Hay veces que se cumplen todas las premisas para tener una relación sexual, pero el cuerpo dice no, él tiene la última palabra y rechaza la penetración sin una causa justificada. Es el caso del vaginismo, un trastorno que se caracteriza por un espasmo, una contracción involuntaria de los músculos vaginales que impiden esta práctica.
Carmen, de 48 años, convivió con su vaginismo hasta que decidió ser madre a los 37. Sabía que algo andaba mal, pero le costaba mucho hablarlo con alguien. Solo su pareja estaba al tanto. “Nunca me había masturbado ni nada de eso y cuando me llegó la menstruación me di cuenta de que me costaba mucho ponerme los tampones, me dolía y acabé optando por usar solo compresas. Las primeras relaciones sexuales fueron un problema. La penetración era imposible y yo lo achacaba al nerviosismo, así que acababa haciendo otras cosas. Mis parejas no duraban mucho hasta que di con una, la actual, que resultó ser más comprensiva. Él insistía en que debía ir al ginecólogo, porque seguro que era algo que podía solucionarse, pero me costaba mucho hablar del tema y todavía recordaba mi primera exploración ginecológica, que me hizo mucho daño y donde el médico no resultó ser muy empático”, cuenta esta madrileña.
La decisión de enfrentar su problema le llegó a Carmen de la mano del deseo de ser madre. “Fíjate que no fue por el lado del placer, porque yo disfrutaba con el sexo y tenía orgasmos y, además, últimamente se nos ha recalcado mucho eso de que el sexo no es solo penetración. Por otra parte, mi pareja tampoco insistía y se contentaba con otras prácticas sexuales. Fueron las ganas de ser madre las que me arrastraron a una clínica de sexología y luego a una de fisioterapia de suelo pélvico. En cierta manera, mi hijo me ayudó a solucionar mi eterno y secreto problema”, reconoce.
Este caso no es aislado, responde a un patrón bastante común. “Muchas de las mujeres que sufren de vaginismo tienen características comunes; son muy autoexigentes, manifiestan un alto grado de autocontrol y, en mayor o menor medida, padecen estrés, ansiedad y bruxismo, porque hay una relación entre los tejidos de la vagina y del sistema bucal mandibular, ya desde el periodo embrionario”, explica Sonia Bedate, fisioterapeuta especializada en suelo pélvico, osteópata y sexóloga, con consulta en Mérida y Almendralejo (Badajoz). “El vaginismo primario (cuando la mujer nunca ha podido tener sexo con penetración) hace que muchas mujeres le cojan aversión a las relaciones sexuales, mientras otras evitan la penetración realizando otras prácticas”, añade.
El vaginismo es una de las disfunciones sexuales que más vergüenza provoca y más cuesta reconocer, en parte porque no puede ser disimulada, como la anorgasmia. La imposibilidad de mantener sexo coital, que hasta hace poco parecía el único posible, descarta para muchas la sola idea de irse a la cama con alguien. “Es algo difícil de reconocer. Un gran número de mujeres lo tienen y nunca lo van a decir. Puede que vayan al ginecólogo y ni lo mencionen, a no ser que se lo preguntes, porque de vaginismo no se muere nadie”, apunta Miriam Al Adib Mendiri, ginecóloga, escritora, docente, divulgadora y fundadora de las clínicas MiriamGine, con sedes en varias ciudades de España.
Aunque muchas de las causas de esta disfunción pueden ser psicológicas o traumáticas, no hay que descartar la organicidad. “El vaginismo se cura, pero para establecer el tratamiento hay que saber primero las causas, lo que no siempre es fácil”, cuenta Al Adib, “ya que en la medicina hay mucha subespecialización. Muchos puntos de vista, pero, en ocasiones, se echa de menos una mirada global, más holística. Yo hago mucho hincapié en la importancia de una buena anamnesis (exploración clínica e interrogatorio al paciente) para recoger toda la información posible”.
Causas orgánicas y psicológicas
La mayor parte de los vaginismos son de origen psicológico, así que lo primero que hay que hacer, en opinión de esta ginecóloga, es “descartar la organicidad, y esto no siempre se hace bien. Por ejemplo, la existencia de liquen vulvar, una enfermedad autoinmune que afecta a los tejidos de la vulva, que hace perder colágeno y que provoca pequeñas grietas; aunque a menudo se confunde y se diagnostica como hongos. Esta afección produce dolores en las relaciones que pueden desembocar en vaginismo, que es una respuesta de evitación ante el dolor. Es lo mismo que les ocurre a las mujeres que padecen de atrofia vaginal en la menopausia. La sequedad hace la penetración dolorosa y el dolor puede contraer la musculatura. Un desequilibrio en la microbiota o la vaginitis inflamatoria descamativa, un tipo de vulvovaginitis que está muy infradiagnosticada, pueden ser también otras causas orgánicas”, explica Al Adib.
