Celebra Taylor Fritz con rabia y tiene motivo. Dos meses después de alcanzar la final del US Open, el cartel de otro escenario de prestigio como el de la Copa de Maestros refleja su nombre en el episodio final, a la espera ahora de saber si se medirá este domingo (18.00, Movistar+) con Jannik Sinner, incontestable ante Casper Ruud (6-1 y 6-2). El caso es que él lo festeja porque la ocasión lo merece: porque es toda una final en Turín, porque ha vencido a todo un Alexander Zverev (6-3, 3-6 y 7-6(3), en 2h21) y porque poco a poco, parece que va aproximándose hacia esa cota de privilegio que se la adivinaba cuando irrumpió con fuerza en el desangelado paisaje del tenis estadounidense masculino, que desde tiempo busca y busca, pero que no termina de encontrar.
“Diría que estoy jugando muy bien. Definitivamente, diría que estoy en el pico más alto de juego de mi carrera”, contesta a los periodistas después de reducir al alemán, quien de tanto emplear el mazo el día previo, frente a Carlos Alcaraz, ha llegado un poco desbordado a la cita de las semifinales, sosa al principio y frenética después, cuando el de Hamburgo ha recuperado el buen tono y el duelo se decide en intercambios intensos y cargados de ritmo. Uno y otro han dispuesto de oportunidades en el tercer parcial, pero el que progresa es el norteamericano, primer jugador de su nacionalidad que aterriza en la final maestra desde que lo hiciera James Blake en la edición de 2006, entonces en Shanghái. Mucho ha llovido desde entonces, y todavía más desde el último estadounidense coronado: un tal Pete Sampras en 1999.
Un vistazo rápido del historial refleja que no hay campeones de su país en este siglo y que Andre Agassi fue derrotado en las finales de 2000 y 2003, por Guga Kuerten y Roger Federer. Luego llegó el turno de Blake, pero también se topó con el suizo. Ahora se postula Fritz, un tenista de 27 años que viene creciendo en los últimos tiempos y que virtualmente ya luce el mejor ranking de su carrera, cuarto del mundo, además de haber sobresalido hace poco en Nueva York y de firmar ahora un triunfo de mérito contra Zverev, que no había perdido ningún partido hasta ahora ni tampoco había cedido un solo set. El californiano, sin embargo, parece haberle cogido la medida y la victoria puede sorprender, pero quizá no tanto. Había alguna que otra pista.
Fritz se ha impuesto al alemán en cuatro de los cinco partidos que han disputado esta temporada, en los cuatro últimos; le apeó de Wimbledon y del US Open, y prevaleció en la Laver Cup. Destaca, también, un dato determinante en esta última resolución: el estadounidense ha sido superior en ocho de los diez desempates que han dirimido los dos. No parece casual el dominio ante el número dos, 7-5 en los cara a cara. La clave, dice, está en un significativo retoque en el golpeo con su drive.
Retoques en la derecha
“No quiero desvelar en qué he estado trabajando porque daría una idea de lo que me incomoda, y tal vez no se habían dado cuenta…”, bromea. “Pero la respuesta es que estoy pegando mucho mejor de derecha que antes. Ha sido un gran cambio. Es algo en lo que he empezado a trabajar hace poco; noté que me molestaba más en los partidos contra los mejores jugadores, así que he estado trabajando en ello y ahora veo grandes mejoras”, precisa el finalista, campeón este curso de dos torneos menores (Delary Beach y Eastbourne), pero cada vez más incisivo en los escenarios mayores y ante los rivales de máxima envergadura. Bien lo sabe Zverev. Con esta son cinco finales para él este año, las mismas que Alcaraz.
“Creo que he demostrado por qué soy el mejor estadounidense en estos dos últimos años, con mis altibajos incluidos. Dejo que hablen mis resultados; si eso no es suficiente para la gente, poco puedo hacer… Algunos prefieren a gente con un juego más llamativo”, concedía recientemente, sabedor de que no tiene excesivo tirón, pese a estar por delante de todos sus compatriotas que figuran en el top-100: Tommy Paul (12º), Frances Tiafoe (18º), Ben Shelton (21º), Sebastian Korda (23º), Brandon Nakashima (37º), Alex Michelsen (41º), Marcos Giron (47º) y Aleksandar Kovacevic (92º).
Ahora, de nuevo, Fritz afronta otra prueba mayor, la de Sinner. El número uno, incontestable, dio buena cuenta de Ruud este sábado y, sin haber cedido una sola manga en el trazado, dispondrá de otra oportunidad tras la final perdida hace un año frente a Novak Djokovic. Suma y sigue el italiano, que uno a uno, introduce a todos los rivales en su hormigonera y los disuelve a base de ritmo y más ritmo, tiros y más tiros. Lo comprobó el norteamericano en el epílogo neoyorquino de este verano y este mismo martes, cuando venció en dos sets (doble 6-4). En este segundo capítulo, mayor igualdad que en Flushing Meadows, donde el representante local no dispuso de opciones reales y se entregó en tres sets, insatisfecho por su rendimiento de aquel día, traducido prácticamente en un monólogo.
“Aquí las condiciones son muy diferentes a las del US Open”, matiza Fritz. “No fui consistente y digamos que, de alguna forma, me limité a sobrevivir. No saqué bien, y si no saco bien mi juego fracasa. Sin embargo, el otro día no me sentí así. Tuve mis oportunidades. Tuve opciones de hacerle un break en los dos sets, pero él aprovechó las suyas y jugó los puntos importantes mejor que yo. Pero no fue tan desigual como en Nueva York. Él es el mejor del mundo, así que es previsible que pueda hacer algo así”, cierra el norteamericano, el único ya que puede impedir la primera investidura maestra del tirolés.