En el invierno del año 2000 Mikel Zabalza voló por los aires muchos metros, tantos que llegó a olvidar si iba o no encordado. Entonces, la cuerda atada a su arnés se tensó y llegó el dolor. Sus crampones impactaron contra el hielo causándole una fractura de tibia y peroné. Esa misma primavera, contra toda lógica, tomó un vuelo a Katmandú (Nepal) y después otro a Lhasa (Tíbet) con la idea de escalar la cara norte del Everest. Dejó en el aeropuerto las muletas (parecían muñones) con las que se había entrenado subiendo a cuestas a la pata coja y embarcó sonriendo. Casi un cuarto de siglo después, Mikel (54 años) sonríe de idéntica manera mirándose las cicatrices de sus últimas fracturas: en 2020 sufrió una caída escalando, se abrió la cabeza y se fracturó ambas muñecas. “Me he roto muchos huesos. Varias veces tibia y peroné, cabeza de fémur, costillas, cúbito, radio, muñecas, pero estoy bastante bien… será porque el cuerpo se regenera”, dice, sentado en el salón de su casa desde donde pueden verse las paredes de Etxauri, a 15 minutos de Pamplona, uno los rincones más especiales que un escalador puede admirar.
Pero Mikel no tiene un cuerpo privilegiado. No es un gran atleta, ni el escalador más fuerte, ni el más rápido, ni el más técnico. A veces, caminando, cojea levemente y se encorva, pero conviene no equivocarse: con dos piolets en las manos es otro ser. El más apasionado que cabe imaginar. Su motivación es infinita, inquebrantable, incomprensible, incluso para los que le rodean. También es el alpinista español más prolífico que sigue en activo, un hombre dotado de una visión multidisciplinar privilegiada cuya vida es un constante ir y venir. “Me gusta estar en casa”, asegura. “Pero nunca estás”, le responde su pareja sin asomo de reproche.
Es, simplemente, un hecho. Mikel concibe la vida en movimiento, un movimiento que le reporta, como el girar de una dinamo, luz, felicidad. “La motivación viene de dentro y para mí no tiene mayor explicación que seguir haciendo algo que te procura alegría, que es lo que todos buscamos”, resume con sencillez. Zabalza nunca ha podido vivir del alpinismo. “Es algo que mi madre también se pregunta”, ríe, antes de conceder que “quizá no he sabido venderme, pero lo cierto es que tampoco me he preocupado mucho de esa faceta sino que me he preocupado más en cumplir mis sueños aunque fuese de mi bolsillo. Puedo decir que el único sacrificio que he debido hacer ha sido renunciar a una estabilidad económica, algo que ahora voy resolviendo con mi trabajo de guía”.
No existen en todo el planeta muchos con un currículo tan variado y selecto como el suyo: desde la Patagonia a la Antártida pasando por las montañas más técnicas del Himalaya y acabando en sus queridos Pirineos, en todos estos lugares ha abierto nuevas rutas, escalado picos remotos, viviendo sin descanso aventuras tan exigentes que lo raro es que su cerebro no pida una tregua. “¿Retirarme? No, ¿por qué? Pregunta sorprendido. Dejo de dirigir tras 13 años el Equipo Español de Alpinismo, pero espero seguir con mis expediciones”, señala. De momento, le reclaman de todas partes: ha sido jurado de los prestigiosos Piolets de Oro, jurado del Alta Montaña Festival de Jaca, estrenará su primer libro en 2025 y se ha despedido del equipo nacional sin hacer ruido: “La decisión de dejar el equipo ha sido meditada y tomada desde hace algo más de un año. Con los años vamos perdiendo capacidades, algo inherente al paso del tiempo. Otra razón de peso ha sido el accidente que tuve en Etxauri hace cuatro años porque he vivido un antes y un después como escalador de roca. Ahora estoy bastante recuperado, escalo decentemente, pero no al nivel que tenía antes y como muchas salidas del equipo son en roca, me sentí limitado en ese terreno y eso me animó a pasar el relevo”.
Mantener un nivel frenético de actividad implica la asunción constante de riesgos, un asunto que Zabalza siempre ha manejado con gran serenidad a lo largo de sus 41 expediciones. “El riesgo es más difícil de asumir para el que se queda en casa, como es el caso de mi pareja, que también es alpinista. Mi hijo, que no tiene tanto conocimiento de montaña, lo ve todo como un igual porque siempre me ha visto salir y volver, pero habría que preguntarle a él para saber realmente qué siente al respecto. Yo no intento justificar el riesgo que asumo: sé que el riesgo es algo inherente a mi actividad y es parte del juego, y debo aceptarlo. Una vez en el juego y asumiendo las reglas que tú te has autoimpuesto, tienes que jugar tus cartas de la mejor forma posible. En el marco de ese juego inventado que consiste en escalar vías técnicas en estilo alpino y en lugares remotos, sabes que vas sumando condicionantes de riesgo y que es imprescindible jugar bien tus cartas, teniendo claro que la renuncia es una parte posible del juego. Cada uno pone el límite para su renuncia. Después, existen condicionantes externos que escapan a tu control como la climatología o las condiciones del terreno, pero tú puedes conocerlas y jugar también con ellas. Por último, existen variables como el compañero o tu propia motivación, pero lo más difícil en el alpinismo es acertar con las decisiones. Muchas veces, tratando de alcanzar una cumbre o de terminar una vía das un paso más y eres consciente de que estás entrando en una zona en el límite: igual un día lo das y otro no te atreves”, explica.
A veces, el paso de más significa la muerte. “Cuando se mata un alpinista casi siempre es por su culpa: no ha sabido leer la información que le proporcionaba el medio natural o no ha interpretado bien la predicción meteorológica y le ha caído una avalancha o le ha pillado una tormenta. A veces sabes que tienes que pasar sí o sí por debajo de un serac (masa de hielo inestable) y que vas a estar 20 minutos expuesto a que se rompa y te caiga encima, pero si ocurre es muy mala suerte. Lo normal es que se cometa un error humano. En nuestra sociedad el riesgo y la incertidumbre son términos mal vistos y es una fobia que se inculca a los niños…”, observa.
Mikel Zabalza contempla el alpinismo como una necesidad vital pese a que ha perdido a varios amigos por el camino: unos murieron y otros dejaron de salir a la montaña. En su familia no había tradición montañera alguna, pero al cumplir 10 años se acercó a un club de Pamplona y empezó a salir los fines de semana. “Los libros alimentaban aún más el deseo de seguir aprendiendo a conocer la montaña. Ahora me da pena ver que mis alumnos no leen… pero es difícil motivarles. Ahora que he estado en el Alta Montaña Festival de Jaca como jurado, he visto realizaciones preciosas pero sigo pensando que la imaginación vuela mucho más lejos con la lectura. Es su magia: hacerte una composición en tu cabeza”, reflexiona.
Hace unos años, Jordi Corominas, que también dirigió el Equipo Nacional de Alpinismo, constató que el 90% de los que pasaban por el mismo dejaban el alpinismo de alto nivel. “Ahora no es que lo dejen, pero sí rebajan la intensidad porque al terminar su ciclo su motivación no es tan fuerte. Depende de su personalidad: el alpinismo es muy pasional, es muy duro, pasas frío, miedo, madrugas mucho, es peligroso, incómodo y todo esto cansa a la larga y muchos lo dejan o lo practican de vez en cuando. Pero creo que la aventura siempre tendrá adeptos. Yo la necesito”.