‘Grotesquerie’, el absurdo del tópico ‘noir’ sublimado | Televisión



El primer noir no basado en hechos reales que idea, produce y dirige Ryan Murphy, acompañado del dramaturgo Jon Robin Baitz —dos veces finalista al Pulitzer—, se ambienta en ese no lugar en extremo ficticio, puro pulp made in Murphy, en el que se ambienta cada temporada de American Horror Story, y se ambientó The Politician, y la aún por reivindicar, su diamante en bruto, Scream Queens. Una América bastarda, cosida a arquetipos, que Murphy revienta desde dentro, disfrutando, inteligentemente, de la destrucción del género, el tempo y los personajes, que escapan al tópico y se convierten en un imposible que acaba por poner en evidencia al propio espectador, perdido en un mundo que reconoce pero que encuentra absurdo, ¿y no lo ha sido desde el principio?

Veamos de qué forma aterriza todo eso Grotesquerie (Disney +). Para empezar, da la vuelta al tópico del detective alcohólico, con una detective alcohólica que se comporta como realmente lo haría alguien alcohólico. Olviden todos esos noirs de tipos atormentados y den la bienvenida a la madre de una chica con obesidad mórbida que no deja de comer y que quiere protagonizar —porque sabe que ganará— un reality llamado Tonelada y pico, a quien el vodka aleja del mundo de tal manera que nada importa lo suficiente. Ni siquiera el tipo que está montando retablos religiosos con cadáveres deglutidos de perfectas familias de suburbio adinerado. Lois Tryon —la siempre brillante Niecy Nash-Betts— sólo quiere otra copa.

La manera en que la vida personal —que es, en realidad, ninguna: su marido, que hacía demasiado que le era infiel, está en coma; su hija no sale de casa, aunque parece feliz perdida en sí misma— desplaza por completo al caso de ese asesino en serie con ínfulas —casi un imitador de John Doe, el asesino en serie de Seven, el clásico de David Fincher, mesiánico y gore— que, en cualquier otro noir sería el epicentro de la trama, tiene también un sentido rebelde y disruptor, cuyo efecto es, en algún sentido, un reflejo de la sociedad contemporánea de burbujas narcisistas y realidades superpuestas. El hecho de que sea un minúsculo periódico católico, el Catholic Guardian, el único medio que cubra los asesinatos también apunta en ese sentido.

La monja periodista que interpreta —con un entusiasmo feroz— Micaela Diamond (Elsbeth) actúa a modo de pareja investigadora de la protagonista, y para ello lo único que ha tenido que hacer es interesarse por el caso. La hermana Megan —”una mezcla entre un gorrión y una chica Manson”, así se la describe Lois a su hija—, llega a comisaría con el fin de entrevistar a la detective, y acaba convirtiéndose en su única y mejor amiga, y en la única con cabeza suficiente —no intoxicada por el alcohol— para pensar en el caso. La hermana Megan es una fanática del true crime, y está claramente colgada del Padre Charlie Mayhew —el Nicholas Alexander Chavez que interpretó a Lyle Menendez en Monstruos—, un atractivísimo, y jovencísimo cura, algo sadomasoquista, también adicto al true crime.

En una escena de lo más reveladora respecto a aquello que trata de deconstruir o resignificar, a aquello con lo que juega Murphy —el género como vehículo, o medio, no fin—, la hermana Megan y el Padre Mayhew toman un batido en un diner y se preguntan por sus asesinos favoritos, y definen las cosas como “orgásmicas” preguntándose si no habría una palabra mejor, teniendo en cuenta los hábitos que visten. Y se dicen que ninguno de ellos ha sido, ni es, sólo eso que son ahora. El placer de contar rompiendo moldes —es probable que Lois sea la primera detective negra que centra un noir televisivo, ha habido secundaria, o coprotagonistas, pero ninguna ha dirigido la trama— alude directamente al mundo en scroll contemporáneo.

Un mundo en scroll en el que un asesinato atroz se alinea, sin que destaque lo más mínimo, con la gestión de una familia que ya no existe, o el observar cómo se vacía un vaso de vodka helado, y donde cualquier atisbo de atención —pongamos una monja reportera sospechosamente omnipresente— puede desplazarlo todo, porque, al final, lo único que importa eres tú. Sí, a contracorriente, y con un tempo, ya verán, de casi telenovela —y en el fondo, puro descuido intencionado por cualquier atisbo de thriller—, Murphy reescribe el noir en completa sintonía narcisista, y absurda, con el presente.



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