La nueva Comisión Europea echa a andar este domingo con la mirada puesta a más de 6.000 kilómetros. Los desafíos son ingentes para los próximos cinco años para el Ejecutivo más derechizado que ha conocido la UE, en un continente muy polarizado, que afronta problemas de productividad y competitividad, y que está perdiendo influencia en un contexto global incendiado por la guerra de Rusia contra Ucrania y la crisis de Oriente Próximo y la formación de nuevos ejes. Y desde Washington, a esos más de 6.000 kilómetros de Bruselas, puede llegar otra tormenta en algo más de mes y medio de la mano del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, que ha anunciado nuevos aranceles que amenazan con provocar una guerra comercial.
Hay incertidumbre por si el nuevo ocupante de la Casa Blanca, alérgico a las organizaciones multilaterales, se avendrá a trabajar con la UE, o incluso si dará la espalda a la OTAN, agujereando el paraguas de seguridad que proporciona a los europeos. Y eso, “marcará la senda de la nueva Comisión Europea”, reconoce una alta fuente comunitaria.
Es un periodo especialmente delicado en la UE. Alemania, la primera economía del euro, renquea a la espera de las elecciones adelantadas en febrero, que aún pueden derivar en más meses de parálisis hasta la formación de Gobierno; y Francia, la segunda potencia, parece abocada a cortocircuitos constantes en un Gobierno que salió adelante con el apoyo de la ultraderecha que aspira a llegar a la presidencia en 2027. El motor francoalemán, que ha impulsado al club comunitario durante décadas, no termina de funcionar. Y en la frontera este de Europa, el autócrata ruso Vladímir Putin, de voraz apetito colonialista, continúa codiciando territorios.
La nueva máxima de la presidenta de la Comisión, la conservadora alemana Ursula von der Leyen, es “prosperidad”. También, “seguridad”. Uno de los objetivos del nuevo equipo, que toma posesión este domingo, con la española Teresa Ribera como número dos, es impulsar la industria de la defensa, descuidada durante años al externalizar gran parte de la seguridad al aliado americano. Pero mientras hay consenso en que el rearme es urgente, no lo hay en cómo financiarlo. Hace meses que sobrevuela la idea de lanzar algún tipo de eurobonos para financiar de forma conjunta el impulso a la industria de defensa, pero la oposición de Alemania y Países Bajos, entre otros, y las divergencias sobre los objetivos a financiar lastran la propuesta.
Propuestas para financiación conjunta
Los líderes de los Estados miembros pidieron a Von der Leyen hace ya un año propuestas. Y la alemana ha prometido presentar un libro blanco sobre defensa antes de marzo, algo que a muchos observadores europeos les suena a propuesta demasiado incipiente cuando los planes ya deberían estar sobre la mesa hace tiempo. La UE tiene ahora, además de la alta representante para Política Exterior y Seguridad de la UE, la estonia Kaja Kallas, a un comisario específico de Defensa, el lituano Andrius Kubilius, que, aunque las competencias pertenecen a los Estados miembros, se ha comprometido a acelerar.
“La Unión teme quedarse sola en el apoyo económico y militar a Ucrania si el de Washington, con Trump, deja de llegar, y a la vez debe luchar por sentarse a la mesa si se reactiva una hipotética mesa de diálogo diplomático para poner fin a la guerra imperialista del Kremlin. No se puede dejar en manos de Estados Unidos. Hay que aprender la lección”, remarca un alto cargo europeo.
“La UE solo actúa rápido en las crisis, pero hay muchas probabilidades de que estemos al borde de una”, afirma una veterana diplomática. No obstante, el riesgo de entrar en un periodo de letargo, por los vaivenes externos e internos, también es grande. La UE necesita un empujón si no quiere adentrarse en el abismo. Precisa de más inversión, y de una revisión radical de su política industrial para revertir el declive competitivo frente a EE UU y China.
Karel Lannoo, director general del Centro para los Estudios de Política Europea (CEPS, por sus siglas en inglés), se muestra escéptico con el uso constante de la palabra “competitividad”. Cita un famoso artículo de Paul Krugman, que el premio Nobel de Economía escribió en 1994, Competitividad: una obsesión peligrosa, para señalar que antes de regular con ese objetivo hay que definirlo. Y no es fácil.
La clave de la productividad
“Se trata más bien de productividad”, señala Lannoo, que apunta, por ejemplo, que Europa exporta más que EE UU y, en cambio, tiene una menor productividad. Es ahí donde está la clave: ser más productivo. Una brecha que se debe en parte, según diagnostica el informe Draghi, al salto tecnológico que ha dado Norteamérica y en el que la UE aún está a la zaga.
En términos per cápita, el ingreso real disponible de los hogares ha crecido el doble en EE UU que en la UE desde 2000, el año en el que empieza a agrandarse la brecha en innovación; solo cuatro de las 50 mayores empresas tecnológicas del mundo son europeas; cerca del 30% de los unicornios —las empresas tecnológicas jóvenes que aumentan de valor hasta superar los 1.000 millones de dólares (945 millones de euros)— acaban en EE UU.
La duda es si una escalada comercial, la conciencia real de que Europa está perdiendo el viaje mientras sigue la marea de llegadas de productos chinos, impulsaría a los Veintisiete a abrazar el plan del expresidente del Banco Central Europeo Mario Draghi para impulsar la competitividad y lanzar una inversión productiva de casi 800.000 millones de euros anuales (el cuádruple de la envergadura del plan Marshall). Seguir la pauta del también ex primer ministro italiano —quien se atribuye haber salvado el euro en medio de crisis de la deuda soberana de la eurozona en 2012— será la primera tarea del nuevo Ejecutivo comunitario, con la socialdemócrata Ribera como vicepresidenta de Transición Limpia, Justa y Competitiva y encargada de Competencia, una cartera sustancial.
