El día 29 de octubre, una dana arrasó decenas de poblaciones al sur de la ciudad de Valencia. Dejó 222 muertos. Y miles de casas destrozadas, más de cien mil coches inservibles, centenares de locales comerciales ruinosos y naves industriales y pequeñas fábricas. Colegios, bibliotecas y lugares de ocio destruidos. Y vidas truncadas. La Generalitat Valenciana era la primera administración responsable de actuar ante el peligro y la emergencia. Al frente de esta, Carlos Mazón debía liderar, primero, la respuesta a las amenazas y, después, a la catástrofe. A lo largo de este mes, el presidente de la Generalitat no siempre ha estado. Un mes después continúa al frente del Ejecutivo, tras incorporar a dirigentes sin experencia en la Administración autonómica y denostado en el PP. Ni Alberto Núñez Feijóo ni el resto de los barones populares han salido en defensa de su gestión.
Carlos Mazón no estuvo en las horas más cruciales de la gota fría, cuando el fenómeno había descargado ya decenas de litros de agua en el interior de la provincia y los caudales corrían buscando su salida al mar. De su boca aún no ha salido una explicación de por qué no tomó ninguna medida preventiva pese a que otros con la misma información sí lo hicieron, ni de qué hizo esas cinco horas entre la disculpa en la reunión con la patronal y los sindicatos, poco antes de las dos y media de la tarde (“Perdonad, tengo un almuerzo”), y las siete y media, momento en el que llegó al Cecopi, órgano de coordinación de las emergencias. La Generalitat aún tardó 40 minutos en enviar la alerta masiva a los móviles advirtiendo de un riesgo que ya era indomable.
Miles de voluntarios se autoorganizaron apenas unas horas después de que descargara la dana para acudir a los pueblos afectados a los que, en la mayoría de los casos, solo se podía acceder andando. Llegaron cargados de palas, cubos, agua y solidaridad. Mazón llegó, pero tarde. Intentó coordinarlos con más desacierto que fortuna. Los voluntarios fueron los primeros en llegar y en ayudar a vaciar las casas y limpiar el barro que vertieron en las alcantarillas. No estaba Mazón y no envió a nadie que les dijera que no era la mejor manera.
El presidente de la Generalitat no estuvo en los pueblos y, por tanto, ha estado lejos de los afectados. Al margen de las visitas de los reyes, Carlos Mazón, adepto a recorrer calles y fiestas patronales e ir saludando a vecinos y comerciantes, no ha pisado el barro. Fuentes de su entorno dicen que posiblemente ese sea el motivo por el que no fuera consciente de las dimensiones de la catástrofe hasta pasado varios días. Ahora ya no puede hacerlo sin arriesgarse.
Carlos Mazón sí estuvo en la primera visita a los Reyes a Paiporta, cuando una mezcla de impotencia e indignación exaltó los ánimos de los vecinos hasta provocar unos altercados en los que se intercambiaron más que palabras. Pedro Sánchez salió de la comitiva aconsejado por su equipo de seguridad. El Rey se negó a abandonar la calle. La Reina lloró. Y Mazón permaneció junto al monarca. Pero no estuvo el pasado domingo en Massanassa, donde falleció un operario mientras limpiaba un colegio que debía estar precintado. Se resguardó en el Palau de la Generalitat cuando supo que, tras el derrumbe, había habido abucheos. A ese colegio tampoco acudió el consejero de Educación, José Antonio Rovira: “No hacíamos nada allí”, dijo. Y añadió: “También nosotros tenemos nuestra familia en Alicante y creo que tenemos derecho a estar unas horas con nuestra familia”. Rovira olvidó los derechos de otras familias y trató de encubrir el hecho de que, tras una inspección, el centro estaba calificado como de nivel rojo, es decir, el peor estado que, según se comunicó tanto al alcalde como al director del colegio, significaba que había que derribarlo. Sin embargo, los operarios recibieron la encomienda de limpiarlo. “Todo apunta a que fue un accidente de trabajo, por desgracia”, quiso sentenciar Rovira.
