El avance de la Inteligencia Artificial junto con los progresos en la vigilancia desde los satélites van a poner cada vez más a los países y a las empresas de combustibles fósiles en el punto de mira si no luchan contra las fugas de metano (CH₄), un gas con una potente capacidad de efecto invernadero y que en los últimos años ha entrado con fuerza en la agenda de la lucha internacional contra el cambio climático. Un proyecto internacional vinculado a la agencia del medio ambiente de Naciones Unidas (Pnuma) está monitoreando estas fugas a través de imágenes por satélite. Cada vez que las localizan, informan para que tomen medidas a los Gobiernos y a las empresas, en el caso de que sea posible determinar el propietario de la instalación de la que parte la filtración (normalmente infraestructuras ligadas a la extracción y transporte de petróleo y gas). Pero en la inmensa mayoría de los casos los avisos se están ignorando.
Entre el 1 de enero y el 30 de septiembre de este año, el Sistema de Alerta y Respuesta al Metano (conocido por sus siglas en inglés MARS), de la ONU, emitió 1.225 notificaciones de fugas, que se detectaron desde los satélites por el rastro (las plumas) que dejan. Sin embargo, “solo el 1% de las notificaciones recibió una respuesta sustantiva en la que se proporcionaran más detalles sobre la causa de las emisiones o si se habían adoptado medidas”, explica el Pnuma en un informe publicado este viernes coincidiendo con la cumbre del clima que se está celebrando en la capital de Azerbaiyán, Bakú. De todos los casos reportados, concreta esta agencia de la ONU, solo 15 fueron contestados de manera oportuna.
Esa “baja tasa” de respuesta “pone de manifiesto la brecha crítica entre la recepción de datos y la adopción de medidas oportunas para reducir las emisiones”, se alerta en el informe. “Es imperativo que los gobiernos, la industria y las comunidades aprovechen los conocimientos de MARS para promulgar medidas rápidas y decisivas para frenar las emisiones de metano”, insiste el Pnuma.
Las fugas pueden ser accidentales —por ejemplo, una filtración desde un gasoducto por una rotura— o deliberadas —librarse del metano sobrante en una pozo de petróleo simplemente venteando a la atmósfera para ahorrarse el coste de su tratamiento correcto—. Aunque principalmente proceden de infraestructuras de gas y petróleo, también hay grandes fugas en minas de carbón.
Históricamente, la lucha contra el cambio se ha centrado en reducir las emisiones de dióxido de carbono (CO₂). Pero en los últimos años los científicos y los expertos han puesto en el foco al metano, un gas cuya vida en la atmósfera es mucho más corta —alrededor de una década— pero que tiene un poder de calentamiento muchísimo mayor que el CO₂. El IPCC (las siglas en inglés del panel internacional que se encarga de sentar las bases científicas sobre el cambio climático) calcula que el metano es responsable de aproximadamente el 25% del aumento de la temperatura global registrado en el planeta desde la era preindustrial. Y reducir sus emisiones, sobre todo de fuentes concretas como son las infraestructuras de combustibles fósiles, abre una ventana de esperanza para intentar que el calentamiento no se desboque más.
En la cumbre del clima de 2021, celebrada en la ciudad escocesa de Glasgow, la Unión Europea y EE UU lanzaron una iniciativa para la reducción de las emisiones de metano de origen humano. El compromiso, que ha sido firmado por más de 150 países ya, incluye reducir estas emisiones en un 30% para 2030 respecto a los niveles de 2020. Sin embargo, las concentraciones de este gas en la atmósfera no dejan de aumentar.
Para cumplir ese objetivo es básico actuar, entre otros, en el sector de los combustibles fósiles. “Hasta la fecha, las medidas adoptadas tras las notificaciones han sido limitadas y representan una oportunidad perdida para la acción climática”, lamenta el informe del Pnuma. “Los datos están disponibles, pero sin una respuesta adecuada de las partes interesadas, su potencial sigue sin explotarse en gran medida”.
A iniciativas internacionales similares a la de la reducción de un 30% de las emisiones de metano durante esta década al que se han comprometido 150 países se han unido muchas de las grandes petroleras, que incluso prometen erradicar por completo sus fugas. Pero otro informe del grupo de analistas Carbon Tracker publicado también esta semana lamenta la fragilidad de esos compromisos de la industria. El problema principal radica en que la lucha contra estas emisiones la circunscriben solo a sus operaciones directas, con lo que no establecen “objetivos que cubran todas las emisiones de metano relacionadas con sus actividades comerciales”.
Porque muchas de las grandes compañías no extraen ellas mismas el petróleo y el gas, sino que lo hacen a través de terceras empresas, en las que a veces participan, con estándares medioambientales menores. En el informe se califica este asunto de “punto ciego” y se apunta a grandes multinacionales, como Eni y TotalEnergies, que “tienen participaciones significativas en activos operados por empresas con peores estándares de metano y en países con altas intensidades medias de metano [la proporción de este gas que acaba en la atmósfera en relación a la extracción de los combustibles], como Argelia y Egipto”.
Países
El estudio del Pnuma sobre las notificaciones de las fugas presentado este viernes advierte de que “a medida que avanza la revolución de los datos sobre el metano, la rendición de cuentas está pasando de ser opcional a convertirse en la norma”. El sistema MARS emplea en estos momentos las imágenes de obtenidas de los satélites Sentinel-2 y Landsat, que ya permite una alta detección de las fugas. Pero en breve empezará a incorporar también la información que le suministrarán satélites enviados al espacio que tienen como finalidad principal rastrear el metano emitido. Es el caso del MethaneSat, el primer satélite puesto en órbita sin fines comerciales diseñado para ese fin. El proyecto lo ha desarrollado la ONG estadounidense Fondo de Defensa Medioambiental (EDF, sus siglas en inglés), que ha logrado recaudar 88 millones de dólares para ello.
En el informe de la ONU se señala a Turkmenistán como el país donde se han localizado más fugas que acabaron en notificaciones. Le siguen EE UU, Irán, Argelia, Irak y Siria. Azerbaiyán ocupa el octavo lugar en ese listado.
Sin embargo, los autores admiten que existe un sesgo con la detección de las fugas que puede influir en que las fugas en algunas zonas del planeta no puedan ser todavía bien detectadas. “La región de Oriente Medio y el Norte de África es muy propicia para la detección de metano por satélite, dadas sus grandes zonas de topografía árida y plana y la falta de nubosidad”, detallan. “En América Latina y el Caribe, la nubosidad, la densa vegetación y la topografía limitan las capacidades de monitoreo satelital”, añaden. En cualquier caso, “las capacidades de detección del sistema han aumentado significativamente, lo que ha llevado a un aumento constante en el número de columnas de metano detectadas”.
Además, todavía queda más recorrido. A los satélites públicos y de ONG como EDF, se le unen los lanzados por empresas privadas también para controlar este gas. “El despliegue de satélites comerciales subraya el creciente interés en el metano más allá del mundo académico, acelerando la disponibilidad de información y ampliando las oportunidades de mitigación”, expone el Pnuma.