Isabel Cuesta (40 años, Madrid), Una Madre Molona como se la conoce en redes sociales —cuenta con más de 488.000 seguidores solo en su Instagram—, lleva siete años dedicada a la formación de familias en educación emocional. Es máster en Psicología Adleriana [teoría de la personalidad basada en valores] y certificada en Disciplina Positiva. Además, junto con su marido, Daniel Pérez, experto en neuropsicología infantil por la Universidad Miguel de Cervantes, decidieron poner en marcha Educa en Positivo, una metodología para enseñar “a otras familias a que los gritos y las peleas en casa tienen que terminar”. En definitiva, ambos enseñan a los padres a conectar con sus hijos y a criar de otra manera, como ellos mismos decidieron hacer cuando nació su segundo hijo. “No sabíamos afrontar los desbordes emocionales que tenía y llegó un momento de desesperación, de no poder estar todo el día con amenazas. No nos gustábamos nosotros como padres”, afirma la divulgadora en conversación telefónica.
En su tercer libro, Mis emociones molan. Un libro para hablar sobre las emociones y reflexionar juntos (Beascoa, 2024), Cuesta y su marido abordan algunas de las emociones más comunes que sienten los niños, como la alegría, la envidia o el miedo, poniéndolos en un contexto habitual en el que ellos puedan identificar ese sentimiento. “Y a la vez que los padres aprendan a acompañarlo, evitando las etiquetas como llorón o malo. Hay que diferenciar lo que él hace de lo que es, porque si no condiciona mucho. Es un libro para leer en familia, con el acompañamiento de un adulto”, aclara Cuesta, que entiende que el adulto no va a ser siempre perfecto y que las familias deben eliminar la presión de la culpa a la hora de criar. “Aunque con un poco de formación en educación emocional, consciencia y entendiendo a los niños y adolescentes, se puede mejorar el vínculo y la relación con ellos”, aclara.
PREGUNTA. ¿Por qué molan las emociones?
RESPUESTA. Todo lo que es molón gusta, llama y apetece y, sin embargo, con el tema de las emociones tenemos la manía de clasificarlas en buenas y malas y consideramos que todas las emociones son supernecesarias. Queríamos contar que las emociones molan porque cada una de ellas nos da una información muy importante, nos ayuda a adaptarnos a las situaciones, a superar dificultades y a sobrevivir. Queremos naturalizar que todas las emociones son válidas, y si aprendemos a escucharlas podemos tener una vida mucho mejor.
P. Algunas de las emociones que explicáis en el libro son la alegría, la vergüenza o la frustración. ¿En qué se han basado para elegir unas emociones y no otras?
R. Acompañamos a familias para aprender a educar en positivo y nosotros somos padres de tres hijos. Hemos podido ver, en las situaciones más cotidianas, cuáles eran esas emociones que más dudas generaban a la hora de aprender a acompañarlas y, por eso, decidimos ponerlas en un contexto que los peques pudieran entender bien en qué situaciones sienten esta emoción para poder identificarla.
P. Cuando en el día a día hay gritos, llantos o peleas, ¿qué es lo básico que hay que cambiar en casa?
R. La interpretación, y esto es muy complicado, pero a mí es lo que me cambió la vida. Entender que mi hijo cuando tenía explosiones emocionales no era nada en contra de mí, no era que me estuviera desafiando. Empecé a entender que el menor, con esas conductas, me estaba pidiendo ayuda para pertenecer, para sentirse parte de la familia y, de repente, mi cuerpo, mi emoción y mi manera de acercarme a él cambió.
P. Pero sin sentir culpa.
R. La culpa tiene su papel, si no no existiría. Es un botón que nos dice “por aquí no”, nos advierte de que esto no es lo que yo quiero. Pero no hay que removerse en esa culpa, sino escucharla para decir “qué puedo hacer ahora”. Nosotros hablamos en un término que aprendimos de Anabella Shaked, experta internacional en psicoterapia y educación, que es “ser padres GPS”, porque cuando un GPS se equivoca no dice “me he confundido, me he saltado la salida, yo no sirvo para ser un GPS.” No. Él dice: “Recalculando ruta”, y busca otra solución. Esa es la dinámica que cambia la vida a las familias.
P. Algunos expertos afirman que hablar tanto de las emociones, o estar tan pendiente de ellas, puede estar convirtiéndolos en la infancia más sobreprotegida. ¿Qué opina?
R. Creo que ahora tenemos unos adultos que tuvieron mucha sobreprotección. Y estamos recogiendo los frutos con muchos problemas de salud mental. Hay que diferenciar entre sobreproteger y ofrecer una educación emocional. Invalidaciones como “no tengas miedo”, “tienes que ser fuerte”, “no tengas vergüenza” o “no pasa nada”, entrenaron a una generación para comerse y reprimirse la emoción. Cuando tú no has permitido esa expresión, se queda enquistada y luego salen problemas tanto de salud física como mental. No todo el mundo educa en positivo en la generación de ahora y uno de los grandes problemas de la crianza es que tenemos la tendencia a dar a nuestros hijos en exceso aquello que nos faltó o no darles aquello que no nos gustó y ahí está el problema, generación tras generación, de la sobreprotección. A mi hijo no le tengo que dar lo que a mí me faltó, le tengo que dar lo que él necesita. Y esa es la gran diferencia.
P. ¿Tienen tiempo las familias para invertir en educación emocional?
R. Tenemos un gran problema de conciliación, pero el tema de la educación emocional se hace cada vez que estás con tu hijo. Imagínate que dispones de dos horas al día, ahí también puedes ofrecer una educación emocional. Porque no nos sentamos y decimos: “Bueno, chicos, hoy vamos a hablar de la envidia.” Se suele dar porque un hermano tiene envidia del bocadillo del otro hermano, porque vienen frustrados porque no les ha salido bien el examen… Las familias deben saber que tenemos constantemente oportunidades de hacer el acompañamiento emocional y que consiste más en estar que en cortar el sentimiento de los niños