Aniqa Bano, la lucha de una madre para que los niños sordos de las montañas de Pakistán tengan nombre propio y derechos | Planeta Futuro


En la remota y pobre región de Baltistán, en el norte de Pakistán, a las puertas de las grandes montañas del Karakórum, nacer con una discapacidad auditiva es sinónimo de ocupar un espacio invisible, un lugar sin derecho a existir realmente. Allí, a la mayoría de los sordos se les llama solamente sordos, un desprecio extendido, común y aceptado: nadie pierde el tiempo regalándoles un nombre propio. Nacer sin la posibilidad de escuchar y sin la suerte de aprender a hablar, supone un drama y una vergüenza para las familias de los niños y niñas de una comunidad que encaja mal las diferencias.

Aniqa Bano tuvo una hija que vino al mundo con una discapacidad auditiva. Le puso de nombre Narjis Khatoon y nunca se le pasó por la cabeza llamarla sorda: fue su primer gesto antes de implicarse en una larga batalla en la que sigue inmersa. Primero, Bano buscó dinero, ayudas para poder operar a su hija y que esta pudiese recuperar la facultad de oír, y hablar. Debía hacerlo antes de que Narjis cumpliese cinco años: “logré acumular la suma necesaria cuando ella contaba cuatro años y medio. Y la intervención fue un éxito”, recuerda sentada en el cuartel general del MendiFilmFestival de Bilbao, donde estos días se ha proyectado la película Flying Hands. Este trabajo, que ganó el premio al Mejor Documental Internacional en el Evolution Mallorca International Film Festival, ha sido dirigido por Paula Iglesias y Marta López, recoge su lucha por devolver la dignidad a las personas sordas de su región.

En las áreas más remotas y desfavorecidas, los que nacen sordos tienen reservado un único papel y un futuro extremadamente limitado: no irán a la escuela y pasarán su vida como siervos dentro de la familia

“Para evitar problemas, esperamos un mes después de la operación antes de usar el aparato auditivo que lleva mi hija. Y cuando por fin lo usamos, oía tantos ruidos que se asustó muchísimo. Sin embargo, la llamábamos por su nombre y no atendía, no reaccionaba, así que pensamos que el implante coclear no había sido eficaz. El médico nos contradijo y nos explicó que lo que ocurría era sencillamente que no sabía cómo responder cuando la llamábamos por su nombre. Solo hubo que esperar a que se acostumbrase a la novedad”, cuenta Bano.

El área de Baltistán tiene una población ligeramente inferior al millón de habitantes, pero Bano asegura haber hecho un recuento que arroja al menos 400 personas que tienen una discapacidad de origen auditivo, “pero podrían ser muchas más a las que no hemos tenido acceso porque residen en núcleos rurales de montaña alejados”. La cifra es enorme y no tendría solo una explicación. “No se han llevado a cabo estudios científicos, pero los matrimonios entre familiares, la elevada concentración de minerales, gemas sobre todo, en nuestras montañas nos exponen a una gran radiación, el hecho de vivir en altura altera la composición de la sangre y, además, los nacimientos se dan con enorme dificultad en las áreas de alta montaña donde también es frecuente que los niños enfermen de neumonía, sufran de fiebres altas y esto derive en meningitis, lo que puede también explicar la sordera. Pero son todo suposiciones y necesitamos estudios serios al respecto”, explica.

En las áreas más remotas y desfavorecidas, los que nacen sordos tienen reservado un único papel y un futuro extremadamente limitado: no irán a la escuela y pasarán su vida como siervos dentro de la familia, llevando a cabo las tareas más desagradables, sin lazos sociales en el horizonte. Bano se rebeló, quizá porque su educación en la gran ciudad de Lahore le permitió observar el problema no desde la fatalidad sino desde la esperanza. Con la complicidad de su marido, solicitó ayudas al Gobierno, a las instituciones locales y empezó a ahorrar, al tiempo que tomaba forma la idea de crear en Skardu una escuela que acogiese al mayor número posible de alumnos con sordera de Baltistán.

Aniqa Bano muestra instantáneas de su familia durante su visita a Bilbao en diciembre de este año.
Aniqa Bano muestra instantáneas de su familia durante su visita a Bilbao en diciembre de este año. E.MORENO ESQUIBEL (E.MORENO ESQUIBEL)

Hoy en día su escuela, en la que colabora la ONG vasca Baltistan Fundazioa, cuenta con 82 alumnos. Una de las labores más delicadas pasa por convencer a los padres de la necesidad de escolarizar a sus hijos sordos, una idea en la que, sencillamente, no creen. “No ven la posibilidad de regalar un futuro de normalidad a sus descendientes. De hecho, en muchas entrevistas se enfadan con nosotros o se ríen de lo que les explicamos. También temen que su educación les cueste tanto que su sueldo no les alcance para pagarla. En última instancia, no entienden que sus hijos puedan aspirar a una vida digna, aunque no tengan la facultad de oír y hablar. Pero lo cierto es que en cuanto dominan la lengua de señas y aprenden a comunicarse, todo resulta posible” defiende Bano.

En su escuela, aprenden a relacionarse con el mundo. La mayoría residen ahí mismo, formando una enorme familia donde se sienten protegidos. Pero la finalidad es que puedan regresar al mundo real con la capacidad de ser autónomos, al menos para poder integrarse en su vida familiar y en la de sus aldeas, sin estar señalados por el maltrato y la discriminación.



source