Todo ocurre en una noche. Shadi, un joven palestino, vuelve aterrorizado a su casa en Cisjordania y confiesa sus padres que el ejército israelí quiere obligarle a suministrar informaciones sobre amigos y vecinos. “¿Qué tienen en tu contra?”, pregunta, espantado, su padre. El teléfono suena. Una voz anuncia a la familia que Shadi es gay y que hay un video sexual de él que todo el pueblo recibirá si no colaboran.
La ocupación israelí cobra formas insospechadas en la existencia cotidiana de los habitantes de Cisjordania. La cineasta y experiodista palestina Dima Hamdan (Kuwait, 1975) describe una de ellas en el cortometraje Blood like water (Sangre como agua). “Quise mostrar el dilema de las familias. La causa palestina es importante, pero los hijos también ¿Seríamos capaces de exponernos al escarnio público para proteger la causa y no convertirnos en traidores? La opción es muy difícil y siempre hay que sacrificar algo”, explica en una entrevista con este diario en Casa Árabe en Madrid, donde ha proyectado su película esta semana.
El cortometraje de Hamdan, actualmente directora de la The Marie Colvin Journalists’ Network, ha recibido distinciones en festivales en Oslo, Barcelona o Brooklyn, y sobre todo el Premio Iris, prestigioso galardón para películas centradas en cuestiones LGTBI, celebrado anualmente en Gales, en el Reino Unido. En estos eventos, la cineasta palestina asegura haber sentido que Israel “está saboteando su propia imagen” de paraíso homosexual, debido a la falta de respeto de los derechos humanos de los palestinos, especialmente en Gaza.
Pregunta. En Cisjordania, la homosexualidad no se considera un delito, pero en su película queda claro que en Palestina es mejor tener un hijo narcotraficante o miliciano que gay.
Respuesta. La sociedad palestina es muy variada, pero hay un pacto de silencio, un tabú. El mensaje es que puedes ser gay, pero no abiertamente. Y lo que hacen los israelíes no es decir a tus padres que eres homosexual, sino decírselo a todo el pueblo y mostrarlo de manera flagrante y humillante, difundiendo un video sexual grabado sin tu consentimiento. Y una cosa es que tu vecino sepa que sea que eres gay y otra cosa es que te vea siéndolo.
P. ¿Hubo algún hecho concreto que la motivó a contar esta historia?
R. Soy palestina, sé que Israel chantajea a la gente para que colabore con ellos. Recuerdo una conversación, hace ya años, con un amigo en Ramala, en la que me contó que una de las tácticas recientes usadas por el ejército israelí era coaccionar a hombres homosexuales y que les resultaba bastante fácil, sobre todo en hogares palestinos muy conservadores. La historia está basada en informaciones reales, pero es una ficción.
Los israelíes saben lo que hacen y se dirigen a familias tradicionales, en las que los padres no están preparados para asumir públicamente que sus hijos son homosexuales. No desde un punto de vista religioso, sino cultural o social.
P. La perspectiva de su película es el sufrimiento de los padres, de la familia. ¿Por qué?
R. Quise mostrar el dilema de las familias. La causa palestina es importante, pero los hijos también. ¿Qué decidiríamos si nos viéramos en esas circunstancias? ¿Seríamos capaces de exponernos al escarnio público para proteger la causa palestina y no convertirnos en traidores? La opción es muy difícil y siempre hay que sacrificar algo. Cuando estábamos rodando se hizo público, por ejemplo, el caso de un chico que sufrió este chantaje, pero si no salen a la luz más casos, me temo que en gran parte es porque la estrategia israelí funciona y la gente colabora.
P. En su película están omnipresentes estas dos ideas: el sacrificio y la lealtad.
R. La gente piensa que luchar contra la ocupación israelí es sacrificar la vida, pero no es solo eso. Hay otros sacrificios y otras formas de lucha. Por ejemplo, unos padres que ponen de lado momentáneamente su reputación y su honor y dicen al mundo: ‘Miren, estas son nuestras opciones: o colaboramos con el ejército israelí, lo que nos convierte en traidores y podría provocar la muerte de otras personas por las informaciones que nosotros les suministraremos, o asumimos que nuestro hijo es homosexual y nuestra imagen se ve enturbiada’.
P. ¿Es posible hablar así de claro en Palestina hoy?
R. Creo que sería un alivio para mucha gente si estas cuestiones dejaran de ser tabú. Porque estamos haciendo un regalo a la ocupación. Si Israel logra hacer tanto daño es porque tiene inteligencia humana, es decir, colaboradores, dentro de Palestina. Podemos privarles de una parte, si los homosexuales palestinos no tienen miedo a asumir que lo son y dejan de temer la presión social.
