Liren Ding no está aún en su mejor nivel, a pesar de su asombrosa victoria en el asalto inaugural y del cómodo empate en el 2º del Mundial que disputa en Singapur, al mejor de catorce, con el indio Dommaraju Gukesh, de 18 años. Este, implacable al explotar los errores de su rival, ganó este miércoles el 3º después de que el chino hiciera muy bien lo más difícil y colapsara después al no encontrar una defensa relativamente sencilla. La 4ª partida se jugará el viernes, con Ding en el lado de las piezas blancas.
Grzegorz Gajewski, gran maestro polaco de 39 años, es un hombre gris, superdiscreto, cuya función recuerda a la de los asesores de un presidente de gobierno que influyen mucho en él pero no aparecen jamás ante las cámaras. Gajewski ni siquiera está entre los diez mejores polacos en la lista mundial, y juega pocos torneos. Pero fue entrenador del pentacampeón del mundo Viswanathan Anand, y desde la pandemia es uno de los grandes fichajes de la Academia de Ajedrez Westbridge-Anand (WACA), que ha aportado mucho a la producción de geniales talentos indios como Gukesh, Praggnanandhaa o la hermana de este, Vaishali. Del equipo de entrenadores y analistas de Gukesh, este sólo reconoce públicamente a Gajewski; los demás son secretos.
Gajewski fue este miércoles a desayunar y a almorzar al restaurante Tangerine del hotel Equarius, sede del Mundial de Singapur, como si fuera un monje de clausura. Por la mañana respondió a duras penas al saludo cordial desde una mesa vecina; al mediodía no dijo ni hola al entrar ni al salir, a pesar de que allí estaban, entre otros, algunos participantes ilustres en las actividades paralelas del Mundial, como la excampeona del mundo Alexandra Kosteniuk (ahora suiza), el subcampeón Borís Guélfand, israelí, o una leyenda viva, el gran maestro filipino Eugene Torre, de 73 años.
El entrenador polaco tenía fijada su mente en un ámbito ultra-especializado, el de la preparación de las aperturas (formas de empezar una partida), donde se le considera una autoridad mundial. Y es casi seguro que entre sus preparaciones más venenosas de esa mañana estaba la trampa perversa en la que Ding estuvo a punto de caer por la tarde, y que marcó la tercera partida.
Tras una apertura muy clásica (la Defensa Ortodoxa), con siglo y medio de historia, Gukesh invitó a Ding a entrar en posiciones agudas, que requieren mucho cálculo preciso, donde el prodigioso indio se maneja como pez en el agua. El chino declinó y prefirió una posición sin damas, en apariencia aburrida. Pero hete aquí que el tándem Gukesh/Gajewski ya lo había previsto: el aspirante seguía jugando rápido, mientras el campeón se sumía en largas reflexiones.
Y así se llegó al punto, en el decimocuarto lance, donde Gajewski había plantado su cepo mortal. Gukesh hizo entonces un poco de teatro, pensando durante unos minutos la jugada que ya tenía decidida, para que su rival pensase que él estaba improvisando, en lugar de aplicar una perversa preparación de laboratorio. Sólo había un movimiento salvador para las negras de Ding, totalmente contraintuitivo, muy difícil de ver para un ser humano porque consistía en poner pasiva una torre activa.
Pero el campeón olió algo raro, y su intuición disparó la alarma roja. Después de 34 minutos de intensa reflexión encontró la salvación única. Gukesh intentó poner cara de póquer, pero no es arriesgado afirmar que por dentro echaba pestes y maldecía el extraordinario talento de su adversario.
Sin embargo, lo más dramático estaba por llegar. A los ajedrecistas en baja forma o poco activos durante mucho tiempo —como Ding, enfermo y deprimido desde que fue campeón del mundo, en mayo de 2023, hasta poco antes del pasado lunes, cuando ganó la primera partida en Singapur— les ocurre lo mismo que a los veteranos más ilustres: su talento sigue intacto, y además enriquecido por una gran experiencia, pero la pérdida de reflejos y de capacidad de cálculo les puede incitar a grandes errores. Todavía no es el mismo de diciembre de 2019, justo antes de la pandemia, cuando el entonces campeón y hoy aún número uno, el noruego Magnus Carlsen, admitió: “Ding es el rival que más temo”.
Ding falló, con estrépito, cuando sólo le faltaba completar su defensa con la parte más fácil (una variante de cinco jugadas casi forzadas, desde la 18, que le llevaba a una posición que no podía perder). Su imprecisión —doble, también en la 19, pero esta es más comprensible— le dejó en una situación penosa, casi desesperada: con una pieza de menos y sin apenas compensación; para colmo, con menos minutos disponibles en el reloj que jugadas por hacer para superar el control de la 40.
Desde ahí, Gukesh fue esa máquina humana que le ha convertido en el aspirante más joven de la historia; implacable y preciso, siguió presionando hasta que Ding perdió por tiempo en una posición ya sin remedio. Después, tras pasar el control antidopaje, el indio dijo algo sorprendente: “Ya estaba contento los dos días anteriores, y hoy mucho más porque todo ha salido bien”. Cuando una periodista le recordó las palabras de Carlsen tras la primera partida —”Gukesh lo ha hecho todo mal”—, el aspirante fue más concreto: “Sí, cometí errores ese día porque era mi estreno en una final del Campeonato del Mundo. Recuerdo que Carlsen también los cometió en la misma situación”.
Gajewski no estaba visible en ese momento. Probablemente celebraba el éxito en el silencio y la soledad de su habitación: aunque su sibilina trampa no había sido eficaz de forma directa, sí había provocado que el campeón del mundo se hiciera un lío a la hora de encontrar la senda salvadora tras librarse de ella.