Von der Leyen —que ya está pensando en la mejor fórmula para tejer vínculos con Trump, a quien ya conoce de cuando ambos estaban en su primer mandato, y que ha activado ya a sus equipos— anunció el miércoles en el Parlamento Europeo una nueva “brújula de la competitividad” para cerrar la brecha de innovación de Europa con Washington y Pekín, aumentar la seguridad y la independencia y lograr la descarbonización para hacer la industria y las empresas europeas también más sostenibles.
Pero muchas voces en Bruselas creen que la idea de la brújula —muy parecida a aquella de la “brújula estratégica”— es todavía muy nebulosa; puede ser en realidad humo. La presidenta se comprometió a presentar un acuerdo industrial limpio, iniciar un diálogo estratégico sobre el futuro de la industria automovilística europea, y trabajar hacia una unión europea de ahorro e inversión. Y, como en su primera legislatura, elevar el papel geopolítico de Europa.
Para Judith Arnal, investigadora principal del Instituto Elcano, hay motivos de preocupación con alguno de los primeros anuncios de la conservadora alemana. “No veo la necesidad de tener un Clean Industrial Deal en los primeros 100 días. A la primera Comisión de Von der Leyen se le ha acusado de legislar mucho y con precipitación, con escasa consulta a las partes interesadas”. Esta analista española cree que ahora que se habla una y otra vez de profundizar en el mercado único no se trata de que la UE ponga en marcha más y más regulaciones: “Hay muchas tareas que tienen que hacerse en los Estados miembros. Me preocupa que se ponga el foco en el ámbito de la UE”.
Desde el Centro para la Reforma Europea, Sander Tordoir, apuesta por más mercado único: “Hay que centralizar la supervisión de los mercados financieros en la autoridad europea actual (ESMA, por sus siglas en inglés) y reavivar el debate sobre suprimir barreras en el mercado único de servicios, eliminando, por ejemplo, los requisitos lingüísticos para las empresas que presentan servicios transfronterizos relacionados con el conocimiento”.
Deberes y reformas
Y mientras se resuelven los problemas acuciantes de productividad y los planes de defensa. Una UE algo sumida en sí misma, tiene en cola la asignatura pendiente de la próxima gran ampliación hacia el este —para absorber hasta nueve países, entre ellos, Ucrania— para la que necesita grandes reformas y que cambiará el rostro no solo geográfico, sino también socioeconómico de Europa para siempre. El presidente saliente el Consejo Europeo, el liberal belga Charles Michel, dijo hace año y medio que la Unión debería estar preparada y con sus deberes y reformas hechas —por ejemplo, una revisión de la toma de decisiones por unanimidad e ir hacia mayorías para hacer manejable un club más grande— en 2030, para admitir a aquellos nuevos miembros que ya estuvieran preparados.
Pero no solo hay un gran miedo a poner una fecha para esa extensión, sino que ya se han desatado algunas tensiones —entre Polonia y Ucrania, por ejemplo, por razones económicas y de ayudas europeas— por qué puede suponer la ampliación. Cala la idea de que la integración, que el nuevo equipo de la alemana debe pilotar o al menos apuntalar, será gradual.
No obstante, la próxima gran extensión de la UE está ausente, por ahora, del debate público europeo, centrado en una buena parte de los Estados miembros en la inmigración —también en el avance de las ultraderechas y los populismos—. Las llegadas irregulares a territorio comunitario han caído un 42% en los nueve primeros meses del año, respecto a 2023, hasta las 166.000 entradas. Y pese a todo, la Europa fortaleza, que además pierde población en un galopante invierno demográfico, sigue levantando muros.
La Unión ha firmado polémicos pactos con países como Túnez, Egipto o Mauritania para enviarles fondos y subvencionar programas europeos a cambio de que estos controlen sus fronteras y, sobre todo, frenen las salidas. Bruselas quiere expandir ahora ese modelo —se baraja ya abrir el diálogo con otros países, como Senegal— y además reformará la regulación sobre deportaciones para hacerla más estricta. No solo eso, Von der Leyen ha abierto la puerta a analizar una fórmula europea para crear centros de deportación fuera de la UE, en una senda (fallida, por otra parte) que ya ha transitado la primera ministra italiana, la ultraderechista Giorgia Meloni.
La nueva Comisión afrontará otro reto, también de enorme dificultad, el del trabajar con el escenario de una Europa muy polarizada, en la que los partidos de ultraderecha están avanzando y el discurso populista y nacionalista está calando en una parte de la población, en gran medida refugiada en las redes sociales en las que la desinformación —alimentada no solo por agentes internos sino también externos, como Rusia o China, con el objetivo de desestabilizar la UE—campan a su antojo. Con especial atención a las próximas elecciones en 2025 en Alemania, Polonia y República Checa.
Von der Leyen lleva mucho tiempo ya tendiendo la mano a la ultra Meloni, a la que considera parte de la “mayoría europeísta de centro” y una líder constructiva con la que trabajar. Pero el equilibrio es cada vez más precario: hay 11 líderes populares, cuatro socialistas (y solo dos de países grandes) tres de la extrema derecha sentados en el Consejo Europeo que gestionará —también desde este domingo— el socialdemócrata portugués António Costa. Preservar la unidad será muy difícil.
Probablemente la primera prueba, dice la veterana diplomática, llegue el 20 de enero, con la investidura de Trump: una prueba de fuego para ver si los Estados miembros van a una o cada uno negocia solo en su propio beneficio. Esta vez es distinta a su primer mandato. La extrema derecha populista que ahora se siente reivindicada con la victoria de Trump y que espera recibir de paso un empujón, tiene poder en Europa. Los caballos de Troya están dentro de la UE.