Un técnico observa en su pantalla una tomografía de la cabeza de una paciente, que está tumbada en una camilla en otra habitación. Dentro del cráneo se aprecia una gran zona perfectamente delineada. Es un tumor. Comienza el tratamiento. En unos segundos, en otra pantalla, comienza a dibujarse la lesión maligna en tres dimensiones. En poco más de un minuto todo ha terminado y la paciente sale de la cabina caminando por su propio pie.
Esa imagen tridimensional del tumor la han creado los protones, partículas subatómicas aceleradas a casi la velocidad de la luz, que se han convertido en uno de los tratamientos más novedosos y exclusivos contra algunos cánceres. Comparada con la radiación convencional con rayos X, compuesta por fotones, la protonterapia es más precisa y daña mucho menos los tejidos sanos. Es algo especialmente interesante cuando existe el riesgo de afectar a órganos vitales.
En unos pocos años, España ha pasado de no tener ni una sola unidad de protonterapia a estar ultimando 11 en el sistema público, y tener dos en operación en el privado. Una de estas últimas está en la sede madrileña de la Clínica Universidad de Navarra (CUN), que ha visitado este diario.
El oncólogo estadounidense Curtiland Deville, de la Universidad Johns Hopkins, lleva aplicando la terapia de protones en adultos y niños desde 2010. Este tratamiento, explica, “está indicado en pacientes que han pasado por radiación convencional y no se han curado”. “También cuando el cáncer está en lugares complicados de acceder o de operar, como la base del cráneo o el hueso sacro [en la parte baja de la espalda], donde no puedes aplicar tanta dosis de radiación convencional. En nuestra unidad recibimos los casos más complicados, y es una satisfacción que ahora podemos ofrecer a estos pacientes algo que no tenían antes”, detalla el médico, de visita en España para participar en un acto de la CUN para celebrar los primeros 1.000 pacientes tratados desde que comenzó a operar la unidad, en abril de 2020.
La principal ventaja de los protones es que evitan efectos secundarios que pueden mermar la vida de una persona durante años, décadas, o incluso toda su vida. “Según estudios que se han realizado en hospitales de Estados Unidos que llevan muchos años tratando pacientes, como el infantil Saint Jude y el MD Anderson”, explica Deville, “los niños tratados con protones tienen ventajas sobre los que reciben radioterapia convencional, como mejor desarrollo cognitivo, les va mejor en el colegio y después en sus trabajos. Viven mejor gracias a que recibieron protones”. Al mismo tiempo, resalta el médico, los efectos antitumorales de uno y otro tratamiento son equiparables.
El gran problema de esta nueva terapia es su precio. Una sola unidad como la de la CUN, desarrollada por la empresa japonesa Hitachi, cuesta unos 40 millones de euros. Esto hace que incluso en países donde lleva más tiempo operando aún haya muchas menos unidades de las necesarias. Hay un gran porcentaje de pacientes que no pueden acceder a estos tratamientos, reconoce Deville.
En España se están poniendo en marcha 10 unidades de protonterapia en hospitales públicos de siete comunidades autónomas gracias a una donación de casi 264 millones de euros de la Fundación Amancio Ortega; y hay otra, también pública, en construcción en el hospital Marqués de Valdecilla, en Cantabria.
Las máquinas de protonterapia son básicamente aceleradores de partículas. Requieren un edificio nuevo del tamaño de un campo de tenis. La construcción y puesta en marcha puede llevar más de dos años. La tecnología se basa en átomos de hidrógeno, compuestos por un protón y un electrón, que se separan. Los protones se inyectan en un acelerador de partículas circular —un sincrotrón— donde son compactados y acelerados hasta rozar la velocidad de la luz. Después pasan a una segunda máquina capaz de girar 360 grados y que es la que dosifica los protones en el punto exacto con la intensidad necesaria. Los pacientes no ven toda esta enorme maquinaria, solo la camilla robotizada en la que se tumban, dentro de una cabina blanca similar a las de las resonancias. Una sesión completa dura unos 35 minutos, aunque la dosis de radiación lleva apenas uno; el resto del tiempo es solo para colocar al paciente en la posición adecuada.
La llegada de esta terapia España va a suponer un reto no solo económico, sino también de personal. Para ponerla en práctica hacen falta médicos, físicos y técnicos especializados que hay que formar en lugares donde ya exista esta tecnología, advierte Javier Aristu, jefe de la Unidad de la CUN. “Actualmente, pasan por aquí unos 30 pacientes al día”, explica. “En la unidad somos siete médicos, ocho físicos y a eso hay que sumar personal entrenado como enfermeras, auxiliares y sobre todo técnicos en gestión”, destaca. En la actualidad, un tercio de los más de 1.000 pacientes tratados en este hospital son niños. Parte de esos pacientes llegan derivados de hospitales públicos de toda España a la espera de que empiecen a funcionar las unidades públicas.
El argumento que sostiene esta cara terapia es que a medio y largo plazo sale rentable, pues elimina hospitalizaciones, intervenciones adicionales, como sondas gástricas en casos de cáncer de cabeza y cuello, y mejora de la calidad de vida de los pacientes, argumentan los médicos. Los haces de protones son mucho más precisos que los de los rayos X. Generan mucha menos “onda expansiva” y además permiten llegar al tumor capa a capa. “Al final, estos haces esculpen el tumor en tres dimensiones”, resume Felipe Calvo, director científico de la CUN. Aunque por ahora no hay pruebas de que los protones sean más efectivos que los fotones contra las células tumorales, Calvo cree que es así. Los protones “te permiten fragmentar el ADN de las células del tumor e impedir que este se repare a sí mismo, algo que sí puede pasar con la radioterapia convencional”.
El médico destaca el que posiblemente sea el único componente asequible de todo el equipo: la bombona de hidrógeno. “Con solo 1,5 litros tenemos protones para más de 20 años de operación”, destaca.