Han pasado 30 años desde la muerte de la presentadora y actriz Sonia Martínez y han pasado treinta y pico desde que los paparazzi la fotografiaran en topless en la isla de Ibiza. Ocurrió mientras rodaba una serie y esas imágenes, publicadas en la revista Interviú, provocaron su despido de TVE. Mi memoria ha borrado este momento de su vida que también es el de las nuestras, los niños y las niñas que veíamos Dabadabadá, con esa mujer de sonrisa casi perfecta. El rostro dulce al que siguió el calvario: la heroína, el sida, la prostitución y el infierno. El olvido. Vinieron otros programas, otros rostros, otras maneras de tenernos entretenidos para no dar la turra a nuestros padres.
El documental La última noche de Sonia Martínez, dirigido por Ángela Gallardo y César Vallejo, estrenado esta semana en TVE, nos recuerda de dónde venimos. De dónde viene la tele de entonces, que fulminó una carrera profesional por culpa de un par de pezones. Razones poderosas entonces, poderosas ahora para según qué personas, según qué dueños de redes sociales. Ese empeño hace cuarenta años por el decoro, la candidez de las mujeres, virginales voces y cuerpos para no pervertir a los que éramos niños entonces. Ese empeño del que sigue costando desprenderse ahora. Y así como Sonia se fue, vinieron otras.
Vino Henar Álvarez, por ejemplo. Aunque la tengan ahí guardadita en RTVE Play, mientras los señores mantienen en el verdadero prime time su particular berrea. No pongo sus nombres porque no hace falta, que a este paso serán para Google los términos más buscados del año. El late night de Henarísima, Al cielo con ella, se ríe de nosotros. De nuestro maldito empeño aún porque seamos dueñas y señoras de las buenas formas. Calladita estás más guapa, que no se te note, que no se te vea. Henar nos dice, casi casi nos ordena, que quememos los corsés, subamos decibelios. Que seamos dueñas y señoras, sí, pero de lo que nos salga del papón, que diría Lalachus, del chiribiqui, que decía mi madre. Que hagamos la croqueta y desafinemos en un karaoke si nos apetece, que seamos princesas y quinquis cuando nos plazca. Y si a Jesulín de Ubrique le tiraban ropa interior en 1994, también hace 30 años, ahora las bragas se las tiremos a ella. Lo hizo Chenoa hace unos días y le advirtió: “Son buenas ¿eh?”. Y Henar respondió: “Huelen a diosa”. Como ellas.