos rostros. Quizás no tiene sentido hablar de duelo actoral entre Moore y Swinton, porque en esta libre adaptación del libro de Sigrid Nunez no hay pulso, sino coreografía de afectos entre una vulnerabilidad fortalecida en la empatía y una dureza que se va fracturando. Una luminosa pieza de cámara sobre la capacidad humana de encontrar refugios de afecto en toda guerra. Por Jordi Costa.
La sustancia
El tiempo pasa sobre una estrella del Paseo de la Fama de Hollywood en el prólogo de esta película que pulveriza más ideas recibidas que las evidentes. Un arranque digno de Lubitsch que rima con un desenlace sobre el que planea la sombra de Henenlotter. La distancia entre los dos referentes da fe de la condición omnívora de Coralie Fargeat, así como de su radicalidad a la hora de reconfigurar el canon demoliendo toda jerarquía. Alérgica a lo discursivo, está sátira sobre los monstruos que engendra el culto a la belleza es pura forma regida por el principio del placer. Por J. C.
Y además: La zona de interés, de Jonathan Glazer; Longlegs, de Osgood Perkins; La quimera, de Alice Rohrwacher; La bestia, de Bertrand Bonello; Nina, de Andrea Jaurrieta; In Water, de Hong Sang-soo; No esperes demasiado del fin del mundo, de Radu Jude, y De naturaleza violenta, de Chris Nash.
Segundo premio
En Segundo premio la tierra respira. De esa respiración nace la música, la pulsión creativa, también la rabia y la amargura de Los Planetas, la banda granadina de rock que filma Isaki Lacuesta. En realidad no la filma, sino que bebe de su leyenda, del eco de la creación del álbum de Una semana en el motor de un autobús en 1998 y en Nueva York, un disco grabado tras abandonar el grupo su bajista, May Oliver. Segundo premio es también una película de ambiente terrorífico, atmosférica, que ilustra la turbulenta relación entre un vampiro emocional y un fantasma, un viaje atmosférico al alma de una banda a ratos inescrutable, que en Lacuesta deviene en una masa madre fílmica. Por Gregorio Belinchón.
Y además: Anora, de Sean Baker; Civil War, de Alex Garland; Desconocidos, de Andrew Haigh; Emilia Pérez, de Jacques Audiard; Los destellos, de Pilar Palomero; Marco, de Jon Garaño y Aitor Arregi; On The Go, de María Gisèle Royo y Julia de Castro; Saturno, de Daniel Tornero; y La zona de interés, de Jonathan Glazer.
Desconocidos
En su obra más turbadora, Andrew Haigh aborda con empatía autobiográfica y gran brío poético la soledad radical del homosexual moderno. Andrew Scott y Paul Mescal son los dos huérfanos que protagonizan este relato dickensiano trasplantado a una actualidad preapocalíptica: un par de niños perdidos obligados a quererse para sobrevivir, si es que tal cosa, como sugiere el final de esta historia de fantasmas, todavía es posible. El director británico plasma su milagro —el reencuentro imposible entre el protagonista y sus padres, fallecidos en su niñez— con un naturalismo desacomplejado que recuerda al de ciertas obras almodovarianas. Opera como parábola psicoanalítica, como alegoría sobre el acto de escribir un guion (y, por extensión, una vida) y como reflexión sobre los anhelos inalcanzables y las heridas que nunca cicatrizan. Por Álex Vicente.
Y además: La quimera, de Alice Rohrwacher; El mal no existe, de Ryusuke Hamaguchi; La habitación de al lado, de Pedro Almodóvar; El cielo rojo, de Christian Petzold; La bestia, de Bertrand Bonello; Simple como Sylvain, de Monia Chokri; La sustancia, de Coralie Fargeat; Volveréis, de Jonás Trueba, y Dahomey, de Mati Diop.
La bestia
Ficción especulativa de Bernard Bonello, esta adaptación del relato de Henry James alterna tres periodos temporales, marcados siempre por constructos sociales que atentan contra la libertad de sentir, amar y, en definitiva, vivir. 1910 es la era de la represión. 2014, la del amor tóxico. 2044, la de los comportamientos intachables. Léa Seydoux y George MacKay interpretan distintas encarnaciones de personajes atraídos por el abismo, pero condenados a sucumbir a los órdenes imperantes. Hay pocas imágenes más políticas este año que el rostro de Seydoux anegado en lágrimas. Por Elisa McCausland y Diego Salgado.
Y además: Fly Me to the Moon, de Greg Berlanti; La zona de interés, de Jonathan Glazer; The Sweet East, de Sean Price Williams; La primera profecía, de Arkasha Stevenson; Parthenope, de Paolo Sorrentino; La quimera, de Alice Rohrwacher; Emmanuelle, de Audrey Diwan; La estrella azul, de Javier Macipe, y El eco, de Tatiana Huezo.