Si Israel logra hacer tanto daño es porque tiene inteligencia humana, es decir, colaboradores, dentro de Palestina. Podemos privarles de una parte, si los homosexuales palestinos no tienen miedo a asumir que lo son.
P. En los últimos meses, han salido a la luz al menos dos fotografías de soldados israelíes mostrando la bandera LGTBI sobre las ruinas de Gaza. ¿Qué sentimientos despiertan en usted estas imágenes?
R. Es irónico. Israel parecía la capital gay del mundo, pero está destrozando su reputación al publicar esas fotografías. Están saboteando su propia imagen. Ver a un soldado israelí mostrando la bandera LGTB sobre las ruinas de Gaza es ofensivo para cualquier gay del mundo. Mi película ha sido muy bien recibida en todos los festivales, especialmente en los LGTBI, donde siento que la comunidad está cambiando su forma de ver a Israel. No por el chantaje a los homosexuales palestinos, sino por su falta de respeto a los derechos humanos.
P. ¿Se ha proyectado Blood like water en Palestina?
R. Yo hice este cortometraje para la sociedad palestina, para la gente que se ve directamente afectada por lo que se describe. Es una película financiada además por fondos palestinos. Iba a proyectarse en 2023 en un festival en Ramala, pero estalló la guerra y todo se suspendió. En septiembre de este año se pudo ver en Ramala, Belén y Hebrón, pero desagraciadamente, los cines están vacíos porque nadie tiene ánimo en la situación actual. No tuve apenas comentarios tras las proyecciones, pero hay que seguir adelante. No podemos anular todo y quedarnos quietos.
P. ¿Le decepciona?
R. Israel no solo está cometiendo un genocidio en Gaza, quiere paralizarnos a todos y privarnos de esperanza. Esta guerra ha matado algo en todos. Yo, por ejemplo, no soy la misma, no me reconozco, pero sigo adelante porque tengo que hacerlo, porque no me pueden romper en pedazos. En unos meses, cuando termine de presentar la película en festivales, la voy a poner en internet, con acceso libre, para que todo el mundo en Palestina pueda verla.
P. Es una película de ficción, pero usted investigó e hizo entrevistas durante meses antes de filmar.
R. Sí, me ayudó que he trabajado como periodista en Palestina y tenía contactos. Hice muchas entrevistas preguntando a la gente: ¿qué harías si te ocurriera esto? Me encontré con muchos silencios. Los israelíes saben lo que hacen y se dirigen a familias tradicionales, en las que los padres no están preparados para asumir públicamente que sus hijos son homosexuales. No tanto desde un punto de vista religioso, sino más bien cultural o social.
P. Su película está rodada en Belén, en Cisjordania, donde las relaciones entre personas del mismo sexo no son delito. En Gaza, no ha sido derogado aún el Código penal británico, que castiga las relaciones entre hombres con penas de cárcel. ¿Hizo también entrevistas en la Franja?
R. Rodamos en Cisjordania, pero para mí, más allá de la geografía, lo importante es mostrar el dilema de una familia y que, finalmente, en Palestina todo el mundo lucha contra sí mismo. El desafío era contar en 15 minutos una historia con la que todos los palestinos puedan identificarse, estén donde estén. En Gaza, también hay chantaje, pero sin duda con otros matices y formas. Hamás es más conservador que las autoridades de Ramala, pero tampoco ha lanzado una caza de brujas contra los homosexuales. Creo que tienen cosas mucho más importantes en su agenda.
Lo importante es mostrar el dilema de una familia y que, finalmente, en Palestina todo el mundo lucha contra sí mismo
P. ¿Tuvo algún problema para rodar en Belén?
R. Tuve la suerte de tener un equipo maravilloso. Cuando encontramos la casa en la que transcurre gran parte de la película, expliqué a su dueño el argumento de la película y no hubo problemas. El hombre había estado preso en una cárcel israelí en los ochenta y me contó que en la época, Israel drogaba a palestinas cuando iban, por ejemplo, a un salón de belleza. Las mujeres despertaban horas después desnudas, en un lugar desconocido. El teléfono sonaba y una voz les decía que tenían un vídeo muy comprometedor de ellas y tenían que colaborar con Israel.
P. Y ¿las mujeres lesbianas también sufren el mismo chantaje que los hombres?
R. No sé si ocurre, no conocí ningún caso, pero creo que los hombres palestinos, por cómo está construida nuestra sociedad y la imagen del hombre en ella, son mucho más vulnerables. Y los israelíes lo saben.