A la consulta de Bedate llegan mujeres con vaginismo, cuyas causas, no orgánicas, responden a muchos patrones. “El trauma está siempre en el fondo de esta contracción involuntaria, pero este puede tener diversas causas”, confirma esta fisioterapeuta. “Puede haberse originado por una agresión o intento de agresión sexual, de la que la paciente ni siquiera se acuerda o haya olvidado y, a veces, con la terapia, recuerda con gran dolor cómo alguien intentó abusar o abusó de ella cuando era muy pequeña”. Las primeras relaciones sexuales son siempre impactantes y, a veces, aunque sean consentidas, no siempre se realizan con el suficiente deseo y excitación porque puede haber esa urgencia de dejar de ser virgen, por vergüenza o por pertenecer y ser admitida en el grupo. “En estos casos, sin la suficiente excitación, con el nerviosismo de las primeras veces o, si se intentan llevar a cabo determinadas prácticas para las que el cuerpo no está todavía preparado, puede haber dolor y, si se repiten este tipo de encuentros, pueden derivar en vaginismo”, subraya Bedate.
La sociedad y sus consignas, que se deben seguir so pena de no encajar, tiene también su capítulo en este tema. “Un vaginismo puede tener sus raíces en algo tan tonto como la distorsión de la conciencia corporal, debido a los estereotipos o la idea de lo que debe ser una mujer ideal”, cuenta Al Adib. “Sin flujo, sin vello, con una regla inolora, con una vulva perfecta. Cuando no cuadramos con esas características tendemos a borrar las partes que no nos gustan. No hay representación de esa zona en nuestro cerebro, no está integrada en el cuerpo, por eso decimos que hay una distorsión de la conciencia corporal”, advierte.
Existen otras causas que pueden provocar este trastorno y que no tienen tanto que ver con la sexualidad, sino con el vínculo. Según Cristina Pineda, psicóloga y sexóloga del centro de psicología Cepsim, en Madrid, “todos llevamos nuestra mochila de vivencias, experiencias y las conclusiones que hemos sacado de ellas, y la seguimos cargando cuando nos relacionamos con otros. El vaginismo es el impedimento de dejar entrar al otro, tal vez porque no nos ofrezca la suficiente confianza, seguridad. O porque en la pareja actual ya no hay intimidad. O porque durante nuestro desarrollo psicológico, a nivel emocional, hayan faltado cosas que hacen que tengamos una imposibilidad para crear vínculos o hayamos construido un mal apego. O porque la educación sexual recibida haya sido negativa o inexistente. Hay que trabajar desde el síntoma, porque este es el que nos dará la información de lo que lo ha generado”, sentencia esta psicóloga.
Curar el cuerpo y la mente
Hasta no hace mucho, el vaginismo con causas no orgánicas se trataba casi siempre con terapia psicológica. Hoy la fisioterapia es casi siempre necesaria porque, como apunta Bedate, “independientemente de que el origen sea un trauma, este siempre deja sus secuelas en el cuerpo, que hay que tratar. El mensaje que hay que dar es que el vaginismo se cura y que el suelo pélvico es muy agradecido y responde muy rápido a los tratamientos y ejercicios. Tan solo hay que ser constante; pero hay que dar elasticidad a los tejidos, normalizar el sistema nervioso, desensibilizar la zona y esto se consigue con radiofrecuencia, láser, dilatadores, técnicas respiratorias, ejercicios de consciencia del suelo pélvico, masaje perineal o con la vibración, que ayuda a relajar la zona”.
Cuerpo y mente están estrechamente conectados, así que el trabajo que se haga a nivel físico ayudará al psicológico y viceversa. “Cada vaginismo es único y, por lo tanto, requerirá de diferentes frentes para tratarlo”, comenta Al Adib. “Ante todo, se trata con fisioterapia; pero si, por ejemplo, hay un trauma de base, lo derivo a psicoterapia. Por otro lado, aunque la causa sea orgánica, es probable que también haya dejado ya huella en el campo de la psique y puede necesitar atención psicológica. El papel del nutricionista puede ser también interesante en algunos casos donde hay tendencia a vulvovaginitis por alteraciones en la microbiota. Yo abogo por un manejo interdisciplinar, que se adapte a las circunstancias de cada caso, porque la medicina es ciencia, pero también es arte y humanismo”.
“Ir a terapia es incómodo, difícil, doloroso, sobre todo al principio, y, especialmente, en temas relacionados con la sexualidad, que está muy idealizada”, reconoce Pineda. “Pero en la cama, como en otros ámbitos, hacemos lo que podemos, y tal como somos en la vida, somos en el sexo. Al fin y al cabo, el vaginismo es un mecanismo de defensa ante una situación que genera angustia, tan solo hay que romper ese patrón de respuesta para que el cuerpo vuelva a dar permiso”, garantiza.