Atusparia es muchas cosas: el apellido de un líder de la resistencia indígena peruana del siglo XIX, el nombre de un colegio comunista en tierras amazónicas, el título del último libro de Gabriela Wiener y el alias de su protagonista. Gabriela Wiener (Lima, 48 años) también es muchas cosas: una kamikaze de la autoficción en multiformato, una activista antirracista y anticolonial, una exploradora de las no monogamias y súbitamente una escritora de ficción especulativa. En Atusparia (Random House), Wiener repasa el pasado de su país, Perú. Y le inventa un posible futuro cercano en manos de una mujer forjada entre las ascuas revolucionarias y el humo de una adolescencia salvaje. La propia autora, conocida por su trabajo autoficcional, dice que “aquí Gabriela Wiener no está por ninguna parte”. Pero es justo ella, experta en relaciones no convencionales, quien explora con este libro uno de los romances más complicados y en algún punto tóxico que ha dado el género humano: el de la izquierda consigo misma.
¿Es Atusparia su libro menos autoficcional?
Sí. Es un libro que he escrito para cambiar de registro. Yo estudié en ese colegio pero está todo ficcionalizado. Fui fundamentalista de la literatura del yo, en algún momento hasta miraba con asco la ficción, pero con Huaco retrato se me fue la olla y se abrió una compuerta hacia la invención. También sentí que había cerrado algo, en ese libro estaban mis obsesiones de hace 15 años: la maternidad, la familia, el amor, lo relacional… habían llegado a la identidad y el racismo, y decidí explicar otras cosas.
En un momento de la novela, hablando de este colegio con profesores soviéticos en Perú, pone en paralelo la adolescencia y la perestroika. ¿En qué se parecen los procesos políticos y los procesos íntimos?
La adolescencia es una revolución en sí misma, pero también es la mejor forma de hundir revoluciones. Es una revolución corporal, física, del deseo, del consumo inmediato, y a la vez te desconecta de afuera, de lo colectivo, que es algo en lo que la protagonista había estado adoctrinada en su niñez. Están entremezcladas también la traición política y la amorosa, que creo que se cruzan de una manera feroz. Pienso que detrás de toda historia, de todo contexto social, político, universal a gran escala, hay una cama y unos impulsos humanos de lo más infantil, bajo, terrorífico o luminoso.
La he oído decir que el capitalismo tiene el monopolio de todo lo divertido, lo sexy, la satisfacción del deseo ¿Cómo se puede contestar un capitalismo que parece incontestable? ¿Cómo se puede hacer sexy la revolución?
Es bastante complicado. Veo a la izquierda debatiéndose con este tema de una manera brutal… Espera, tengo una idea. Se me acaba de ocurrir “la idea”. Creo que lo que tiene que ofrecer la izquierda es el ocio, es la nada, es el descanso. El capitalismo te ofrece disfrute, pero te lo cobra caro, te exprime. Estamos guapas, pero estamos cansadas. Esa es la revolución que hay que hacer justo en este punto en el que además osan utilizar la palabra revolucionario para enmascarar lo fascista.
En el libro usa mucho la palabra “revolución”, pero muy poco la palabra “libertad”.
Es que se la han apropiado desde el conservadurismo. Hay que aclarar que la libertad en su origen era una palabra nuestra y hacia eso íbamos. También la usa una especie de progresismo que no se atreve a ser izquierda, que solamente habla de unas libertades y no de otras. ¿Cómo vas a disfrutar de la libertad de amar si no está regularizada legislativamente?
Cita a Manuel Scorza en su libro: “Cuando todo lo demás no funciona aún nos queda este tribunal para apelar, el gran tribunal de apelación de la literatura”. Su protagonista se implica en la política no mucho tiempo después del encarcelamiento real de Pedro Castillo, primer presidente indígena. ¿Está inventando un futuro alternativo a Perú?
Esa frase de Scorza también es algo central, se opone a esos posicionamientos del arte por el arte que últimamente aparecen en boca de quien menos te lo esperas. El texto como mundo autónomo, autosuficiente, cerrado y que no tiene que servir para nada es algo burgués, liberal, individualista. Yo quiero estar conectada con mi tiempo, siempre he sido una cronista. Hice un viaje a Puno justo después de la masacre de Dina Boluarte, la población se había levantado a raíz del golpe parlamentario y la captura de Pedro Castillo. Traigo toda esa energía viva, de un lugar en el que olí la sangre y la pólvora, en el que escuché la guerra civil. El futuro que he construido es bastante verosímil. La cárcel sin muros existió y cada presidente ha amenazado con reabrirla.
Reflexiona sobre el uso de la violencia y su legitimidad.
Hay muchísimas cosas que nos llenan de rabia y que podrían llevarnos a la organización y a la resistencia. Es el caso de la violencia machista, la violencia contra los migrantes en todas partes, contra el pueblo palestino. En un punto decimos ¿a qué estamos esperando para responder? Pero es kamikaze porque la desigualdad de fuerzas es enorme: de norte sobre sur, de hombres sobre mujeres, de colonos sobre colonizados. La protagonista de la novela cree en la democracia y finalmente es la democracia la que usa sus reglas para hundirla a través del lawfare. Esto ha ocurrido en España con muchas mujeres que proponían cambios en las estructuras.
Dice Atusparia que hacer política es ponerse en el lugar del otro. ¿Es posible en un contexto tan racista como el actual?
Es difícil y cansado hacer pedagogía sobre esto. Pero en este sentido tengo mucha fe en la literatura. Tenemos privilegios respecto a algunos y falta de privilegios respecto a otros; la literatura puede ser una forma de encontrarse. Suena un poco utópico, pero de eso va el libro: de las utopías.