El presidente de la Generalitat tampoco ha estado con los alcaldes. No solo es que el fatídico martes no llamara a ningún pueblo, tal como acabó admitiendo la vicepresidenta de la Generalitat, Susana Camarero, es que aún no ha puesto en marcha un foro en de alcaldes en el que, diariamente, estos puedan comunicar sus avances, necesidades y urgencias.
Carlos Mazón intervino durante horas en las Cortes valencianas en un esperado discurso en el que se refugió en la excepcionalidad de la gota fría y se parapetó en los errores, de los que no se autoatribuyó ni uno. Aunque repita que ya ha dado muchas explicaciones, tampoco ha estado para los medios de comunicación. Lleva tres semanas sin dar una rueda de prensa, sin explicar a la sociedad dónde estaba mientras moría gente y qué plan tiene para recuperar lo recuperable. Tampoco ha aclarado si destituyó a las consejeras Nuria Montes (Industria) y Salomé Pradas (Emergencias), o estas “dieron un paso al lado”, como dijo Susana Camarero. Tampoco ha dicho si fue decisión suya que el sueldo del nuevo vicepresidente para la reconstrucción, el teniente general retirado Francisco Gan Pampols, corresponda al de un militar en activo, unos 10.000 euros por encima de la pensión como jubilado que cobraba. Sí ha estado, imaginativo, al hablar de una “revolución hidrológica”, un concepto desconocido hasta ahora y utilizado para tratar de justificar sus ausencias. Lo mismo hizo con su “todo cambió a las siete de la tarde”, pese a que a esa hora ya había pueblos anegados.
Según la oposición, Carlos Mazón no ha estado en el liderazgo que requiere un territorio devastado, con 222 muertos y miles y miles de afectados que reclaman respuestas. Mazón no priorizó las necesidades de los valencianos e hizo seguidismo de su jefe de filas, Alberto Ñúñez Feijóo. Pasó del “querido presidente, gracias por venir tan pronto” con el que saludó el 31 de octubre a Pedro Sánchez, a dedicarle un reproche diario, tuviera o no argumentos. Los socialistas no han pedido su dimisión y él ha perdido la oportunidad de hacer de la catástrofe una cuestión de Estado y una alianza lo suficientemente sólida como para compartir responsabilidades y logros. Cuando pidió ayuda, la obtuvo en forma de cinco grupos de trabajo en los que reclamó y logró la presencia e implicación de todos los ministros. Consiguió que llegara el Ejército, aunque lo reclamara de forma desordenada, un día 500 y al día siguiente 5.000. Ahora desprecia las ayudas del Gobierno ―asegurando que se trata solo de créditos, pese a que las hay también a fondo perdido― y obstaculiza la información de quienes las necesitan. Con sus bandazos ha conseguido que la reconstrucción se convierta en una cuestión partidista.
El presidente Generalitat ha estado lento. Los alcaldes mantienen que sigue sin haber coordinación ni efectivos suficientes. Un mes después de la gota fría, ha remodelado su Gobierno, el que ha llamado de la reconstrucción y ahora es cuando Mazón pide celeridad. Sigue sin presentar un plan, pero se lo ha encargado a Gan Pampols.
Donde sí ha estado Carlos Mazón ha sido jugando a la equidistancia entre sus responsabilidades y las del presidente del Gobierno. “La máxima responsabilidad, según el plan de emergencias de la Comunidad Valenciana, la tiene la Generalitat Valenciana”, dijo el propio Mazón cuando era solo presidente de la Diputación de Alicante. Fue él quien asumió el mando único al aparecer en una reunión, la del Cecopi, en la que, hasta el momento, no se había adoptado ninguna decisión. Y es él que dirige, tal como ha dicho en reiteradas ocasiones, el Gobierno de todos los valencianos. Lo hace sin el respaldo explícito de la dirección de su partido. Núñez Feijóo sentenció este miércoles en el Congreso que “la política no ha respondido como debería” en Valencia, evitando la crítica pero también la defensa del presidente popular, a quien muchos en el PP dan por amortizado políticamente.