Tal y como está el patio de mi casa, que es particular, y el patio de la política, llovido, mojado y remojado, me atrevo a contarles una cosa. Soy el ganador legítimo del premio Nobel de Literatura 2024. Quizá hayan leído que la Academia Sueca otorgó su reconocimiento a la escritora surcoreana Han Kang. Pero eso se debió a una trama poderosa de presiones, comisiones, traiciones y recomendaciones encaminadas a arrebatarle el honor a este servidor. Un académico rubio había presentado mi candidatura con argumentos sólidos: soy un poeta más importante que Federico García Lorca, he volado en la lírica contemporánea por encima de Verlaine y Rubén Darío. Los argumentos de una académica morena llegaron a emocionarme más por mi declarado amor a los clásicos. Afirmó que Cervantes, Lope de Vega y Quevedo estaban muy por debajo de la maestría y el humor con el que ejerzo los sermones, las emociones y el vibrar de las canciones hasta conseguir las bendiciones. Y fui por unanimidad reconocido como el candidato que se merecía el premio, una elección que llevó a todos los profesores, traductores, empapeladores y lectores suecos a brindar con pasión e ilusión por una decisión que unía la razón y el corazón. Chimpón.
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