A las 06.30 de la mañana del miércoles, Pilar Bernabé, de 45 años, baja de su casa, se sienta en el poyete del portal y cambia sus zapatillas deportivas por unas botas de agua llenas de barro que trae guardadas en una bolsa de Mercadona. “Anoche llegué tan tarde que las dejé en el descansillo”, dice mientras se monta en un todoterreno de la Policía que la llevará, como cada mañana a esta hora, a Paiporta (25.000 habitantes), uno de los pueblos más perjudicados por la inundación.
—Durante los dos primeros días —confiesa la delegada del Gobierno en Valencia en el transcurso de la jornada que pasamos con ella para explicar cómo es desde dentro la lucha contra los efectos de la dana— estuve metida en el Cecopi [el centro coordinador de emergencias]. Los alcaldes me enviaban fotos, vídeos, pero ni siquiera tuve tiempo de ver la televisión. Recuerdo que la segunda noche dije: “Un momento, estoy dentro de una burbuja, no veo nada”. Y además me di cuenta de que era inoperativo, porque los que hablaban en el Cecopi decían cosas que no se correspondían con las que me decían los alcaldes; había algo que no me cuadraba. Entonces dije: voy a ir a verlo yo. Te juro que venir aquí cada mañana es lo que más me ha ayudado a pelear. Mira, por ejemplo, esta calle. Tenemos un problema con los colectores…
No ha amanecido todavía. Bernabé, militante socialista desde los 18 años, concejal y teniente de alcalde del ayuntamiento de Valencia hasta que, en junio de 2022, fue nombrada por Pedro Sánchez delegada del Gobierno, se baja del vehículo policial y abraza a la alcaldesa de Paiporta, Maribel Albalat, también socialista. Bernabé y Albalat caminan cogidas del brazo. “Vengo aquí cada mañana temprano”, explica la delegada mientras sus pasos chapotean en el lodo que aún cubre algunas calles, “porque esta es la zona cero del desastre. Ya habrás visto, en qué estado ha quedado su polígono industrial, las casas, los negocios; no se salvó nada. Ahora, por lo menos, empezamos a ver el suelo en algunas calles. Qué alegría da. ¿Cuánto tiempo hace, Maribel, que no veías el suelo de tu pueblo?
En apenas media hora, Pilar Bernabé vigila la tensión arterial del pueblo que ha decidido tomar como referencia, como patrón de medida de la reconstrucción. Hace un rato, durante el trayecto hasta aquí, ya ha hecho varias llamadas y urgido a sus colaboradores para que le envíen el resumen de la prensa del día. Antes de irse de Paiporta, saluda de forma afectuosa al jefe de un grupo de la Policía Foral de Navarra: “Estáis prestando una ayuda fundamental en el control de los puentes que estáis haciendo con la Guardia Civil. ¡Muchas gracias!”. En unos minutos, ya en las instalaciones del centro de coordinación de emergencias y rodeada de los responsables de los distintos cuerpos de seguridad del Estado —guardias civiles, policías nacionales, militares de la UME, la directora de Protección Civil…—, Bernabé seguirá pidiendo información, trasladándola a una libreta en la que lo irá apuntando todo durante el día. Pregunta y repregunta cuando algo no le queda claro y lo hace en un tono que no es descortés ni brusco, pero que tampoco deja margen al interlocutor para irse por las ramas.
—¿Y por qué muestras incertidumbre si dices que lo tenéis todo controlado?
—Verá, delegada…
Una vez informada de la situación, la delegada del Gobierno se reúne con un pequeño grupo de asesores y prepara una intervención ante la prensa previa a la reunión del Cecopi, a la que también tiene previsto asistir el presidente de la Generalitat, Carlos Mazón. La dinámica de la segunda reunión del día —llegará a tener media docena, incluida una a las 16.00 con el presidente Sánchez y los ministros— es idéntica a la que tuvo tan temprano con los cuerpos de seguridad. Bernabé escucha de prisa, anota de prisa, acepta algunas sugerencias y otras las rechaza sin posibilidad de recurso: “Ya engancharé esa idea en el mensaje, pero relacionarla con eso que me dices es marciano”. Su lenguaje corporal emite un mensaje nítido: no tengo tiempo para distracciones ni tonterías, pero cuando decide tener dos minutos lo hace con la mirada fija en el interlocutor, tomándolo del brazo, llamándolo por su nombre, de modo que quien se creía invisible se sorprende agradablemente de no serlo.
—Me he fijado durante el día que usted quiere saber hasta el último detalle —le pregunto ya en su despacho, a punto de anochecer y una vez que ha anulado las visitas a otras localidades para respetar las restricciones al tráfico que la Generalitat acaba de decretar para los ciudadanos—, pregunta en qué kilómetro hay una balsa de agua, cuántos litros han caído en las dos últimas horas, cuántos camiones han llegado de Marruecos para desatascar las cañerías… ¿Es necesario que una delegada del Gobierno esté al tanto de lo más mínimo o es que no se fía?
—Los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado dependen directamente de mí, y yo prefiero que, en una situación así, no se me escape ningún detalle que tenga que ver con ellos. A nivel operativo y también de su seguridad, de sus condiciones de trabajo. Y si, además, se decreta un nivel dos y se activa a la UME, que es un medio que pone el Estado, yo pongo de mi parte todo lo que haga falta. Lo mío por el detalle es casi enfermizo, pero prefiero que sea así. Cuando estamos en una situación de fuertes lluvias, yo prefiero llamar directamente a los alcaldes para que me digan dónde ha habido desperfectos, dónde fuertes lluvias y dónde hay carreteras cortadas porque eso afecta directamente a la Guardia Civil y a la Policía… El día de la inundación, yo ya había llamado a los alcaldes por la mañana, lo que no termino de entender es por qué no recibieron la llamada de quien sí tenía la obligación de llamarlos.
—Visto lo que ha pasado, ¿ha fallado el sistema o es que el sistema ya no sirve?
—El sistema funciona. Pero tiene que haber alguien al frente que haga que funcione. No quiero entrar en polémicas porque hay todavía muchas cosas que hacer como para generar más tensión de la que ya hay, y también porque es fundamental que ellos, la Generalitat, esté al mando, porque la estructura es la de aquí, porque la Generalitat tiene magníficos funcionarios de todos los niveles que conocen el terreno y saben lo que hay que hacer. Pero si falla quien tiene que ponerlos a funcionar… En cualquier caso, no quiero abundar en eso. Lo que es de verdad necesario es que acabe la emergencia —hay todavía desaparecidos que hay que encontrar para entregar a sus familias— y sobre todo demostrar a los ciudadanos que el Estado y el Gobierno están trabajando y lo seguirán haciendo.
Durante la mañana, entre reunión y reunión, Pilar Bernabé visita Picanya, otro de los pueblos golpeados por la inundación. Al borde del barranco que se desbordó, la delegada y el alcalde, Josep Almenar, se quedan a solas, observando lo que el lodo se llevó por delante, las pasarelas, las casas. Almenar nació en 1948 y es alcalde desde 1983. Mira su pueblo destruido y dice: “Este golpe es muy duro. Es como si hubiéramos dado un paso atrás de 40 años. Y yo no tengo otros 40 años para dedicarle”. La delegada lo abraza y se mete en el todoterreno, que, seguido de un patrullero de escolta, se dirige a Valencia: “Ahora estamos todos con la adrenalina a tope, pero llegará un día en que tendremos que buscar la fórmula de procesar todo esto”.