La arrolladora segunda victoria de Trump puede ser una de esa crisis que, según Monnet, forjan Europa. Porque, si de esta no reaccionamos, acabaremos, con suerte, pudiendo elegir en qué cosas queremos ser colonia americana y en qué otras, colonia china, como dijo Enrico Letta en una entrevista, mientras nuestra democracia se deteriora al calor de líderes, como el propio Trump, condenado por 34 delitos graves, pero que ganan elecciones para, desde ahí, acabar con el Estado de derecho e indultarse. El relato de Trump, basado en la mentira, los bulos, el insulto, el agravio, el negacionismo y el elogio a violencia como el asalto el Congreso, ha canalizado el apoyo de la mayoría de un pueblo americano que se siente, con más o menos evidencias, maltratado, olvidado, amenazado y engañado por los políticos del “sistema”, que han abusado, en exceso, de un cierto despotismo ilustrado: todo por el pueblo, pero sin el pueblo, ya que tenemos a la razón y a la ciencia de nuestro lado.
Con Biden presentando los mejores resultados macroeconómicos del siglo, en empleo, inflación y crecimiento, ha predominado, en amplias capas de la población, el haber perdido poder adquisitivo y el temor a lo desconocido, como lo que representa la revolución verde, la IA o la supuesta invasión masiva por parte de inmigrantes que se comen nuestros gatos además de quitarnos el empleo y las ayudas sociales. Aunque no haya ningún dato que respalde estos mensajes, se ven confirmados cada vez que alguien del sistema los desmiente porque, con ello, se confirma que los de siempre nos quieren engañar, como han hecho siempre. En este discurso blindado, autorreferencial, que rompe la relación entre realidad y percepción, se esconde un malestar generalizado ante una democracia que ha incumplido tantas veces sus promesas, que nos hace perder la confianza. Por ejemplo, como se constata en la COP 29 de Bakú, las emisiones de CO2 siguen subiendo en el mundo, a pesar del Acuerdo de París y de los esfuerzos realizados por algunos sectores y países, que se cuestionan, así, si merecen la pena los sacrificios.
Esta nueva oleada de asalto a la razón a lomos, ahora, de las redes sociales ya gobierna, también, en varios países europeos dificultando las decisiones que debe adoptar la UE si no quiere desaparecer como agente con peso internacional suficiente como para defender sus intereses en las mesas de negociación. Lo miremos por donde lo miremos, es la hora de Europa, esa Europa “necesaria para hacer todo aquello que los países no pueden hacer solos” (Monnet), porque hacer frente a la amenaza comercial simultánea de China y de EE UU, así como a la militar de Rusia, requiere una unidad que solo podemos conseguir en una Unión Europea dispuesta a dar un salto adelante de integración como la que representó, en su momento, la creación del euro.
Así lo recomiendan los informes de Letta, Draghi, y el menos conocido de Niinisto sobre seguridad y protección. Y así se ha reconocido en el reciente consejo informal de jefes de Estado y de Gobierno de la UE en Budapest, cuando en el comunicado se asume que “ya no es posible seguir actuando como hasta aquí” y que es necesario “adoptar medidas decisivas” con urgencia. Y no son apelaciones en el vacío, sino que se aplican a cosas concretas como una política industrial europea centrada en el sector de tecnologías claves para la transición limpia y la IA; un impulso a la investigación e innovación; alcanzar la soberanía energética; una industria europea de defensa; y, añaden, una revolución de la simplificación administrativa, fundamental para poder realizar todo lo anterior en plazo y forma. Un reto muy superior a lo que representó, en su momento, el Acta Única, porque se deberá fijar un método conjunto de financiación, como se ha hecho con los Next Generation.
Europa ha iniciado una escaramuza comercial con China, hasta ahora nuestro principal suministrador de productos esenciales y, ahora, además, nuestro competidor en sectores tan importantes y emblemáticos para nosotros como el automóvil. Además, Trump anuncia la imposición de aranceles a los productos europeos exportados a USA, que es nuestro principal mercado, como demuestra el superávit comercial que mantenemos. La posibilidad de que Europa se vea, de manera simultánea, con problemas de suministros estratégicos básicos y con caídas en uno de sus principales mercados, nos abocaría a una situación cercana al caos. Esa es nuestra mayor debilidad, a la que no podemos pensar en dar respuesta nación por nación, sino de manera conjunta, que es donde podemos ejercer mayor fuerza negociadora en la era neoproteccionista que se inicia.
Salir de esa trampa geoestratégica en la que estamos es posible, pero requiere unidad y rapidez en la respuesta. Y una audacia que, desgraciadamente, no acabo de ver cuando repaso la mesa del Consejo Europeo y la situación de los países allí representados: ni hay liderazgo, ni muchos de ellos quieren escoger ese camino frente al de ser aliados de Putin y de Trump, que les parece más atractivo, ni hay cohesión en una Europa de países fracturados y polarizados como nunca. No veo la voluntad y el empuje necesarios para echar a rodar el nuevo proyecto europeo que la situación mundial nos exige.
Podría haber un plan B: recuperar la idea de una Europa a dos velocidades y, como se hizo con el euro, convocar a la tarea solo a aquellos países que estén dispuestos a ceder más soberanía en beneficio de un proyecto común, que nos permita estar presentes con voz y voto en el nuevo escenario mundial, tan diferente al de las últimas décadas. No digo que sea fácil. Pero creo que empeñarnos en ir a 27, con la nueva ampliación al este en la hoja de ruta, sería tanto como hacerlo inviable. Los próximos años van a redefinir la geopolítica y el mapa económico del mundo. Lo que no empecemos a hacer en los próximos meses será ya tiempo perdido.
Jordi Sevilla es economista