“Me temo que [Liren] Ding está roto para siempre”, dijo en abril el noruego Magnus Carlsen, quien se mantiene como el número uno del ajedrez a pesar de haber renunciado al título mundial. Y hace solo dos días remachó su pesimismo sobre el actual campeón: “Este duelo puede ser un baño de sangre”. Pero la primera partida de las catorce previstas en Singapur —con 2,4 millones de euros en premios— fue todo lo contrario: el chino, enfermo, deprimido y en baja forma durante año y medio, barrió con las piezas negras al indio Dommaraju Gukesh, de 18 años, el aspirante más joven de la historia, quien ha perdido su papel de neto favorito en solo cuatro horas y media.
“Es mi primera victoria en mucho tiempo”, fue lo primero que dijo Ding al encontrarse con los periodistas. Y tanto: no había ganado ninguna partida desde el 27 de enero, contra el neerlandés Max Warmerdam, en la penúltima ronda del torneo Tata en Wijk aan Zee (Países Bajos), donde solo consiguió otra victoria, precisamente frente a Gukesh. Y tras expresar su alivio con esa frase, dijo otra muy significativa sobre su estado de ánimo y los graves problemas para conciliar el sueño desde que se proclamó campeón del mundo tras un esfuerzo extenuante: “Hoy he intentado dormir un poco antes de la partida, pero no he sido capaz”.
Cuando este periódico pidió a ambos que analizasen la partida desde el plano emocional, Ding reveló un dato muy importante: “No me he levantado de la silla en toda la partida, para mantener una concentración máxima. Es justo lo contrario del error que cometí en el Mundial anterior [frente al ruso Ian Niepómniashi], cuando me levantaba constantemente. Me he organizado para no tener mucha hambre ni mucha sed en toda la tarde, y eso ha sido clave. Además, reconozco que hace dos meses, en la Olimpiada de Ajedrez, yo estaba mal, pero dos meses son mucho tiempo y ahora me siento mucho mejor”.
Gukesh, como siempre, no desveló sus emociones y tiró balones fuera: “El desenlace de hoy se debe a un error táctico por mi parte. Queda mucho duelo por delante. En todo caso, yo me había mentalizado para esperar la mejor versión de Ding, y eso es lo que he visto hoy”.
La partida empezó con un invitado de honor ideal: el británico Demis Hassabis, Premio Nobel de Química hace un mes por haber descifrado la estructura de 200 millones de proteínas en uno de los mayores avances en la historia de la biología. Niño prodigio del ajedrez, de madre singapurense, consejero delegado de Deep Mind, empresa perteneciente a Google, que es uno de los patrocinadores del Mundial, Hassabis debe esa hazaña científica en gran parte al ajedrez porque las proteínas están compuestas por aminoácidos, cuyo número de combinaciones posibles es inmenso, como el de partidas posibles en ajedrez (un uno seguido de 123 ceros) y en go, un juego asiático aún más complejo tácticamente (un uno seguido de 700 ceros). El programa AlphaFold, creado por Hassabis y su equipo para investigar las proteínas, es un derivado de AlphaZero y AlphaGo, que previamente lograron grandes éxitos en ajedrez y go.
De modo que los últimos avances revolucionarios en —por ejemplo— el cáncer de hígado o los antidepresivos tienen bastante que ver con el deporte donde Ding y Gukesh son virtuosos. Pero hay una diferencia capital: AlphaZero no tiene sentimientos y los ajedrecistas humanos sí. Es muy difícil deducir cuáles eran exactamente los de Gukesh, el aspirante al título mundial más joven de la historia, en los inicios del primer asalto del duelo: su rostro hierático, indicador de un temple asombroso a sus 18 años, es muy poco expresivo.
Por el contrario, el tembloroso semblante de Ding y la enorme cantidad de tiempo que gastó en hacer jugadas muy lógicas eran un libro abierto si además se tiene en cuenta que ha jugado muy por debajo de su nivel desde que se proclamó campeón del mundo (mayo de 2023) y de que ha estado medicado para poder dormir. El chino intentó sorprender al indio con la Defensa Francesa, que solo había empleado en un par de partidas desde 2012; según admitió después, lo hizo por recomendación de su principal analista, el húngaro Richard Rapport, gran experto en esa apertura. Pero Gukesh reaccionó muy rápido, como si la tuviera prevista —y eso dio a entender en la conferencia de prensa— o tal vez mostrando cara de póquer para impresionar al campeón cuando en realidad sí estaba sorprendido.
Objetivamente, la elección de Ding era un éxito si solo se miraba al tablero: su posición tras los primeros 16 movimientos era muy razonable. Pero ya había consumido más de 75 minutos (de las dos horas que cada uno dispone para llegar a la jugada 40). La preocupación se notaba en su cara y en la de su madre, sentada en la segunda fila de los espectadores invitados, justo en el centro, frente al tablero, a pesar de que su hijo no podía verla porque el cristal que separa el escenario (insonorizado) de las butacas es opaco, para evitar trampas con ayuda del público. El padre de Gukesh, quien también es su representante, no se dejó ver y muy probablemente siguió la partida por internet.
En ese momento ocurrió algo significativo: Gukesh invirtió 33 minutos en una decisión más bien sencilla: no estaba cómodo. Y Ding respondió rápido con una maniobra valiente porque implicaba atacar con su rey en el centro, sin enrocar. De pronto, el semblante de Gukesh ya no era de hierro y denotaba dudas y miedo. Los relojes se igualaron y, justo en ese momento, el chino lanzó lo que parecía un órdago: llevó la dama muy lejos de su rey, en apariencia para capturar un peón.
Gukesh recogió el guante y atacó en el flanco opuesto, pero entonces Ding le sorprendió de nuevo: en lugar de aceptar el peón de regalo, propuso el cambio de damas, desinflando el ataque blanco. El indio lo evitó, pero su remedio fue peor que la enfermedad: Ding, cada vez con más cara de comerse el mundo, logró una posición muy armónica mientras las blancas de su rival nadaban en el caos. La perspectiva de que el chino ganase el primer asalto con negras, que parecía poco menos que imposible, emergía como un desenlace lógico.
Quien visitara en ese momento la sala de los espectadores veía una escena totalmente inesperada: el respaldo del sillón alto de Gukesh temblaba, como reflejo de su pedaleo nervioso. La madre de Ding ya no estaba. De pronto llegó Viswanathan Anand, pentacampeón del mundo e ídolo nacional en India, con una cara que denotaba cómo su delfín estaba al borde del precipicio.
Sin embargo, Ding, aún inseguro tras año y medio de calvario físico y mental, cometió una imprecisión que daba muy buenas opciones de contraataque a su rival. Pero este no lo vio, confirmando que la sorprendente realidad le había desbordado por completo: llegó a Singapur como favorito indiscutible y estaba contra las cuerdas.
El resto fue coser y cantar para el campeón renacido de sus cenizas, mientras el aspirante, incrédulo, cerraba los ojos poco antes de rendirse. La inteligencia artificial probablemente logrará —cuando existan las computadoras cuánticas— que una máquina juegue perfectamente al ajedrez, que ha sido un campo de experimentación magnífico para la ciencia desde Alan Turing (hacia 1947) hasta el nobel Hassabis, pasando por la histórica derrota de Gari Kaspárov ante Deep Blue (IBM) en 1997. Pero nunca podrá generar peleas tan apasionantes y llenas de emociones como la vivida este lunes en Singapur.