En Basilea, ciudad medieval situada en el noroeste de Suiza donde el Rin cambia de dirección, resulta como poco curioso que cuanto más tiempo pasa desde la muerte de Hermann Hesse más personas parecen llegar aquí en busca de sus huellas. En esta semana sorprende ante todo que el poema Glück, escrito por Hesse en 1907, sea el título de reclamo a la segunda edición de un festival en su honor, celebrado del 25 al 30 de noviembre. En Basilea vivió 10 años, primero con sus padres cuando era muy niño y, después, ya en su juventud: “No tenía otro deseo que venir a Basilea”, escribió. También es cierto que aquí se enamoró de Mia Bernoulli, su primera esposa y con quien tuvo a sus tres hijos. El premio Nobel de Literatura (en 1946) acudió, por ejemplo, a la biblioteca de la Universidad, a sus museos —que hoy se cuentan por decenas—, y a la catedral, construida entre 1010 y 1500, con torres gemelas frente al Mittlere Brücke (o puente central), para escribir o inspirarse para obras como la primera parte de El lobo estepario (1927).
El viajero, a los pocos minutos de caminar por las calles céntricas o acercarse a la orilla del Rin, se da cuenta de dos cosas. La primera y más importante es que Hermann Hesse sabía escoger: Basilea, que hoy se reconoce como uno de los corazones culturales europeos, es un lugar tranquilo y luminoso, espectacularmente bello en la zona más antigua. La segunda, y más impactante, es que el escritor obtuvo de la ciudad suiza un modelo para construir su vida y el tono de sus novelas. Modelo que ajustó a Alemania, su tierra natal.
En Calw, al sur de Alemania
Quien se anima a seguir las huellas de Hesse visita Calw, la ciudad alemana de poco más de 24.000 habitantes donde nació el 2 de julio de 1877. El lugar, que se da el título a sí misma de “ciudad de Hermann Hesse” (Hermann Hesse Stadt), pertenece al estado de Baden-Württemberg. Aquí, en el norte de la Selva Negra, suele escucharse el sonido del agua de los seis riachuelos que la atraviesan y la presencia del bosque es completa. “Cuando yo, como poeta, hablo del bosque o del río, del valle de la pradera, de la sombra de los castaños o del olor de los abetos es el bosque alrededor de Calw”, escribiría más tarde. Junto al río Nagold, que un día transportó el carbón de la mina presente en cuentos como La montaña, y sobre el puente de piedra de San Nicolás, donde hay una figura de bronce del poeta, la ciudad parece permanecer sin tantos cambios desde que el autor vivió aquí. Por ejemplo, en el número 6 de la plaza del mercado, justo frente a la iglesia de San Pedro y San Pablo, hay una fachada con una placa que dice que allí nació el Nobel. Entre los restaurantes y cafeterías, hay boutiques en las que permanece ese olor a jabón y a orden de la clase burguesa que siempre buscan los protagonistas de sus historias, y que él mismo buscó.
Muy cerca comienza la ruta en honor del autor que sube hasta el parque Hesse donde, entre los bancos y los árboles (robles, tilos, abetos) están sus poemas inolvidables. De entre todos ellos, se encuentra junto al riachuelo Hagbrunnen el poema Glück. “Es como si Hermann Hesse jamás hubiera salido de aquí. Como si se hubiera llevado a sus obras un pedazo de esto”, dice María, que ha venido tras el reclamo al autor. Sin embargo, Herman Hesse salió muy pronto de aquí, pronto sus padres se dieron cuenta de que era demasiado diferente. Pronto su padre, que trabajó en una editorial religiosa y como misionero, aceptó internar al niño para que estudiara como seminarista en uno de los lugares más bellos, misteriosos y cargados del peso del medievo de todo el estado alemán. Allí el genio se rompió y las consecuencias de su crisis marcaron su vida.
El monasterio cisterciense de Maulbronn
Era 1870 y él tenía 13 años, pero también la desdicha de saber que ser tan distinto tiene un precio. Fue entonces cuando decidió defender lo que vio como su único camino: “O poeta o nada en absoluto.” A los seis meses de llegar al monasterio cisterciense de Maulbronn, desapareció de la clase. Sin abrigo ni alimento se quedó por la noche en el bosque. Paulus, su profesor, escribió que temía lo peor. Marie Hesse, su madre, pensó que tal vez no volvería. Pero el adolescente Hesse había tomado una decisión. Estuvo en el bosque, escribió a sus padres con orgullo poco después. Había poco que hacer ya. Ya estaba marcado por el estigma de Caín del que hablaría en Demian. “A menudo entra en una gran excitación y escribe poemas…”, “podría convertirse en un peligro para sus compañeros”, escribiría Paulus, su profesor. El episodio de la fuga de Hesse, cuyo rastro en las cartas está expuesto en el pequeño museo del monasterio dedicado a los alumnos famosos, sobrecoge. Y es por algo.
