En el Golfo de Vizcaya, uno de los principales caladeros europeos, coincide la flota pesquera ―francesa, la mayor parte, además de española e irlandesa― con miles de ejemplares de delfín común de la población del Atlántico noreste. Los pescadores buscan sobre todo a especies que viven cerca del fondo como la merluza o la lubina, y los pequeños cetáceos persiguen a calamares, boquerones, sardinas… En ese encuentro fatal, miles de delfines se ahogan atrapados en las redes de arrastre y enmalle o acaban con heridas de las que no se recuperan, a pesar de no ser objetivo de los pescadores. Para poner freno a la sangría, que se produce sobre todo en invierno, Francia prohibió este año la pesca cuatro semanas en la zona. La medida ha dado sus frutos: entre diciembre de 2023 y marzo de 2024, los meses de mayor riesgo por la gran cantidad de estos cetáceos que se reúnen, murieron 1.450 ejemplares frente a los 6.100 de media en años anteriores (4.650 menos) en esas mismas fechas, estima el Observatorio Pelagis, un prestigioso centro francés de conservación de mamíferos marinos cuyos datos se utilizan para comprobar el estado de las poblaciones.
“El delfín común tiene una distribución muy amplia en el océano Atlántico, pero este cierre se ha producido para una población en concreto, la que vive entre las costas del noroeste de África y las aguas noruegas”, explica Estanis Mugerza, investigador del centro científico AZTI. Es, además, miembro del grupo de trabajo de capturas incidentales del Consejo Internacional para la Exploración del Mar (ICES según sus siglas en inglés), el organismo que asesora a la Unión Europea en gestión sostenible de los mares y océanos. Con los datos recopilados por este organismo en la mano, que indican que se estaría poniendo en riesgo a la población, la Comisión Europea anunció a finales de noviembre que la veda se repetirá el año que viene entre el 22 de enero y el 20 de febrero y afectará a unos 300 buques comunitarios de más de ocho metros de eslora y que emplean artes de pesca consideradas de riesgo (redes de arrastre y de cerco, entre ellos). Los barcos también están obligados a instalar pingers en las redes, unos dispositivos acústicos que imitan los sonidos emitidos por los mamíferos marinos para ecolocalizar los objetos; colocar cámaras, y en ocasiones a embarcar a observadores científicos.
Marta Martín-Borregón, responsable de Océanos y Pesca de Greenpeace, se pregunta cuántos delfines más se podrían salvar si a esa veda de un mes en invierno se añadiera la prohibición total del arrastre pelágico ―una modalidad de pesca prohibida en España―, que consiste en largar las redes en mitad de la columna de agua, el lugar donde se suelen encontrar los delfines. “En verano se capturan así cantidades ingentes de bonito del norte en el Golfo de Vizcaya, lo que provoca un gran impacto en los cetáceos, además de que perjudica a nuestros curricaneros, que practican un tipo de pesca a caña que permite ser más selectivo e incluso devolver al agua a los ejemplares que no tienen la talla”, explica.
Capturas accidentales al alza
En 2016, los varamientos de delfines en las costas del Golfo de Vizcaya comenzaron a aumentar, especialmente durante el invierno; una tendencia al alza que se ha mantenido y para la que se intenta buscar una explicación. Camilo Saavedra, investigador del Instituto Español de Oceanografía (IEO-CSIC) y también miembro del grupo de trabajo de capturas incidentales del ICES, indica que barajan la hipótesis “de que exista una concentración mayor de las especies que come el delfín común como sardinas o anchoas en el centro de la bahía del Golfo de Vizcaya, y eso hace que llegue una mayor cantidad de delfines persiguiendo a sus presas”. Fue a partir de en ese momento cuando diferentes organizaciones conservacionistas lanzaron la voz de alarma ante la Unión Europea y Francia puso en marcha un grupo de trabajo, cuyas conclusiones desembocaron en el cierre.
Para medir si la veda había sido eficaz en la protección de estos pequeños cetáceos, que alcanzan unos dos metros de adultos, es necesario cruzar “múltiples fuentes de datos”. El Observatorio Pelagis (CNRS – Universidad de La Rochelle) analiza las cifras de varamientos de pequeños cetáceos registrados en las costas, los individuos encontrados para establecer la causa de la muerte y los datos del viento para trazar una ruta de los cadáveres antes de que vararan y estimar el lugar en el que murieron.
Pelagis resalta la importancia de los dispositivos para ahuyentar a los mamíferos marinos, que se están probando actualmente a gran escala. “Hemos visto, tanto en estudios hechos por AZTI como por los organismos franceses, que los pingers tienen una eficacia muy alta y bien utilizados pueden reducir la interacción un 70% y en alguna pesquería como en la flota de arrastre se ha llegado hasta el 90%”, explica. Pero se deben utilizar bien, con las baterías cargadas y situadas en los puntos correctos de la red. Tanto el IEO-CSIC como AZTI están trabajando con el sector en realizar modificaciones en los artes de pesca, por ejemplo, que un delfín pueda salir de una red de arrastre evitando su asfixia o en cambiar el método de trabajo de forma que se puedan identificar las zonas calientes de mayor concentración de delfines en las que hay que tener cuidado, añaden Saavedra y Mugerza.
Pescadores contra el cierre
El gran problema de este tipo de cierres es el impacto socioeconómico que se produce en las pesquerías. En Francia se estima que la pérdida total de ventas en toda la industria debido a la veda de este invierno es de unos 30 millones de euros. Mikel Ortiz, gerente de la Organización de Productores de Pesca de Altura de Ondárroa (OPPAO), especializados en la captura de merluza en el Golfo de Vizcaya, asegura que para ellos “el impacto es brutal, hemos perdido 500.000 euros de facturación y los trabajadores las nóminas que no han cobrado”. El Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación se comprometió a enviarles una ayuda “que debería ser una indemnización por lo que dejamos de ganar al ser un cierre forzoso y que solo alcanza el 40% de lo que dejamos de facturar y, lo que es peor, que todavía no hemos recibido, sería surrealista que llegara el cierre del año que viene y no lo hayamos cobrado”, añade.
Señala que el dato que se baraja de muertes de delfines por la pesca, es global y que no se conoce qué arte tiene más impacto. Ellos faenan con barcos de arrastre de fondo, una técnica que utiliza una red que desciende y se arrastra por el fondo marino, que los conservacionistas consideran uno de los métodos menos selectivos de pesca. “Somos los que más observadores científicos llevamos a bordo, utilizamos pingers y estamos convencidos de que nosotros no somos los causantes de ese impacto”, puntualiza.