Los irlandeses no participan de la misma ansiedad electoral que se da en otros países. Cuando se vayan este viernes a la cama, tendrán como mucho el resultado de una encuesta a pie de urna que habrá hecho pública a las 10 de la noche (las 23.00 en horario peninsular de España) la televisión pública RTÉ. Nada más. Las papeletas no se empezarán a contar hasta las nueve de la mañana (10 en horario peninsular español) en los diferentes centros de recuento donde se habrán concentrado previamente todas las urnas.
“Ni me lo había planteado, la verdad”, contesta Patrick Doyle, que sale con su hija de la mano del colegio electoral del St. Cristopher Primary School. “No creo que haya un cambio significativo de aquí a unos días. Me temo que seguirán en el Gobierno los de siempre. El sistema no favorece mucho a los que pensamos que otra opción es posible”, dice resignado.
A juzgar por sus palabras, Patrick ha votado a alguno de los partidos minoritarios que luchan por hacerse un hueco en estas elecciones, como los Socialdemócratas, los Verdes o los llamados People Before Profit (La Gente Por Delante de los Beneficios), que hace cuatro años lograron hacerse un hueco en la escena política irlandesa.
Pero las encuestas de última hora han dibujado un futuro inmediato que vaticina pocos cambios. Los tres principales partidos, el Fine Gael, el Fianna Fail y el Sinn Féin, mantienen un empate técnico con cerca de un 20% de apoyo cada uno.
Los dos primeros representan el centro político del país, en el que los ciudadanos irlandeses se han mantenido cómodos durante décadas. Tomaron la decisión inaudita, en 2020, de gobernar en coalición, para evitar freno al auge de su enemigo común, el Sinn Féin, el partido que históricamente fue el brazo político de la organización terrorista IRA.
Hace cuatro años fue el más votado en cifras absolutas, aunque no en escaños. Su líder, la abogada dublinesa Mary Lou Macdonald, logró reconvertir la imagen de la formación, con un mensaje social, antisistema y muy volcado en la gran crisis que arrastra desde entonces el país: la escasez y carestía de la vivienda.
“Ha llegado el momento de que la gente dibuje el nuevo Gobierno. Necesitamos un nuevo Gobierno, pero lo importante es que el voto de cada uno cuente lo mismo”, ha dicho Mcdonald en una de las sedes de la asociación para la ayuda a las personas sordomudas The Deaf Village, en el suburbio de Cabra, al norte de Dublín.
Uno de los episodios que marcó una campaña en general bastante anodina fue un desagradable intercambio verbal entre el primer ministro, Simon Harris, del Fine Gael, y una representante de las personas discapacitadas que le reprochó haber hecho poco por ese colectivo. Harris tuvo que pedir perdón por sus palabras y actitud horas después.
Una riqueza engañosa
Cuando decidió adelantar las elecciones, hace poco más de un mes, las encuestas daban una clara ventaja al Fine Gael, un partido progresista en lo social y liberal en lo económico. En la recta final de campaña, los sondeos lo sitúan incluso en tercer lugar, décimas por detrás del Fianna Fail y del Sinn Fén.
Harris disponía de un cómodo superávit presupuestario, con 37.000 millones de euros recaudados de las grandes empresas tecnológicas, que eligieron hace ya años a Irlanda como su sede social en Europa gracias a un generoso impuesto de Sociedades del 12,5%. A esa cifra había que añadir los 14.000 millones más que Apple tuvo que entregar al Gobierno irlandés por imposición de la justicia europea, que consideró que las exenciones fiscales aplicadas a la empresa eran ayudas de Estado encubiertas.
Pero justo en la misma jornada electoral el Gobierno ha accedido a publicar la última cifra de personas sin hogar que hay en Irlanda: 14.966. Hace cuatro años, cuando se formó la coalición entre Fine Gael y Fianna Fail, el número era de 10.148. La cifra de indigentes ha aumentado durante esta legislatura casi un 50%, y revela así las carencias de un país que vive un cierto espejismo de riqueza.
Tanto el Fine Gael como el Fianna Fail se han dedicado a prometer rebajas fiscales y subvenciones generosas a los ciudadanos, además de anunciar grandes planes para resolver finalmente el problema de la vivienda.
“Me siento muy esperanzado por el futuro de este país”, se ha limitado a decir Harris en el colegio electoral al que ha acudido a votar a primera hora de la jornada.
Sabe que solo su partido y el Fianna Fail serán capaces de sumar los 83 diputados necesarios para forjar una mayoría de Gobierno. Aunque el Sinn Féin lograra de nuevo la proeza de ser el más votado —y eso es un condicionante complicado—, tendría casi imposible forjar su propia coalición. Los otros dos partidos principales ya se han conjurado para no formar alianza con los herederos del IRA, y la amalgama de partidos a la izquierda representan un juego de suma cero. Cuanto más avanzan, más retrocede el Sinn Féin.
La formación de Mcdonald arrastra además una crisis interna provocada por una serie de escándalos sexuales mal resueltos y por su ambigüedad respecto a la creciente inmigración irregular. Su electorado tradicional no le perdona un discurso abierto y progresista frente al aumento de solicitantes de asilo en la isla.
En apenas dos años han llegado 120.000 ucranios y casi 30.000 solicitantes de asilo, la mayoría de Oriente Próximo, a un país de 5,2 millones de habitantes que hasta hace poco estaba más acostumbrado a producir emigrantes que a recibirlos.
En el Grand Dock de Dublín, el muelle que agrupa los grandes rascacielos donde habitan grandes multinacionales como Google, Meta, o PWC, había poca actividad este viernes. Muchos empleados teletrabajan esta jornada. Los pocos que se ven por la calle, o son residentes extranjeros, o son incapaces de decir al corresponsal si hay algún colegio electoral por la zona. La principal fuente de riqueza de Irlanda parece vivir en otro mundo, ajena a la jornada electoral que protagoniza el país.