Fundado en 1147, el monasterio de Maulbronn es la gran joya monumental cisterciense y tiene rincones románicos y góticos. Situado en el corazón de Baden-Württemberg, es patrimonio mundial de la Unesco desde 1993 y uno de los monasterios medievales mejor conservados de Europa. La sala de acceso a la iglesia de estilo gótico temprano tiene el nombre de Paraíso, las puertas de la entrada tienen unos 900 años. Hay edificios medievales alrededor, una plaza adoquinada con un café. Aquí se rodó la película Visión. La historia de Hildegard Von Bingen y aquí se inspiró parte de la fotografía de la película El nombre de la rosa. Al recorrerlo —merece la pena alquilar audioguía— el viajero puede tener la sensación de que J.K. Rowling también tomó algo de aquí para la saga de Harry Potter, tal vez la presa, que tiene bancos a su alrededor con nombres de enamorados. El futuro premio Nobel vivió entre estos lugares la crisis que le permitió escribir libros como El collar de cuentas o Demian, pero también le empujaría a un psiquiátrico.
“El pájaro lucha por salir del huevo. El huevo es el mundo. Quien vaya a nacer debe destruir un mundo”, escribe en Demian, y lo hace con pleno conocimiento del motivo. Tras su rotunda crisis, Hesse renace en la tranquila y alegre ciudad alemana de Tubinga como aprendiz de librero. Allí encontró a los guías que le enseñaron cómo debía hacer real su reto, guías que aún hoy siguen allí, pero hay que encontrarlos.
Goethe, Schiller y los libros, nuevos maestros de Hesse
Tubinga está en el corazón exacto de Baden-Württemberg, a solo 30 kilómetros de Stuttgart. Por la mañana, en la zona universitaria, los rayos de sol señalan la fachada de la biblioteca como si quisieran recordar quiénes inspiraron al poeta en este tiempo. No es casualidad que las imágenes de Shakespeare, Goethe y Schiller, genios que determinan su obra, adornen los ventanales. Durante meses, Hesse se entregó a leer a Goethe. Junto al río Neckar, y en pleno valle con el mismo nombre, trabajó primero como aprendiz de librero y luego como librero, mientras tanto escribió su primera obra, que pagó de su bolsillo. “Aquí reforzó su carácter”, explica la que hoy es conserje de la librería-anticuario Heckenhauer, situada en la calle Holzmarkt, donde él estuvo cuatro años.
Fuera luce el sol. Las tiendas de antigüedades, los puestos de helados y los restaurantes familiares están llenos. En la calle ascendente el viajero escucha el saxofón de un músico callejero. Arriba, tras atravesar el arco de acceso a la torre medieval, hay una plaza de piedra y escaleras hacia puertas de oficinas de cátedras que, a simple vista, podrían marcar rincones emocionales del autor. Hay una puerta donde se lee: Cátedra de Estudios Orientales. Hay una escalinata que baja a un túnel que lleva a un jardín con una arboleda. Abajo está la torre de Hölderlin donde vivió recluido el poeta del mismo nombre al que se encerró por ser considerado loco. Desde lo más alto, el joven Hesse debió observar el valle del Neckar con sus cultivos, también imaginar el lago Constanza donde se refugiaría más tarde.
En un pequeño pueblo frente al lago
La siguiente parada siguiendo las huellas del poeta lleva al pueblo de Gaienhofen: poco más de 3.000 habitantes, casas unifamiliares escalonadas en la falda de la montaña que miran al lago Constanza, tractores de labor. Desde la casa situada en el número 8 de la calle Kapellenstrasse, junto a una capilla y un bar y donde está el museo con fotografías sobre la vida del autor, sale una senda no tan bien señalizada que lleva hacia su huerto-jardín. Si se camina hasta la calle Hesse se descubre su jardín con rosas rojas y blancas, frutales y plantas medicinales donde una mujer explica que él necesitó buscar inspiración y se consolidó como escritor con obras como Peter Camenzind; pero que también necesitó escapar a la India en 1911, de donde regresó, pero jamás volvió del todo.
No queda lejos el lugar donde encontrarse con sus últimos años, aunque está en Suiza. En lo alto de Montagnola —de poco más de 2.000 habitantes—, decenas de personas visitan la Casa Camuzzi, el museo del poeta. En la puerta nace una senda de tierra que lleva hasta el extremo más alto de la calle. Allí hay un banco asentado frente el lago Maggiore que parece estar siempre solo, pero donde Hermann Hesse solía ir y observar el paisaje. Hoy una viajera recita algunos de los versos que parecen definir el viaje del escritor y del viajero que sigue sus pasos: “Mientras persigas la felicidad no estarás preparado para ella incluso si consigues todos tus deseos”. Se trata del poema Glück, palabra que se traduce como felicidad y también como suerte.